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No son comunes ellas y tampoco que sean halladas por un simple aficionado.
En la selva atlántica de Bahía, en Brasil, fue encontrada una planta de apenas unos centímetros de alta. ¿Su característica? Que ella misma siembra las semillas.
De flores blancas y moradas, fue observada por un trabajador de oficios varios, José Carlos Mendes, en el patio de una casa en esa región del nordeste brasileño, zona de gran biodiversidad.
La recogió y la plantó en una matera en la ventana. Entonces pronto comenzó su patrón, Alex Popovkin, la búsqueda para identificarla, apoyado por paneles solares en esa remota región y su acceso a internet.
Unas fotos colocadas en Flickr y el contacto con expertos taxonomistas y pronto identificaron que era de la familia Loganiaceae y el género Spigelia.
Con el aporte de científicos de Rutgers University y la Universidad del Estado en Feira de Santana, una investigadora española extrajo el ADN y se confirmó el género.
En el área solo se encontraron unas pocas plantas. Mueren cada verano y reaparecen al comienzo de la temporada de lluvias.
La planta junto a la ventana pronto mostró una extraña característica: luego de que se forman los frutos, las ramas en los que se encuentran se doblan, depositando en el suelo las cápsulas con las semillas, enterrando algunas de ellas en ciertas ocasiones.
De este modo aseguran que permanezcan lo más cerca posible a la planta madre, facilitando su propagación en la próxima temporada. Este fenómeno es conocido como geocarpia, una poco común adaptación que permite crecer en ambientes difíciles.
Otro ejemplo de geocarpia es la pequeña fruta de una leguminosa, que es enterrada por la planta.
La nueva especie hallada en el nordeste de Brasil fue bautizada como Spigelia genuflexa y fue descrita en un paper publicado en el journal de taxonomía PhytoKeys , donde se puede descargar el artículo.
Popovkin emigró hace años de Rusia, donde trabajó en invernaderos en el jardín botánico de la Universidad de San Petersburgo, pues siempre quiso conocer las plantas del trópico, un sueño que le tomó 30 años.
Hoy sigue recorriendo los campos en busca de más especies, junto a José Mendes, Louro, a la espera de nuevos hallazgos.