Descomplicado, jocoso, le saca punta a todo. Agradecido en cada una de sus palabras, con quienes lo vieron crecer y le tendieron la mano. Impulsivo al momento de hacer gestos. Pero ante todo, reconocido con su padre a quien le debe su encarrete por la bicicleta y de quien lamenta no lo pudo ver en los "gozosos".
Ubicarlo allí es bien complicado. No por su localización en su natal Urrao, sino por el calvario que se vive durante el trayecto, desde las partidas en Camilocé, hasta Betulia.
Precisamente desde este municipio se puede comenzar a escribir la historia ciclística de Rigoberto Urán, porque su recorrido rutinario, llámese entrenamiento, es de Urrao a Betulia, ida y regreso. Es la única manera de acumular un buen número de kilómetros.
Para este ciclista paisa nada ha sido fácil. Su niñez y parte de juventud, la vivió en medio de las más grandes dificultades económicas, solventadas en gran parte por lo poco que ganaba su padre, también llamado Rigoberto, con la venta del chance.
Para su infortunio y fruto de la absurda violencia que vivieron varias regiones del país, bien ligero se quedó huérfano de padre, a los 15 años.
Ese hecho ni quiere recordarlo, porque sus ojos presenciaron el asesinato de quien fue su padre, compañero, amigo y tutor en el ciclismo. "Con él siempre salía todos los días a entrenar. Lo hacía con ropa normal y zapatos, nada de prendas deportivas. Imposible tenerlas, porque el dinero se utilizaba en otras necesidades primarias", narra, mientras se le "chocolatean" los ojos.
De su padre heredó la venta del chance. A su muerte, él se hizo cargo de esta actividad, la misma que le sirvió para fortalecerlo en el ciclismo. Todo el día recorría el pueblo en bicicleta, llenando de ilusiones a sus compradores.
"Nadie me cogía un chance y claro, se aburrieron conmigo". Llegan las risas. "Cuando me volví ciclista, con algún nombre -y hace énfasis-, me ayudaban porque yo era el que dejaba en alto el nombre del pueblo. Incluso, donde llegaba no me faltaba la comida. Por eso cuando entraba a la casa a las diez de la noche, después de salir a las siete de la mañana, llegaba lleno y sin ganas de comer. La gente fue muy bonita conmigo".
Su infancia y juventud estuvieron entre el estudio y el trabajo. Al colegio iba cinco meses al año, porque los otros los pasaba en campeonatos y por eso no niega que le regalaban los años. "Es imposible decir que ganaba los cursos, porque en cinco meses nadie pasa", reafirma.
Aracelly y Marta Lucía, son sus desvelos. Por ellas aguanta lo que sea, como fueron sus primeros meses en Europa. En medio de comidas y climas distintos. Peor aún, idioma diferente y por eso la dificultad para comunicarse con sus compañeros. Ahora todo es distinto.
"Rigoberto es nuestro gran amor. Todos esos sacrificios los hace por mí y su hermana. Pero no crea que no se sufre viéndolo tan lejos. No se imagina todo lo que lloré cuando se cayó el año pasado en la Vuelta a Alemania y yo sin poder estar a su lado. Eso no se lo deseo a ninguna madre", dice Aracelly, quien no para de alabar a su hijo. Y en calificarlo de un joven muy dedicado y entregado a su profesión. "Créalo, va a ser campeón del Tour de Francia", remata convencida.