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Lejos del conflicto colombiano que en los años 90 y comienzos del siglo XXI expulsó a millones de personas de sus hogares y el país, en 2003 la familia colombo siria Londoño El Charif creyó encontrar el paraíso en la histórica ciudad de Damasco, en Siria.
Al comienzo todo era bendición, habían llegado a la tierra prometida, a un mundo enriquecido por un pasado tan bíblico como fantástico, el lugar donde el rabino Simeón ben Azaí vio el Paraíso y murió; un mundo adornado con las historias de Las Mil y una Noches, sus alfombras voladoras, sus fuentes bajo las cuales podría haber tesoros ocultos, sus ríos al final del destino para hallar la inmortalidad, las mezquitas milenarias y los iconos de un arte milagroso.
Caminar por las calles de Damasco, llenas de musulmanes, cristianos y turistas de todas las lenguas, era un deleite para el alma. Todo parecía perfecto hasta que a Siria entró en una primavera cargada con el estruendo de las ideas, las balas y las explosiones: La Primavera Árabe.
Y como si todo lo pasado hubiese sido un sueño, las tranquilas calles y fuentes se convirtieron en trincheras de fuego y odio entre opositores y seguidores del régimen de Bashar Al Assad. Al primer muerto le siguieron otros muertos y a estos miles de muertos y miles de atentados que hoy, dos años después suman más de 100.000 muertos y la tragedia está lejos de detenerse.
El final del paraíso
En diálogo exclusivo con El Colombiano, el jefe del hogar, Jaime Londoño Zuluaga, detalló su angustia, la de su esposa Laila y la de dos de sus tres hijos con los que vivía en la capital siria hasta que se dio su repatriación a comienzos de febrero pasado. Solo ahora, luego de recuperarse de un infarto cerebral, que casi acaba con su vida en pleno vuelo de regreso a Colombia, decidió narrar su historia.
"Éramos los únicos colombianos atrapados en ese conflicto árabe". Su salida de Damasco fue un milagro por gestión de la Cancillería de Colombia y otros países amigos que les tendieron la mano en lo peor de la pesadilla.
Su dicha no ha sido completa porque tras el retorno les tocó separarse. Jaime vive en una finca del Oriente antioqueño, en San Vicente, con un hermano que lo acogió; el resto de su familia está en Copacabana, de "arrimada donde unos primos".
Milagro de vida
Su esposa Laila El Charif, una siria de corazón antioqueño, hija de padre sirio y madre paisa, fue quien motivó a la familia a buscar el sueño árabe que truncó la guerra.
"Cuando dejamos a Medellín en 2003 y arribamos a Damasco, dijimos que habíamos llegado al paraíso. Era una ciudad donde la inseguridad no existía, las personas vivían con las puertas de sus casas y de sus carros abiertas", dice Abdul Karim (siervo del generoso) el nombre conversó como musulmán del señor Londoño.
Su esposa Laila nació y vivió en Siria hasta que su madre quedó viuda y se vino con sus hijos para Colombia. "Nos conocimos acá en Copacabana, yo trabajaba en la Agencia de Seguridad y Control en ese municipio y allá la conocí".
Ya convertido en Abdul Karim, Londoño empezó a practicar el Islam pero con dificultades en Medellín. No comía carne porque no la sacrificaban con los ritos adecuados y otras prácticas que hicieron que su esposa le propusiera radicarse en Siria. "Aunque ella me dijo que las cosas allá no eran fáciles y la sociedad parecía más del siglo XIX, nos embarcamos en esa aventura con dos de nuestros tres hijos". Su hija mayor no estuvo en el viaje. Kinda es su nombre (ella se casó joven, hoy en día tiene 27 años y vive en E.U.) pero nos fuimos con Lina Marcela, que en ese entonces tenía 10 años (hoy tiene 20) y Camilo Andrés de 9 (hoy tiene 19)".
Antes de partir hacia Siria la familia Londoño El Charif trabajó en el comercio paisa con bluyinería, ropa interior, pero el negocio se puso malo y hasta el señor Londoño manejó taxi durante 5 años.
La tierra prometida
Siria, un país de 21 millones de habitantes, cautivó a Londoño y lo comprobó viviendo una década allá. A la tranquilidad se le sumó la pujanza comercial. "Parecía increíble, la gente andaba con fajos de dinero por las calles para hacer grandes compras. En Damasco la gente negociaba de palabra, como nosotros aquí hace 50 ó 60 años. Son muy honestos, todos se conocían y la palabra se honraba", comenta con aire de nostalgia Londoño.
Recuerda que los fines de semana se sale a restaurantes, las filas eran largas para ingresar a ellos y la vida nocturna se limitaba a eso porque ni discotecas hay en Damasco. También el respeto por el otro es fundamental, en la capital siria hay barrios cristianos con iglesia propia y no había problema, la convivencia religiosa era notable.
