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Las palabras de
Vladimir Putin nos resultan premonitorias: "no jueguen con Rusia". Lo dijo porque hay demasiados reclamos frente al papel que está jugando esta superpotencia, provista de armas nucleares, en el mapa de las tensiones bélicas internacionales. Hay un tema de primer orden: Ucrania.
Apenas se termina de desactivar el cruce de fuegos entre Israel y Hamás. Gaza quedó demolida. Su reconstrucción tardará cerca de 20 años y valdrá más de 5 mil millones de dólares. Niños, muchos niños, marcados por el rugido de las bombas, de los cohetes.
En Irak, en el norte, para ser más precisos, el Estado Islámico ( EI ) copa territorios sin freno. Se impone con métodos brutales de ejecuciones públicas. Decapitaciones, fusilamientos. Lo hace frente a las cámaras, con un calculado tratamiento mediático que multiplique su mensaje de terror al resto del planeta.
Y en Siria se vive la peor crisis humanitaria del mundo. Más de tres millones de personas desplazadas. Errantes. El EI presiona en el noreste. El ejército oficial lo hace al centro del país. Y las milicias opositoras intentan sobrevivir en los rincones, con ciudades castigadas inmisericordemente por las presiones de todos los bandos de la guerra.
¿Rusia? ¿Gaza? ¿Siria? ¿Irak? En los 100 años de haberse iniciado la Primera Guerra Mundial, en los 75 de comenzar la Segunda, el mundo se pregunta sobre lo que parece ser una especie de involución diplomática y política, la incapacidad de negociar y solucionar, pacíficamente, los conflictos. Pareciera que en todos los flancos, en todas las direcciones, la humanidad transita terrenos irascibles, circunstancias desbordadas. Debemos contemplar crímenes de guerra, por parte de ejércitos entrados en la ceguera de los odios de todos los ámbitos. Un avión derribado en las fronteras de Rusia y Ucrania. Saldo: 283 muertos. Gaza: 2.140 palestinos muertos. Irak: un periodista y decenas de civiles asesinados delante de las cámaras como si se tratase de animales. Degollados, fusilados a un metro de distancia.
Citamos informes de prensa: decenas de conflictos siguen activos. Y sus efectos no tienen discusión. En 2013, se superó por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, el número de refugiados en el planeta. Se trata de 51,2 millones de personas desalojadas de sus lugares de origen y habitación, sumidas en el drama del destierro. La cifra y las condiciones se resumen así: "si todos los refugiados formaran un país, sería la nación número 26, con una población mayor a Canadá, España o Arabia Saudita".
¿Qué pasa? ¿Por qué este panorama irreductible de confrontaciones y desplazados? Incluso en Colombia, donde el conflicto armado no encuentra su fin. Solo en nuestro país, las víctimas ya son más de seis millones. La Cruz Roja Internacional, por ejemplo, acaba de ratificar que son 92.000 los desaparecidos. Y son más de 220.000 los muertos por razones de más de 50 años de conflicto armado.
Nos obliga esta lectura y esta reflexión, porque a nivel planetario las guerras perviven. A cada día arriba en los despachos de las agencias de noticias, en los informes especiales de los principales medios, una foto, una crónica con los relatos y las estadísticas detestables de confrontaciones crueles, crecientes.
¿Qué nos pasa? Acaso la humanidad retrocede frente al deber de la solución dialogada de los conflictos. Ojalá aprendamos que de la guerra no queda nada. Casi nada.
Apenas se termina de desactivar el cruce de fuegos entre Israel y Hamás. Gaza quedó demolida. Su reconstrucción tardará cerca de 20 años y valdrá más de 5 mil millones de dólares. Niños, muchos niños, marcados por el rugido de las bombas, de los cohetes.
En Irak, en el norte, para ser más precisos, el Estado Islámico ( EI ) copa territorios sin freno. Se impone con métodos brutales de ejecuciones públicas. Decapitaciones, fusilamientos. Lo hace frente a las cámaras, con un calculado tratamiento mediático que multiplique su mensaje de terror al resto del planeta.
