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Tomó el camino más difícil. Sembrar lo inusual utilizando fertilizantes y pesticidas naturales. Y no se le retribuye en plata, pero la vida para Óscar Cardona es más que eso: el dinero es efímero, así lo concibe la idiosincrasia del campesino. Su mayor fortuna, considera, está en el legado que dejará a otras generaciones.
Lleva una década reviviendo productos que cultivaban y comían sus abuelos, los padres de ellos, sus antepasados. Y es que poco queda del frijol cachetón o dálmata, del maíz nativo y de la papa blanca.
Óscar, un campesino de 43 años que en un trance de decepción con el campo—hace 20 años—buscó ser albañil, le está dando vida a esas semillas. Las produce y vende, en El Carmen de Viboral, municipio del Oriente antioqueño, donde cultiva de manera orgánica.
“Estos productos tienen mejor sabor y no se utilizó un solo químico para su producción. Tienen más propiedades nutritivas que los que venden en cualquier supermercado. Por ejemplo, el frijol petaco es muy distinto al cargamanto, la tinta es morada. Es nativo, era el que sembraba mi abuelo. Sin embargo, la gente, difícilmente paga lo que vale”, dice.
El modelo de producción que utiliza Óscar en su finca de la vereda Betania no es a gran escala. Son pequeñas huertas en un terreno de tres cuadras que linda con grandes extensiones de floricultivos.
De manera artesanal, pero con el conocimiento adquirido en cursos del Sena, elabora los pesticidas y nutrientes, todos naturales, para los cultivos, que también son su despensa. “Yo no utilizo veneno, y eso, quizá, es una desventaja, porque algunos no me resisten y mueren”, resalta.
En tres canecas con mangueras tiene los líquidos fermentados para sus vegetales y frutos. En una mezcla potasa, harina de roca, cemento, cáscaras de huevo o de aguacate, en otra hay microorganismos cazados de la montaña y hasta cannabis, con melaza, suero de leche, yerba. “Esa es la comida de las plantas y así cultivaban los abuelos”, sentencia.
Son fermentos, repelentes, algunos con rudas y ortigas, hongos con los que Óscar les da vida a vegetales y tubérculos que, asegura, tienen mayor peso que los más comunes, “inflados por químicos”.
Para el ingeniero forestal, docente universitario y experto en economía campesina, Norberto Vélez, las semillas ancestrales se adaptan mejor a los suelos y climas, y resisten más a las plagas, pues se desarrollaron siendo atacadas por enfermedades y se adaptaron a esas vicisitudes con códigos genéticos.
No obstante, agrega Vélez, la desventaja está en los ingresos que esa producción les deja a los propietarios de los cultivos, que es muy poca frente a los tradicionales.
“La agricultura industrializada se metió al campo. Sin embargo, los consumidores están educándose más y ya encuentran varios espacios (mercados de productos naturales) para comprar lo orgánico. Es una corriente que aún no tiene alto impacto, pero que va creciendo”, anota.
Vélez considera que la ventaja más importante de los productos ancestrales es para el consumidor, pues se cultivan con menos fertilizantes, fungicidas o pesticidas. “Son plantas con grandes rendimientos y más saludables para el consumo humano”.
Óscar hace parte del modelo de cultivos ancestrales en Antioquia, que adelanta en el Oriente, la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare, Cornare, con el programa Huertas Resilientes.
Carlos Mario Zuluaga, director de esa autoridad ambiental, revela que el propósito es recuperar las semillas ancestrales y ya tienen 20 familias de campesinos con bancos en las que las conservan.
“Sembramos especies nativas, tradicionales que están en vía de extinción por falta de uso o problemas climáticos. Recuperamos semillas de maíz capio, diferentes tipos de frijoles, sin químicos”, destaca.
La estrategia, además, es concebida por Cornare como una manera de adaptación al cambio climático y de recuperar los saberes de los campesinos con productos que sembraban en laderas sin necesidad de inundaciones en pequeñas parcelas.
“¿Cuándo se iba uno a imaginar que campesinos del Oriente siembren arroz en las montañas?, este producto es más resistente, no necesita riegos y no hay que inundar”, subraya y menciona que se conserva el maíz capio, muy escaso, más fino que el que se consume hoy y que era la base de la gastronomía hace 50 años. “Su sabor es delicioso y se hacían bizcochos”, explica.
Actualmente, reporta Cornare, 200 familias de la región están produciendo algún vegetal ancestral, por ejemplo, semillas de arroz secano y tradicional. Un solo campesino, acota Zuluaga, tiene más de 80 variedades de frijol en su finca de Cocorná.
“La conservación y protección son oportunidades que generan ingresos a los campesinos. Es como una secuencia de lo que trabajamos desde BanCo2 (pago por servicios ambientales). Que a la vez hagamos programas de restauración productiva para garantizar que lo que tengamos para sembrar no implique tumbar bosques”, expresa.
Protector y rescatista de semillas ancestrales es Hernán Darío Velásquez, un campesino del Oriente que, con asesoría de Cornare, cultiva vegetales orgánicos.
De estos destaca las variedades de frijol, uno es morado, otro alargado, boquesapo y el cachetón que, aclara, es pesado y no apto para algunos estómagos “perezosos por tanta cosa light que le meten”.
“Esto es lo que consumen, hoy en día, las abuelas de 90 años. Alimentos que dan longevidad. Anteriormente había más variedad en el altiplano del Oriente, pero ya se perdió la vocación agrícola, en parte por el conflicto armado que nos desplazó a los campesinos a otras zonas”, asevera.
Para Hernán Darío, de 43 años, los pocos campesinos productores que subsisten en la región están en zonas alejadas donde la tierra es menos productiva y sacar los productos es más costoso.
Aunque los cultivos de Óscar están a escasos 30 minutos del casco urbano de El Carmen, las dificultades de transporte no le son ajenas.
Al hombro, dos veces al mes, baja parte de su producido a los mercados del pueblo. No le pagan mucho, 1.200 pesos por un kilo de cebolla junca. Lo que le sobra, por lo general, lo termina regalando. “No importa, sé que estoy dejando un legado. Rescatando la tradición de mis ancestros”, concluye Óscar.