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Abajo, en Bolívar, huele rancio, a orines que, ya secos, manchan las columnas del viaducto del metro. Arriba, en Palacé, el color en sus tonos más intensos, amarillos, azules, verdes y naranjas, renuevan locales y edificios, y la gente ríe.
Desde el balcón del piso seis de un edificio de apartamentos, Rocío (no dice el apellido) mira a la calle y la escena no es la misma que hace dos meses: ahora hay policías, funcionarios de la Alcaldía que, con chalecos, van y vienen de un local a otro, que hablan con la gente, que pintan fachadas, organizan un andén o hablan con los uniformados.
-Esto ya es distinto. Ahora los niños pueden salir a montar en bicicleta, primero no duraban un minuto porque ya los habían atracado-, comenta la señora, que reside hace años en el sector.
¿Cómo habrá sufrido con semejante entorno y por qué no cambió de lugar?
Hace dos meses, en Palacé, entre la calle 55 y la 56 y su intermedia Barbacoas, al salir al balcón, la señora veía cosas muy distintas: dos habitantes de calle dándose puñal, un señor desprevenido que pasaba y era abordado por atracadores, gente que iba y venía intercambiando billetes por bolitas de bazuco o marihuana. ¡Muertos… ¡Asesinatos… La vida rindiéndole tributo a la muerte a solo una cuadra del edificio de la Fiscalía.
Y las vecinos encerrados. Y los comerciantes asfixiados por la inseguridad que ahuyentaba clientes. Y los travestis en cada esquina, con prendas atrevidas, ofreciendo sexo.
-Esto era una pesadilla. Esperemos que de verdad hayan acabado todo eso y volvamos a tener vida en este sector-, comenta Mariela Ocampo, de Asooprado y dueña de un local en un centro comercial.
Ella, como otros comerciantes, está feliz con la intervención que la Alcaldía y la Policía hicieron en Barbacoas, donde lograron acabar con una olla de vicio tan consolidada y lúgubre, que tuvo fama nacional. Fue una de las 24 que el presidente Juan Manuel Santos ordenó intervenir de una lista que incluía las principales capitales del país y una de Rionegro conocida como La Chirria.
-Hace nueve años hicieron lo mismo y lo dejaron perder-, recuerda Ferney Loaiza, que lleva trece años en un local.
Amparo y él y otros que no dicen los nombres, dan una recomendación especial: "Que mantengan policía, pero no los mismos, que los roten y cambien, porque acá siempre ellos se han hecho amigos de los jíbaros y nunca hacían nada".
Intervención al 100%
Hoy, si uno se para en la esquina de Barbacoas, la calle 55A, siente un renacer. Ese azul profundo, el amarillo intenso, ese naranja con que dos muchachos pintan una fachada, transmiten alegría. Los obreros pasando con bultos de cemento al hombro, otros dando golpes de almadana a muros y aceras y la gente cruzando por la calle, tranquila, parecen indicar que el reporte del general José Ángel Mendoza al presidente es real: 10 ollas de vicio fueron erradicadas y 42 personas capturadas por porte, tráfico y fabricación de estupefacientes.
-Si nos toca, vamos a tener policiales las 24 horas en esta zona para no darles espacio a los criminales-, dijo el comandante de la Policía.
Según el oficial, la meta impuesta por el primer mandatario, en el caso de esta olla de vicio, se cumplió al 100 por ciento.
-Logramos intervenir 117 locales, 16 de ellos quedaron en procesos de extinción de dominio porque se detectó que allí se expendía vicio, y vamos a continuar intervenciones en otras ollas que hay en la ciudad, como Lovaina, Barrio Triste, La Bayadera-, adelantó el secretario de Gobierno, Jorge Mejía Martínez.
Pesadilla en el viaducto
Pero en esto hay de cal y de arena. Si de Barbacoas se desterró el crimen y con él se fueron las puñaladas, el atraco, el disparo, las sombras del temor y la muerte, y el olor a bazuco, las pesadillas se fueron una o dos cuadras abajo.
Y el nuevo escenario son Bolívar y los bajos del viaducto del metro e incluso la calle 56 (Bolivia), entre Bolívar y Carabobo, donde tanto los consumidores de vicio como quienes los surten del alucinógeno y siembran la inseguridad, han empezado a llegar masivamente. Sí, masivamente, pues de todos modos allí siempre han estado.
-Es que no es misterio, esto siempre ha sido inseguro, no hay negocio que prospere-, relata el administrador de un almacén de variedades. A su lado, una bella mujer aprovecha para quejarse: "El sinónimo por acá es inseguridad, yo muero de miedo cuando vengo, y cuando salgo, lo mismo".
-Desde que están con lo de Barbacoas se ve mucho más el problema acá-, comenta la cajera de un local de ropa.
Al fondo, pasan de carabineros, policías montados en caballos. Van por la calle y se pasan al viaducto. Pero su presencia no intimida a varios muchachos de gorra que juegan dados en el piso, pues siguen como si nada.
-Después de las tres y media los viciosos se ven en Bolivia, de Bolívar pa’abajo, venga pa’que vea-, comenta un señor que exige que se trate este problema.
Arnulfo Serna, secretario se Seguridad, explica los pasos que siguen: -Es un trabajo articulado entre las distintas dependencias y el apoyo de la Fuerza Pública para evitar que el problema se traslade, hay una intervención y sabemos que hay sitios más álgidos, pero la presencia de la autoridad va a ser fundamental-.
Mejía Martínez reconoce el problema: "Es un efecto globo, se aprieta en un lugar y se traslada a otro, pero nuestra obligación es ampliar el radio de acción y se hará".
Son las dos caras de una intervención con consecuencias. Las buenas fueron para Palacé y Barbacoas, donde huele a vida y los comerciantes ven el futuro. Las negativas para Bolívar, donde habrá que redoblar esfuerzos para reventar el globo. El globo de la inseguridad, el olor a bazuco y marihuana. La puñalada, la amenaza, el miedo....