viernes
7 y 9
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Acepto que voy a deshacerme de estos montones de periódicos viejos sin haberlos leído. Y me da un poco de tristeza y de remordimiento. Tantos años guardando cajas y costales llenos de antiguas ediciones de prensa, con la esperanza de leer lo que en el día en que se publicó me llamó la atención y cuyo título ya por supuesto no recuerdo... Un extraño archivo de olvidos que propiciará más de una sorpresa...
Si en alguna actividad se mezclan la caducidad y la permanencia, el ayer, el hoy y el mañana, es en el periodismo, en la aventura diaria de hacer y editar un periódico.
Pasado, presente y futuro. El periodismo es actualidad por esencia y por definición. Por eso se quema en su misma llama. Pero la actualidad, el hoy, que se vuelve un ayer al aparecer en la página escrita de mañana, adquiere por eso mismo un cierto valor de perennidad, de constancia histórica hacia el futuro.
Avanza la noche mientras voy desmontando cajas, abriéndoles el vientre con mi cuchillo de pescador, para dejar que salgan deslizados, como pescados recién sacados del agua en la red, libros de todo tipo y calaña. Se me llenan los pulmones de polvo, de aire envejecido, de ese olor inconfundible de papel viejo, de aroma de tinta que persiste tras el encerramiento de años.
Me gusta sentirme así, rodeado de periódicos viejos. Yo sé que tampoco esta noche voy a terminar mi labor de empaque, esta angustiosa despedida, porque la luz lechosa del amanecer me sorprende hojeando periódicos y periódicos. Una especie de erotismo casto.
El encanto de la lectura de los periódicos viejos no debe responder a una enfermiza nostalgia, sino que es la percepción, consciente o apenas intuida, de la forma como el pasado afecta y actúa en el presente. De cómo la noticia, que es semilla de algo por venir, o la manera misma de hacer periodismo en otra época, que era apenas búsqueda y promesa, han condicionado el hoy, la actualidad. Para entender la labor periodística, para saborear a fondo, con placer o con dolor, un periódico, viejo o de hoy mismo, hay que entender que su misión (su sumisión) es muy simple: ser gozne entre el pasado y el presente. Ahí está su debilidad, pero también su grandeza. Hacer periodismo con pretensiones de eternidad, de verdades absolutas, es una equivocación. Como la vida, el periodismo muere y renace en su propia agonía.