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El sector de La Aguacatala donde casi no hay habitantes

Le contamos cómo Oviedo y Eafit, entre otras instituciones, le cambiaron la cara a La Aguacatala.

  • Casas blancas, con puertas y ventanas de madera, predominan en la zona. Las calles han sido demarcadas por la Alcaldía de Medellín con celdas de estacionamiento regulado. FOTOS JAIME PÉREZ
    Casas blancas, con puertas y ventanas de madera, predominan en la zona. Las calles han sido demarcadas por la Alcaldía de Medellín con celdas de estacionamiento regulado. FOTOS JAIME PÉREZ
  • El sector de La Aguacatala donde casi no hay habitantes
  • 1. Casa de Harriet Victoria Mantilla, de las únicas residentes del barrio. 2. La Universidad Eafit llegó al sector en 1963.
    1. Casa de Harriet Victoria Mantilla, de las únicas residentes del barrio. 2. La Universidad Eafit llegó al sector en 1963.
Aquellas calles donde ya no juegan los niños
12 de abril de 2018
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Este sector dos es de esos barrios donde los andenes se levantan y se quiebran por las raíces de los viejos árboles sembrados hace décadas que cobijan sus tres manzanas, no más de 60 casas, y logran aislar el ruido de vías como la Regional, la avenida Las Vegas y el intercambio vial de la glorieta de la calle 12 sur.

Así como Guayabal fue bautizado por los árboles de guayabo, toda esta zona sur de El Poblado se conoce desde el siglo XIX con el nombre de Aguacatal por los frondosos palos de aguacate que abundaban en estas tierras antes de la industrialización y urbanización de la ciudad que, según los registros históricos, comenzó en la década de 1960.

Parece el sitio ideal para las familias con hijos, pues sus calles tranquilas, sin mucho tráfico y con zonas verdes, son el escenario perfecto para los juegos infantiles. Pese a esto, desde finales de la década de los 80, las casas empezaron a ser ocupadas por empresas, centros educativos u otras organizaciones y los padres con sus niños, los abuelos y la vecindad que allí se formó, le dijeron adiós a La Aguacatala.

El origen

El historiador Carlos Gaviria Ríos describió este barrio y toda la zona, con base en el relato del Crimen del Aguacatal (ver La microhistoria), como una vía despoblada que conducía de Medellín a Envigado, una falda montañosa fértil e inclinada, donde la gente se ubicaba a la vera del camino a vender los aguacates.

“Nos presentan este sitio como unas tierras ocupadas por fincas de cultivo dispersas; en específico, el sector dos, al costado sur de lo que hoy es la Universidad Eafit, como una ribera del río Medellín donde habían sembrado guayabos, que a pesar de esto ya se conocía con otro nombre”, expresó.

Allí llegaría la Urbanizadora Nacional, entidad que se encargaba de trazar calles, demarcar lotes y dejarlos listos para construir. Los terrenos, señaló Gaviria Ríos, aparecían a nombre de Manuel Celedón, a quien se los compraron para que sirvieran como viviendas para las familias que buscaban asentarse cerca de las industrias nacientes en Envigado, Itagüí y Medellín.

La Aguacatala comprende un polígono que va desde la calle 12 sur hasta la calle 2 sur y está divida en dos etapas: la primera que incluye lo comprendido entre las avenidas El Poblado y Las Vegas, con centro comercial Oviedo incluido, y la otra que abarca todo lo restante hasta la avenida Regional.

Como dato curioso, la famosa gruta de la Virgen que lleva el nombre del barrio no está en él, sino que hace parte de El Castillo, así como también sucede con la estación del metro que se llama Aguacatala, pero está en el vecino Santa María de los Ángeles.

“En el sector dos, los lotes fueron delimitados en 600 metros cuadrados. Pero la urbanización fue muy lenta, tanto así que hasta los años 70 apenas habían construido alrededor de cinco o seis casas en el lugar”, comenta Gaviria Ríos.

Casas blancas

Allí llegaría Harriet Victoria Mantilla hace 35 años, cuando en su deseo por trasladarse desde Laureles a ese naciente barrio que le pareció tan acogedor, quedó flechada con la casa donde ahora vive. En los tiempos cuando aún tenía vecinos, recuerda que junto a su vivienda residía Joel Moreno, expresidente de la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos (SAI), al otro lado también vivía un político del que ya no recuerda el nombre.

“Todas las casas tenían niños, jugaban a la pelota, porque son terrenos con mucha zona verde, con terreno a ambos lados, espaciosas, que se prestan para eso”, cuenta Harriet, que hoy es de las últimas habitantes y se resiste a irse de allí, pese a las numerosas ofertas que le han hecho por su hogar.

La mayoría de las construcciones conservan su diseño original, viviendas entejadas con fachadas blancas, puertas y ventanas de madera pintadas con colores oscuros, un garaje para los carros y generosas en sus habitaciones por los espacios de los terrenos.

Hoy varias de esas casas o están marcadas con señales de arriendo, o están ocupadas por centros de idiomas, dependencias de la Universidad Eafit, y tres edificios (dos residenciales) que irrumpen en la dinámica del barrio.

Harriet se lamenta que en unas pocas ni siquiera se respetó la arquitectura de las fachadas, pues todas eran uniformes, e incluso hubo un tiempo en el que el barrio tuvo celaduría y funcionaba como una especie de conjunto cerrado hasta que comenzaron a llegar las entidades y sus habitantes migraron hacia otras zonas de Medellín.

Adiós de las familias

Eafit llegó en 1963, pero cuando sus instalaciones no fueron suficientes en el campus, oficinas como la del Centro de Estudios Urbam, el Consultorio Jurídico o el Centro de Egresados, fueron trasladadas a casas aledañas compradas por la institución educativa.

Pero la primera academia que llegó a incrustarse en la vida familiar fue Yurupary, que se ubicó en una de las viviendas a finales de la década de los 80. Alejandro Arango Uribe, subdirector de este centro de educación, dice que en el sector encontraron las características ideales que querían transmitir en sus aulas de clase.

“Hace ocho años se compró también la casa de la parte posterior y la conectamos con la primera. Era un barrio residencial y fue difícil al comienzo, porque la gente estaba acostumbrada a que a través del único acceso vehicular que existe solo entraban quienes vivían aquí”, revela.

Personas ajenas comenzaron a llegar a esta zona de La Aguacatala y se fueron asentado más entidades que, según Arango Uribe, hoy son más de 50, dejando para la historia la identidad residencial de sus calles. Hoy, incluso el desorden en el parqueo debió ser controlado por la Alcaldía, que demarcó allí más de 60 celdas de estacionamiento regulado para carros.

En el sector uno, el centro comercial Oviedo llegó a asentarse en 1979 y, con él, toda La Aguacatala fue transformándose en una zona empresarial y de servicios, como es el caso del hogar geriátrico Florecer, que ocupó una de las casas en el sector dos y hoy atiende a 13 personas que llegan allí, porque aunque el barrio se llenó de empresas, sigue conservando un ambiente silencioso, como de refugio.

Así mismo son las noches, inhabitadas pero tranquilas, porque en el día la mayoría de las casas y edificios están ocupados, pero al caer el sol si acaso se escucha a lo lejos el zumbido del motor de los vehículos.

Las luces de la casa de Harriet estarán encendidas y se preguntará si todavía le queda algún vecino a quien visitar.

Infográfico

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