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Cuando al alma la tocan los objetos y no el dinero

Medellín es la ciudad del país donde la gente más se aferra a lo usado y a lo viejo, revela una investigación.

  • Román Vidales lleva 30 años feriando objetos usados. FOTO Julio César Herrera
    Román Vidales lleva 30 años feriando objetos usados. FOTO Julio César Herrera
  • Jaime Correa disfruta cada segundo en su anticuario de El Poblado. FOTO Julio César Herrera
    Jaime Correa disfruta cada segundo en su anticuario de El Poblado. FOTO Julio César Herrera
  • Aunque Norberto Calle no ha convertido su casa en un museo, tiene una colección que le encanta. A él le gusta compartirla con sus amigos, que conozcan la historia detrás de los objetos. FOTO Julio César Herrera
    Aunque Norberto Calle no ha convertido su casa en un museo, tiene una colección que le encanta. A él le gusta compartirla con sus amigos, que conozcan la historia detrás de los objetos. FOTO Julio César Herrera
18 de agosto de 2017
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¿De dónde viene esa manía de coleccionar, de tener objetos viejos y aparentemente inútiles, pero que podrían ser rentables si uno se decidiera a venderlos?

“Hay días en que los relojes/ las tazas, los sombreros o las llaves/ son simplemente objetos cotidianos/ pobladores imprecisos de las casas/ que se llevan con descuido de un lado a otro de los cuartos/. Pero hay también cuando esos mismos enseres habituales/ se cubren de importancia inesperada/ y pueden suscitar revelaciones que les convierten en tema de un poema/”, escribe la escritora Andrea Cote Botero.

Poesía o dinero. He ahí un dilema de a vida, que para muchos gira alrededor de lo que se posee o de la nada, si lo que más se valora es el alma, tan intangible que no se puede tasar en pesos.

Dice Norberto Calle Restrepo, coleccionista con un anticuario llamado La Telaraña, a tres cuadras del parque de Envigado, que la manía de coleccionar botellas de leche (¿qué empresa hoy en día la vende en estos recipientes de vidrio?) le vino de los recuerdos de su adolescencia, por influencias de una familiar.

“Recuerdo que a mis 15 años tenía una tía que vendía leche en litros y yo era el que le ayudaba. Yo iba en un carrito de rodillos por las calles, me echaban las cajas con los litros y salía a venderlas a las casas, me decían: ‘hola Norbertico’. Todo eso me recuerda mucho de la lechita de mi tía”.

A Norberto, de 70 años y residente en el barrio Mesa, de Envigado, se le va la mirada en su viaje imaginario al pasado, a los recuerdos de sus años de pantalón corto, cachucha y tirantes, y una luz llega a su rostro. Su belleza se ilumina con su pelo cano y parece con aureola.

Alguien que colecciona cosas es equivalente a un poeta o un hacedor de versos.

“Las cosas tienen un valor. Las botellas que tengo -de un litro, de medio y de un cuarto, son mucho más que vidrio, tienen una historia. Muchas son difíciles de conseguir y, por eso, las tengo en mi colección personal”, asegura.

Pero en su vitrina hay mucho más que “litros”. En su casa de Envigado tiene centenares de objetos que él califica de únicos y escasos, entre los que se cuentan una máquina de coser Singer miniatura, réplicas de una moto Lambretta, de una máquina para moler maíz, de hidrantes, de un sombrero de bombero y minicajas de Coca Cola, Pepsi Cola y una cajetilla pequeña de cigarrillos Pielroja, sellada y sin abrir, cuando incluso se vendían sin filtro y con empaque amarillo.

“Cada cosita de estas yo la tengo, porque sé que es diferente, tienen una historia, y son muy difíciles de ver en cualquier anticuario”, dice.

Norberto, de bigote blanco, sostiene que jamás vendería su colección y que su familia tampoco, porque a sus hijos les inculcó el amor por los objetos.

“Una vez me tocó vender mi colección de ‘litros’, porque tuve una dificultad económica, pero poco a poco los he ido recuperando y hoy tengo más de ochenta. Mi colección de pesas antiguas también es importante”, asegura este pionero de los anticuarios.

