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HISTÓRICO
¿Y CUÁNDO LLEGARÁ LA PRIMAVERA?
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    ¿Y CUÁNDO LLEGARÁ LA PRIMAVERA? |
Por MICHAEL REED HURTADO | Publicado

El otoño llegó al norte, inevitablemente. La verde hojarasca se tornó roja, amarilla y naranja; eventualmente el café y el gris se apoderarán de todo. Los anímales desaparecen paulatinamente con la llegada del frío. Los ruidos de la vida veranera se moderan hasta que el gélido silencio del invierno se instale. El ambiente de pérdida se extiende soterradamente hasta propagarse por completo; el otoño actual produce un profundo sentimiento de desconsuelo. Todo va en caída.

Afortunadamente, estas estaciones no son eternas y siempre dan paso a la primavera y al verano. Ese tránsito recuerda que hay posibilidad de un nuevo ciclo de vida, después de la helada, desencadenando el prodigioso y encantador despertar de las plantas y los animales. La próxima primavera no es una simple repetición de la pasada. Cada año hay cambio; intervienen las lluvias, la temperatura, lo arado y lo sembrado. No hay calco que valga; sencillamente: no es posible engendrar lo mismo. Aunque siempre hay un fuerte arraigo en la vida recordada, lo experimentado en primavera siempre excede la memoria del pasado y genera sentimientos de restauración y bienestar.

La reflexión es foránea el trópico colombiano pero la evocación del paso de las estaciones propicia un estado anímico y reflexivo apropiado para aproximarse a los cambios sociales y políticos – grandes o pequeños – que se desprenden de las transiciones hacia la paz.

Después de más de dos años del inicio de las conversaciones y de promesas de un cambio que no llega es comprensible que se asienten el agotamiento y el desespero. La promesa de cambio se pierde en el gris oscuro que se percibe perpetuo. La vida nacional parece tender más hacia la decadencia que hacia el florecimiento. En medio de la desolación, cabe recordar que la primavera siempre llega, aunque tarde.

Si el proceso de paz colombiano va a generar cambios deseados (y necesarios) en eso que llamamos país, Estado o sociedad, debemos movilizar nuestras energías para hacer parte del proceso y generar un proyecto compartido, que todos podamos invocar y reconocer como incluyente. La negociación sola no lo logrará. Cada persona que siente que hace parte de algo colombiano – país, Estado, sociedad o comunidad– tiene que concebir que el cambio es posible y que la mustia hojarasca del otoño y el crudo invierno cederán, dando lugar a nuevos brotes de vida y a un nuevo ciclo, con dinámica propia.

El cambio no es sólo posible sino que es inevitable; el proceso de negociación política del conflicto armado brinda una oportunidad para producir cambios en Colombia. Es necesario, no obstante, apartarnos de visiones que reducen el proceso de paz a un enfrentamiento bipolar entre guerrillas y Gobierno o, peor aún, a un furtivo pacto entre demonios. La negociación política entre guerrillas y gobierno es un paso necesario pero no suficiente para dar lugar a una nueva forma de vida social y política. La búsqueda de ese cambio nos involucra a todos.

La negociación puede parecer infecunda y eterna, pero no deja de ser un paso necesario hacia la generación de la próxima estación. Pensar y actuar en función de ese futuro contribuye a vigorizar los vientos de transformación política y social, y a iniciar el diseño de un proyecto colectivo incluyente que podamos llamar Colombia sin que broten interminables e incongruentes visiones de lo que invocamos.

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