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En 1938, cuando Marina Pérez llegó con su mamá y sus hermanas al barrio Colombia, solo existían otras tres casas: la de las Taborda, la de las Magolas y la de la suegra de Ester Corrales. “El resto eran mangas, con bestias y vacas”, contó Marina.
Sus canas, que se esconden detrás de una pañoleta colorida, demuestran esos 80 años que intentan ocultarse ante una prodigiosa memoria.
Marina se mantiene muy ocupada: reclama remedios, acompaña gente al Seguro Social, visita enfermos, va a entierros y cobra pensiones.
Aunque permanece en contacto con las 17 familias que aún residen en el sector, Marina afirma que extraña el barrio que era antes. “Por aquí ya se muere alguien y ni se dan cuenta”.
Según ella, antes, cuando fallecía alguien, todos los vecinos asistían al entierro, y la fiesta de un matrimonio duraba hasta tres días.
Al principio, la iglesia de la zona era la de El Poblado, “mi mamá murió en el 49 y todos nos fuimos a pie para allá, los hijos íbamos caminando al lado del carro”. A partir de 1944, todos los vecinos contribuyeron con la construcción de la Iglesia del Perpetuo Socorro.
El barrio Colombia, que pertenece a la comuna 14, El Poblado, comenzó a desarrollarse entre los años 1930 y 1950, al tiempo con los sectores de Manila y Astorga.
Para aquellos días, en esa zona, al suroriente de Medellín, había lagunas y charcos, además, el río Medellín no estaba canalizado, por lo que a veces se inundaba el vecindario y hasta se veían pasar cerca algunas balsas.
Luis Orlando Ortiz, quien hace parte de un colectivo ambientalista que busca recuperar el río Medellín, recuerda que hace 60 años, por esa zona se pescaban sabaletas y muchas personas se bañaban allí.
Incluso, en uno de los sitios del barrio en donde había una laguna se instaló una familia a la que apodaron ”las laguneras”.
Después, con el tiempo llegaron “las cachetonas”, “las carrasca” porque al papá le decían así, “las plataneras”, porque don Luis vendía plátanos, “los areperos” y “las magolitas”, hijas de la señora Magola.
Por eso se caracterizaba el barrio, a todo le ponían apodos. A la carrera 45 le decían “El Chispero” por las peleas y parrandas. Paralelo a este pasaje estaba la denominada cuadra de La Soledad.
Así, los partidos de fútbol que se hacían entre los niños del barrio eran, casi siempre, los de La soledad contra El Chispero, y se jugaban en potreros o en la carrera 44.
“El barrio era sencillo, enamorador, lindo, especial”, así lo describe Álvaro Estrada, quien llegó con familia en 1948 y aún permanece en la misma casa.
Yolanda, una de las siete hermanas de Álvaro, recuerda cuando salían todos a recoger guayabas, mangos y pomas en lo que hoy es Ciudad del Río.
“Era una vida simple, sin egoísmo, éramos nosotros, todo era comunidad”, comentó Álvaro.
Los residentes de barrio Colombia llegaban a pie desde el tranvía. Los caminos eran de piedra y tenían que cruzar alambrados para llegar a lo que hoy es la avenida Las Vegas.
Según Álvaro Estrada, para esa época se veían ardillas y micos cohabitando libres con ellos y había aguas para pescar.
Por su parte, Marina contó que una de sus vecinas, Melina, tenía una vaca que dormía adentro de la casa, “en una piecita”, porque en ese entonces estaban robando ganado y “decidió meterla en la casa”.
Sin dudarlo un segundo, Marina indicó que para la década de los 60, 120 casas residenciales conformaban Barrio Colombia. Aunque hoy quedan tan solo 17, el barrio no está solo.
Por el contrario, está inundado de camiones, carros, bodegas, fábricas y discotecas.
Ya no huele a guayabas o pomas, sino al humo de los cientos de carros que llegan a diario a los 450 lugares industriales y comerciales en donde reparan las fallas mecánicas y venden repuestos.
Desde antes de la llegada de las grandes industrias, los vecinos del sector se ayudaban entre sí a lavar carros, moverlos y arreglarlos.
El escritor Reinaldo Spitaletta, escritor y especialista en Historia, de la Universidad Nacional, explicó que, desde los años 70, este barrio ha sido símbolo de una ciudad obrera y trabajadora y, aunque ha ido mutando, sigue siendo recordado y conocido por esto.
Para ese entonces, los residentes cuentan que contaban con buses de escalera para movilizarse y que, además, pasaba un tren que transportaba chatarra para la empresa Simesa, granos para Almadelco y Almagrán, y material para Argos.
Incluso se comenzaron a hacer alianzas internacionales. “Un ingieniero metalúrgico alemán montó una sociedad con Carlos Robledo, llamada Talleres Robledo”, contó Álvaro.
En esa construcción simple, de techos altos, en donde se fundía el hierro y el acero necesarios para la fabricación de máquinas y repuestos para la industria antioqueña, se construyó el Museo de Arte Moderno de Medellín.
En la carrera 45 con la calle 30 quedaba el bar Colombia.
Según Marina, allí “señoras de vida difícil, nada de vida fácil, porque es muy dura para ellas, bailaban tango y pasodoble con los señores que llegaban”.
Fueron apareciendo otros lugares nocturnos como El Rosal y Marta Pintuco.
Hace 18 años, las industrias comenzaron a compartir su terreno con grandes discotecas, la primera fue Trilogía.
“Todo el mundo decía ¿esa discoteca qué hace ahí?”, comentó Marina. Lo que ignoraban era que pronto aparecerían otras 23.
Las noches de barrio Colombia dejaron de ser frías y solas, cuando cientos de jóvenes se filaban para entrar a estos lugares que están concentrados en unas cuantas cuadras del barrio.
Amparo Arango es una de las que actualmente vive cerca. Dijom que aunque se ha manifestado por la bulla y el desorden, la situación no ha cambiado.
La mayoría de residentes abandonaron el barrio porque temían que la aparición de el metro incrementara mucho los impuestos. Además, la contaminación y el ruido de las fábricas desplazó a la comunidad.
“Algunas casas las vendieron a 80 mil, imagínese, con lo que ahora se compran una cartera y unos zapatos”, dijo Marina.
Las ofertas comenzaron a pulular. Barrio Colombia está rodeado de lugares como Premium Plaza, Punto Clave, Ciudad del Río, el centro comercial Automotriz y Mercado del Río. “Se piensa que se está perdiendo el tiempo y el espacio con el terreno que existe”, comentó Álvaro.
Sin embargo, los pocos residentes que permanecen, se resisten a abandonar el barrio.
Miguel Estrada, hijo de Álvaro, también vive allí y se ha convertido en líder de la zona. Explicó que desde 2013 se creó la Asociación de Residentes de barrio Colombia, debido a que el Comité Cívico que existía priorizaba a los industriales y olvidaba los residentes.
El comité se reúne cada mes y las administraciones municipales han hecho acompañamiento en los últimos años, para garantizar la convivencia entre tan diversos habitantes.
“Muchas saludes a Federico, mi amigo el Alcalde, que yo todos los días rezo por él, dígale que Marina Pérez, del Barrio Colombia, le mandó a decir que gracias por todo”.