Objetos con alma

Una investigación del portal de avisos clasificados OLX acaba de revelar que Medellín es la ciudad con más tendencia a guardar objetos o elementos usados por apego. Dice, por ejemplo, que si los habitantes de la ciudad vendieran esos elementos que ya no tienen utilidad en las casas, tendrían ingresos de $776 mil millones.

Artículos para bebés, muebles, bicicletas, computadores, televisores y teléfonos celulares son, en su orden, los objetos que más conservan los colombianos y que se podrían vender, pero las personas no lo hacen, revela la investigación.

“Si pusiéramos en línea recta una tras otra, todas las bicicletas que tienen los colombianos y que no usan, eso nos daría un equivalente a 3.900 kilómetros de distancia, y eso es un poco más de distancia de lo que recorren los ciclistas en el Tour de Francia”, asegura Andrés Buitrago, gerente de OLX en Colombia.

¿Cuánto dinero obtendría, por ejemplo, Abraham González, si se decidiera a poner en subasta su colección de pesebres en miniatura?

Este paisa, descendiente de abuelos libaneses y franceses, sostiene que ni siquiera se ha formulado la pregunta.

“Algo que tengo claro es que hay compensaciones emocionales que valen mucho más que la plata. A mí me gustan los pesebres, porque son manifestaciones culturales y alrededor de la religión hay mucha historia, un líder, y eso lo cuentan los pesebres, que tienen cosas muy parecidas, pero también diferencias”, afirma Abraham, sicólogo de profesión y heredero también de algunos objetos de sus abuelos, que él se resiste a vender o a sacar de su casa.

Entre las cosas que él conserva se cuentan varios armarios y baúles en los que el valor más importante no son ni siquiera los elementos en sí sino los apuntes que hacía su abuela sobre ellos.

“Mis abuelos se radicaron acá, pero recorrieron muchos lugares. Y esos baúles tienen las banderas de esos países y muchos comentarios que mi abuela ponía sobre esos sitios, para mí eso es lo más valioso y no tengo ninguna pretensión más allá de eso, de recordar”, comenta este hombre de mirada serena y actitud reflexiva.

Si hay un espacio tal vez más encantador que una gran biblioteca, ese puede ser un almacén de objetos usados, los llamados anticuarios. ¿Cuántas cosas hay allí, tan extrañas algunas, y tan comunes las demás?

Román Vidales, que lleva 30 años instalado en el almacén San Alejo, en el parque Bolívar, no tiene idea de la cantidad de cosas que lo rodean todo el tiempo.

“Hay muchos objetos que ni sé cuánto valen, eso me pasa con las obras de arte, pero todas se venden, siempre aparece un comprador”, dice Román y confiesa que, como a todos sus colegas, tiene un asesor que lo guía para la compra o venta de muchos elementos.

Imágenes de santos, relojes antiguos, cámaras Polaroid o Canon en desuso, avisos publicitarios de los años 50 en adelante, implementos de iglesia, campanas, jarrones, muebles y hasta partes de muñecos, comparten mesa o pared en los anticuarios. Todo se feria, como si la gente, en vez de deshacerse de lo viejo, quisiera cada vez tenerlo más.

“Por raro que sea lo que tengamos, siempre llega alguien a quien le interesa. La gente entra de novelera y se va enamorando de las cosas, porque estas les generan inquietudes y les aparecen amores”, dice Jaime Correa, de los almacenes El Retro y Usados El Callejón, en El Poblado.

“En mi casa hay una guitarra que la guardaré toda la vida, porque es lo único que tengo de mi abuelo; él no sabía tocar, pero un día apareció con ella y me la dio, y como al poco tiempo murió, fue el recuerdo que me dejó y creo que ningún dinero compensaría esos recuerdos”, asegura Andrés Mesa, de 21 años.

“¿Que por qué colecciono elepés? Por puro gusto, y donde vea de rock, baladas o salsa que me interesen, los compro”, responde John Jairo Agudelo, quien tiene más de 3 mil acetatos, que a un promedio de 30 minutos por unidad suman 90 mil minutos. Es decir, necesitaría más de 62 días seguidos para escucharlos todos.

Tal vez no lo hará nunca, pero solo mirarlos, tocarlos o saberlos suyos extasía su corazón. El dinero se va, los objetos no, dicen los coleccionistas. Porque, como lo escribió Borges, “Durarán más allá de nuestro olvido/ no sabrán nunca que nos hemos ido”.

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