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La maestra Beatriz González recorre el Salón (inter) Nacional de Artistas con sus zapatos rojos. Entrega el bolso y se va yendo por donde Ángela Montoya, la conservadora, le va contando. El primer lugar del miércoles, a las 10:00 de la mañana, es el Edificio Antioquia. A veces se quita las gafas para mirar más de cerca.
Pausa para mirar La Heladería de Alejandro Mancera. Habla de la importancia de restaurar el edificio y ese espacio, en especial. "Llama la atención que intensifica la mirada. Una restauración que acentúa cosas". Es la primera obra que le gusta.
La maestra mira, conversa, recuerda, camina. Primer piso. Obra de Simón Vega de El Salvador. Una nave espacial hecha con material reciclable. "Lo que me recuerda es la de este argentino, Antonio Berni, que tiene un dragón. Es del 50 y está hecha con material reciclable. Una maravilla. Cuando entré, pensé, es Berni visto por un joven del siglo XXI".
Antes de seguir, de pronto lanza una idea que seguirá repitiendo. "Estamos haciendo de jurados —se ríe—. Es importante que el Salón reciba premios y es importante que sea globalizado, porque el arte está globalizado. Hay una tendencia a que sean solo artistas nacionales, pues no, se tienen que establecer diálogos con el arte que está sucediendo no solo en Latinoamérica sino en todo el mundo".
- ¿Qué le parece lo del nombre? — pregunta alguien.
- Los curadores pueden hacer lo que, como se dice en Santander, les dé la real gana, pero que el Salón no pierda el nombre ni el número, porque decían que lo iban a llamar bienal, pentágono. No, lo acaban, así pasó en Argentina, en Venezuela. La gracia de esto es que sea Salón 43 y que sea el que fundó Gaitán y Eduardo Santos en 1940. No borrar la tradición.
- ¿Y esa propuesta de que se deje el Salón Nacional y se haga una bienal internacional?
- No, eso tampoco. Lo que es bonito es que allí hay un colombiano y aquí un salvadoreño, que la gente establezca relaciones. Eso entra a un juego del arte globalizado y del momento que estamos viviendo.
Un paso más y el mismo alguien pregunta por los curadores y su papel. Ella responde que es un figura controvertida, porque ahora se empieza a volver artista, a decir haga esta obra o la otra y el papel del curador debe ser más limpio. "El curador llegó a tal poder que le quitaron el premio a los artistas y le dieron la plata a los curadores. Yo sí creo que debe haber premio. Todo el mundo tiene referencia de Los suicidas del Sisga, que fue un premio secundario, pero la gente cree que fue el primero, porque esas obras se vuelven icónicas".
Piso ocho. Todavía Edificio Antioquia. Primeras risas con el nombre del trabajo de Liu Chuang, una pieza vacía, con un aire acondicionado que funciona al revés. "Sin comentarios".
Dos palabras. Bueno, cuando no le llaman la atención. Qué maravilla, cuando se queda mirando. No ve videos, ni oscuridades.
Séptimo piso. Una frase, pícara, frente a una obra. "Superanticuado. Otra vez pintura, se llama esto". La obra de David Higuita le parece una maravilla. Es la de las guitarras, que el hace y pinta. Alfrente está la de Antonio Restrepo y sus dibujos y su mirada a los periódicos. Está en su lista de obras a las que les daría el premio.
Sexto piso. La obra de Leyla Cárdenas ya la había visto. "Es una de las mejores", pero por qué no hizo una obra nueva para el Salón. No entra al salón vacío, con paredes que lloran aguardiente.
Gabriel Sierr a también está en su lista. Es un juego con las ventanas. "Incorporó el exterior y se apropia. Me parece que sobran los cubitos, pero es una obra de una sensibilidad, de un manejo de las alturas. Entra aire fresco, luz".
Cambio de espacio. Camina hasta el Museo de Antioquia. Otra palabra que repite. Minimalismo. Lo vuelve a encontrar en la obra de Jean-François Boclé y sus bolsas azules. "Esta obra me produce inquietud". Le parece bella, pero están todas esas bolsas, que pueden llegar a ser basura. Le cuentan que son biodegradables, pero ella hace caras, de todas maneras.
Cuando llega a Nicolás París, con esos dibujos hechos en lápiz negro, un "muestre que me interesa. Me gusta porque integra el asunto de la pedagogía a la obra de arte. Esa delicadeza. Muy pura". También le daría el premio. Igual a la de Alberto Baraya, Antropometrías.
Segundo piso. Fran çois Bucher. "Este es el más inteligente de los artistas porque nadie lo entiende". Muestra la sonrisa. Freddy Alzate le gusta. Hay una parte en el museo y otra en el Jardín Botánico. La del Jardín, dice, la dejaría allí, como escultura. En Libia Posada, un "ya hizo su mejor obra, la de los mapas en las piernas", y recuerda lo del espacio. Mucho espacio, cuando podría ser menos y darle un lugar a otro. "¿Quién reparte los espacios?".
La alfombra persa de Adrián Gaitán, hecha en barro, le parece bien, aunque le sobra el corte eléctrico de la lámpara.
La última es la de Hernando Tejad a. "¿Qué es eso de artistas muertos?. En las reglas del salón está que no se pueden". En la Casa del Encuentro pasa igual con Ethel Gilmour. "Voy a escribir en mi testamento que a mí no me pongan". Pasa rápido. "Lo único bueno es la obra del mexicano". Nombre del mexicano, Demián Flores.
A las doce y treinta aplaude. Fin del recorrido. No está cansada. Podría seguir mirando. "Yo creo que el Salón está más vivo que nunca y que la labor de curaduría es no permitir que muera y avivarlo por sistemas de la globalización. Algunas veces no resultan, pero a veces sí".
- ¿Qué le pareció la calidad?
- ¿De uno a diez? Siete.