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Tras el heroico rescate de los 33 mineros, ayer la mina San José volvió a ser un desierto. La pequeña ciudad que se había levantado allí para seguir de cerca, paso a paso, las labores de los rescatistas, se quedó sin sus temporales habitantes.Una visita interrumpió por unos instantes el proceso de desarme del campamento. A eso de las diez de la mañana apareció el ministro de Minería, Laurence Golborne, para caminar por la zona y hablar con los periodistas que aún estábamos en el sitio.
Golborne indicó que los mineros habían decidido venir este domingo con sus familias a recorrer la mina y contarles los detalles de todo lo que allí padecieron. Además, agregó que el lugar se iba a convertir en una especie de santuario, "pero no de santos", sino un lugar que recuerde a los heroicos 33 hombres que desde hoy comienzan a regresar en la sociedad.
Después de la corta visita del Ministro, comenzamos nuestro trayecto a Copiapó. 45 kilómetros de largas montañas de arena y el sol abrazador de los últimos días. Tras llegar a esta pequeña localidad chilena, observamos que estaba vestida con trajes alegóricos a la hazaña minera.
Ya los familiares se encontraban en el hospital con sus seres queridos, donde uno a uno los mineros fueron revisados. El único que sufrió algún quebranto de salud fue Mario Gómez, quien presentó un cuadro de neumonía y tenía afectadas algunas encías, pero su caso no reviste mayor gravedad, según informaron los médicos.
En Copiapó, los mineros eran la novedad del día y fueron recibidos como héroes. Una pancarta en la entrada del centro médico con las palabras "¡Bienvenidos! Héroes del Bicentenario" les otorgaba el afecto de las autoridades locales y de la comunidad.
Desde tempranas horas, muchas personas se acercaron a las instalaciones del San José del Carmen, nombre del hospital local, para llevarles regalos y reconocer su valentía.
Los medios de comunicación se apostaron en las afueras esperando el alta médica para intentar conversar con cada uno de los protagonistas de un hecho que ya hace parte de la historia chilena.
En las calles de Copiapó había gran cantidad de banderas, los jóvenes salieron temprano de sus escuelas para ir a apoyar a los 33 célebres hombres. Parecían fanáticos de algún equipo de fútbol esperando por sus jugadores. Se volvió a escuchar el famoso grito de ¡vivan los mineros de Chile!
Los carabineros locales organizaron el tráfico en la zona para evitar inconvenientes. Los pitos no dejaron de sonar en toda la tarde.
Tanto periodistas como familiares se sentían en un lugar cálido y distinto al inhóspito desierto. Esa grande extensión de tierra que intentó tragar a los mineros y castigó por días, con sus inclemencias, a quienes estábamos allí para presenciar el milagro, quedó atrás.
Los chilenos están orgullosos y no es para menos, pues fueron rescatados 33 compatriotas que habían sido enterrados vivos. Sonríen y nos preguntan que sí alguna vez habíamos cubierto un hecho de semejante connotación.
Yo por lo menos respondo que jamás había contado con el privilegio de vivir este tipo de historia. Hasta los reporteros más experimentados así lo reconocen. Sobre todo, porque fue una historia con un final feliz como no se ve muy a menudo.
Por ahora, nosotros regresamos a Colombia y los mineros regresan a sus casas a comenzar de nuevo. A olvidar que un día la actividad que les brindaba sustento casi los castiga con la muerte.
Sin embargo, recibieron una segunda oportunidad y aunque el desierto seguirá siendo su hogar, el amor de sus familias será el fruto que enriquezca su corazón.
Ayer en el hospital todos querían ser médicos, amigos, o por lo menos identificarse con los 33 guerreros que dieron el ejemplo más grande que ha recibido el mundo en los últimos años.
Atrás queda este hecho noticioso, pero no la hazaña de un país que se paralizó en torno a estos hombres, para al final poder celebrar lo que un día se pensó era para llorar.