"Yo me encontré esa vida y le doy gracias a Dios porque al mes de estar allá conseguí trabajo en una fábrica de tubería de PVC. Llegué como un héroe por ser musulmán converso del cristianismo. Me decían que era un valiente por estar dispuesto a los sacrificios y exigencias que implica esta fe. Por ejemplo, el mes de Ramadán que es de puro ayuno", destacó.
Abdul Karim logró instalarse bien con su familia, trabajó casi todo el tiempo la ingeniería mecánica en la empresa de PVC, profesión que aprendió allá de forma empírica, aún teniendo la limitación del idioma pero el cual adquirió perfectamente con el pasar de los años. "Los hijos llegaron y a los tres meses estaban hablando perfectamente árabe", relató.
Crisis comenzó
El punto de giro en la tranquilidad siria comenzó con la Primavera Árabe en 2010, revueltas que se iniciaron en Túnez, pasaron a Egipto, Libia y posteriormente se reflejaron en Siria, contra el régimen de Bashar Al Assad.
"Comenzaron los retenes militares, la restricción a la movilidad, la tensión aumentó y empezó a reducirse la actividad económica del país, eso se notó de inmediato. Antes me desplazaba de la casa al trabajo en 40 minutos pero esas pesquisas contantes del Ejército, más las balaceras hacían que me demorara hasta cuatro horas en el mismo desplazamiento".
Luego comenzaron los bombardeos y las muertes se volvieron pan de cada día. Un día llegó a trabajar y le dijeron que se devolviera porque ya no había trabajo, cerraron la empresa de PVC porque la situación era compleja. "Días antes iba en el bus para la empresa y nos tocó un enfrentamiento con tanques de guerra, sentíamos los proyectiles pasar cerca a nosotros que estábamos tirados en el piso del bus, era una cosa pavorosa, parecía una película".
"No podíamos salir ni a la esquina, estuvimos varios meses encerrados en nuestra casa. Afortunadamente teníamos reservas suficientes para subsistir y logramos sobrevivir sin trabajo un año. Había miedo para salir, la luz la quitaban por una semana entera, empezaron a racionar el combustible, así como la comida y los servicios públicos. Se convirtió en un estado de guerra, máxime cuando los carros bomba sonaban cerca a nuestra casa y la tensión era total".
El riesgo era grande para ellos porque para comprar un kilo de pan había que hacer una fila hasta de 10 horas, con el agravante de que se exponían a morir en un atentado, tal y como ocurrió con más de 300 personas que fallecieron por la explosión de una bomba mientras hacían una fila para comprar pan. Pensaba en sus hijos y en su esposa y tenía que hacer algo. El miedo de morir en un atentado se combinó con el temor por su hijo, que tenía 17 años y se había convertido en carne de cañón para ser reclutado a la guerra.
"Mi hijo mide 1,80 metros y su talla era apetecida por ellos, para reclutarlo en el Ejército o en las fuerzas opositoras. O lo mataban o se lo llevaban para la guerra, e hice una ‘vaca’ con mi familia en Colombia y logramos sacarlo de Siria hace poco más de un año, y desde eso vive de nuevo en Copacabana".
Odisea para regresar
Pero lo peor estaba por venir. "Estábamos maniatados, ni siquiera había relaciones diplomáticas de ninguna clase con Colombia, no había consulado y no teníamos a quién pedirle ayuda". El nerviosismo los destruía y el desespero los atormentaba. Sin servicios públicos básicos y sin conectividad a internet porque estaba prohibido, aún así lograron contactar a una persona que navegaba de contrabando a altas horas de la noche. "Lo llamamos y a eso de las dos de la mañana enviamos un mensaje de SOS a la Embajada de Colombia en el Líbano: ‘familia colombiana en problemas, Damasco, Siria’. Lo mandamos y este mensaje fue recibido por el embajador de Colombia allá, Mauricio Ávila Rodríguez".
Al otro día los contactaron desde esa sede diplomática, les solicitaron los registros de expedición de pasaportes de la familia pero todo se les desvaneció cuando "nos dijeron que no había recursos para sacarnos, no teníamos nada de dinero. Pero el caso nuestro fue dándose a conocer y varias organizaciones de inmigrantes cooperaron con la Cancillería de Colombia. Hasta la Embajada de Chile en Siria nos ayudó demasiado y dispuso sus vehículos para sacarnos con el mayor hermetismo de nuestra casa, hasta la frontera con el Líbano donde nos recibirían los vehículos de Colombia".
En la mayor reserva por temor a un secuestro, lograron estar a salvo en el Líbano, desde donde la Cancillería colombiana los puso en un vuelo hasta Francfort (Alemania) y después hacia Bogotá. En pleno vuelo, debido al estrés, Jaime sufrió un infarto que lo dejó varios días en la clínica. Esta vez Dios también fue su compañero.