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HISTÓRICO
Ya nadie es mal músico
Por JAVIER RODRÍGUEZ | Publicado
Ser tolerantes, equitativos e incluyentes. No discriminar ni echar mano de prejuicios. Ser diplomáticos, sutiles, abiertos a las opiniones encontradas. Escuchar al otro, ponerse en los zapatos del otro… La sociedad contemporánea nos ha entregado las herramientas necesarias para lograr una armónica y pacífica convivencia… Herramientas para dejar atrás los fanatismos, para aprender que las múltiples opiniones y puntos de vista enriquecen el debate, que amplían la visión sobre un mismo asunto.

Quienes llevamos inmersos en el mundo de la música desde hace un montón de años, hemos visto una serie de procesos bien interesantes que ha vivido nuestra ciudad. Son ya cuestión del pasado los duelos a muerte entre tribus urbanas que tenían como bandera una música en particular. Los radicalismos tienden a desaparecer. Hay apertura mental.

Tantas buenas acciones e intenciones, también, han abierto la puerta por donde se ha colado el concepto de que todo es válido en música, de que todo es respetable y tiene sentido porque le gusta a alguien o, supuestamente, le gusta a todo el mundo. Lenta y progresivamente ubicamos todas las músicas, todos los artistas, todos los géneros en el mismo nivel. Ya nadie es mal músico. Ya nadie tiene mal gusto. Ya nadie crea productos que puedan ser catalogados como auténtica basura. La crítica desaparece por el miedo a sonar fascista. Ese tacto, ese guante de seda que debemos aplicar a la hora de referirnos a ciertos productos sonoros (mas no musicales), terminó por eliminar las fronteras que existen entre las músicas creadas por sujetos preparados y con la muy necesaria visión artística, y otros que riman, rumian y raspan apoyados en un loop estandarizado, monótono y asfixiante, o respaldados por sonidos sin mayor inventiva o exigencia.

Hacer música, o creer que se está haciendo música, se volvió un hecho normal para seres normales, sin formación y muy escaso talento. Dj’s que se reclaman el calificativo de artista por el hecho de poner a sonar con destreza pasmosa dos acetatos simultáneamente; modelos bonitos con nombres diseñados por un agente de prensa o relacionista público –Mária, Féde o Jóse-; artistas urbanos con la creencia absoluta de que lo suyo está destinado a la eternidad… todos, apoyados por una ciega y sorda masa mediática, relegaron al oscurantismo el arte sonoro.
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