Y en Siria se vive la peor crisis humanitaria del mundo. Más de tres millones de personas desplazadas. Errantes. El EI presiona en el noreste. El ejército oficial lo hace al centro del país. Y las milicias opositoras intentan sobrevivir en los rincones, con ciudades castigadas inmisericordemente por las presiones de todos los bandos de la guerra.
¿Rusia? ¿Gaza? ¿Siria? ¿Irak? En los 100 años de haberse iniciado la Primera Guerra Mundial, en los 75 de comenzar la Segunda, el mundo se pregunta sobre lo que parece ser una especie de involución diplomática y política, la incapacidad de negociar y solucionar, pacíficamente, los conflictos. Pareciera que en todos los flancos, en todas las direcciones, la humanidad transita terrenos irascibles, circunstancias desbordadas. Debemos contemplar crímenes de guerra, por parte de ejércitos entrados en la ceguera de los odios de todos los ámbitos. Un avión derribado en las fronteras de Rusia y Ucrania. Saldo: 283 muertos. Gaza: 2.140 palestinos muertos. Irak: un periodista y decenas de civiles asesinados delante de las cámaras como si se tratase de animales. Degollados, fusilados a un metro de distancia.
Citamos informes de prensa: decenas de conflictos siguen activos. Y sus efectos no tienen discusión. En 2013, se superó por primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, el número de refugiados en el planeta. Se trata de 51,2 millones de personas desalojadas de sus lugares de origen y habitación, sumidas en el drama del destierro. La cifra y las condiciones se resumen así: "si todos los refugiados formaran un país, sería la nación número 26, con una población mayor a Canadá, España o Arabia Saudita".
¿Qué pasa? ¿Por qué este panorama irreductible de confrontaciones y desplazados? Incluso en Colombia, donde el conflicto armado no encuentra su fin. Solo en nuestro país, las víctimas ya son más de seis millones. La Cruz Roja Internacional, por ejemplo, acaba de ratificar que son 92.000 los desaparecidos. Y son más de 220.000 los muertos por razones de más de 50 años de conflicto armado.
Nos obliga esta lectura y esta reflexión, porque a nivel planetario las guerras perviven. A cada día arriba en los despachos de las agencias de noticias, en los informes especiales de los principales medios, una foto, una crónica con los relatos y las estadísticas detestables de confrontaciones crueles, crecientes.
¿Qué nos pasa? Acaso la humanidad retrocede frente al deber de la solución dialogada de los conflictos. Ojalá aprendamos que de la guerra no queda nada. Casi nada.
Contraposición
PLANETA MEDIATIZADO Y EN UNA EVOLUCIÓN VIOLENTA, CON ESTADOS EN CRISIS
Por MAURICIO JARAMILLO JASSIR
Profesor de relaciones internacionales en la Universidad del Rosario
Estamos en un mundo en evolución. Una evolución violenta. Antes no había ciertas fuerzas que fueran tan visibles, desde abajo, caso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Hay redes sociales y una oferta de información instantánea. Eso ha creado una sensación de inseguridad inédita. Que además tiene una dimensión objetiva: Rusia, Siria, Irak, Colombia... producen muertos. Antes no nos sentíamos tan tocados porque no existía ese puente mediático planetario y permanente, inmediato.
Ahora la gente joven se pregunta quiénes son los árabes, qué pasa entre Rusia y Ucrania. ¿Europa?
Se está definiendo el futuro de, por lo menos, dos regiones: Oriente próximo, con el Estado Islámico, y Europa Central y Oriental, con el conflicto OTAN-Rusia. Habría que agregar que en cada bloque hay organismos en crisis como la ONU y la OTAN, después de fracasos en los noventa como Ruanda y Bosnia. Desde esa época no logran cumplir las expectativas con las que fueron creados y se advierten límites, caso de la OTAN, donde hay naciones tratando de sacudirse de la influencia rusa. Igual la Liga Árabe, por ejemplo, hoy precaria frente a la redefinición de los Estados. Si no hay Estados consolidados, pues ya se advierte esta crisis de identidades.