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HISTÓRICO
Una conversación sobre el nadaísmo
Por MÓNICA QUINTEROO RESTREPO | Publicado
Era 1958, en Medellín, y apareció un folleto de 42 páginas, con un nombre, muchas ideas y una firma. Era el Manifiesto nadaísta. El que firmaba era un tal gonzaloarango. Así, pegado, sin mayúsculas, como un solo nombre, sin ninguna pausa.

La primera página tenía la definición. "El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico consciente entre los estados pasivos del espíritu y la cultura".

Era un concepto muy limitado, también, porque no se sabían los alcances ni el ruido ni los escritos ni la poesía que iba a producir. Ni que mucho después, incluso, se fuera a dar un postnadaísmo.

"Es quizá el movimiento literario que más nos ha aproximado a la vanguardia. Lo importante de ellos es que por primera vez se cuestionó la tradición literaria y cultural colombiana, que era una tradición excesivamente conservadora, de espaldas a las expectativas del mundo moderno, incluso a lo que seguiría en otros países latinoamericanos", dice Raúl Henao, el poeta y ensayista que vivió la época, que conoció a casi todos los que hicieron parte de él. Que desde este viernes, y durante siete viernes más, estará en la Casa del Encuentro conversando en el Taller, para público general, de poesía nadaísta y postnadaísta.

Lo que hizo fue romper esa tradición idealista, académica, formalista, y llevó la literatura a las calles, muy en contacto con la vida cotidiana, con el lenguaje del pueblo. También cuestionó algunos tabúes morales y religiosos, y aunque no tenía en ese momento una obra literaria hecha, "actualizó —precisa Raúl— el panorama cultural colombiano. Esa es quizá la mayor importancia".

Los nombres, después de Gonzalo, llegaron con otros, como el de Jaime Jaramillo Escobar, entonces X-504, Eduardo Escobar, Jota Mario Arbeláez y Amílcar Osorio.

Era una generación, se autocalificó, frustrada, indiferente y solitaria. Sus integrantes estaban influenciados por el existencialismo y le daban prioridad a lo vivencial, a lo teórico, a la obra. Dos maneras para expresarse: la literatura y lo vital.

En lo literario tuvieron una revista, Nadaísmo 70. En lo vital, escribió Juan Gustavo Cobo Borda en Historia portátil de la poesía colombiana, se expresaron "a través de un comportamiento humano abierto y en ocasiones desenfrenado".

El nadaísmo se termina, como grupo, en 1970, con el último número (fueron ocho) de la revista. Gonzalo Arango, el fundador, rompe con todo lo que era el movimiento porque empieza a cuestionarse y a cuestionar ese nihilismo, ese ser ‘anti’ (antirreligioso) con cada cosa y ese aspecto poco serio que se dio en algunos.

Después, incluso, muchos han criticado al nadaísmo, aunque no deslegitimado su importancia, por el rumbo que tomó al final, "ese cause equivocado que fue el de la payasada, el del humor inofensivo", añade Raúl. Esa fuerza inicial que tenían. Ese brillo vital y ese empuje contestatario.

En el 70 aparecen los postnadaístas, con una generación de poetas que empiezan a publicar. José Manuel Arango y Juan Manuel Roca fueron dos de ellos. Hay una decepción por ese impulso contestatario y se interesan por la creación de una obra seria. Son más conservadores, retoman un poco, señala el escritor, la tradición académica, y volvieron a la esencia de lo que es un escritor, sin ligarse a lo político, por ejemplo, si bien está esa intención contestataria, trascendental. "Es un grupo de poetas más modesto", que no se constituyó como grupo. Poetas aislados, que están ahí, con su obra.

Han pasado ya 55 años desde que se creó el nadaísmo y, todavía, hay cosas que decir y que aprender y que leer. Aún hay preguntas. Porque ni es tan corto ni tan limitado y, casi nunca, tan fácil. Siempre queda aproximarse.
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