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Una reposición de árboles por parte de Metroplús en la urbanización Alto de las Flores, en Envigado en 2013, se convirtió en noticia cuando, al cavar el hueco para sembrar una planta, la tierra cedió y apareció una bóveda que más adelante, se confirmó, era una cámara funeraria de los indígenas que habitaron estas tierras entre los siglos XVII y XVIII, durante la época de la Colonia.
Sin embargo, la creencia popular de que donde hubo indígenas hay oro o elementos de valor, hizo que personas sin conocimiento entraran a explorar y a remover los restos que, en sí mismos, eran los realmente valiosos para su estudio y conservación.
Por fortuna, esta intervención imprudente que dañó parte del poso de acceso no impidió analizar la tumba y descubrir su gran importancia cultural e histórica, pues, como señala el resultado de la investigación que desarrolló la Dirección de Cultura y su área de arqueología, en cabeza del profesor Gustavo Santos, su estructura y los elementos encontrados permiten concluir que los indígenas que habitaron la zona “tenían una concepción del universo estructurada y coherente, en la cual tienen sentido los fenómenos de la vida y de la muerte”.
En términos arqueológicos, la del Alto de Las Flores es una tumba de pozo con cámara lateral, como las que han sido halladas en el cerro el Volador, La Castellana y La Colinita. Y como aquellas, esta representa una vivienda, pero para los muertos, porque su forma y los grabados de una especie de varas en las paredes, la hacen lucir igual a sus bohíos.
El pozo, de unos 3 o 4 metros, permitiría el ingreso desde el mundo de los vivos y en la cámaras eran depositados los cuerpos.
“Esto implica que los indígenas tenían una concepción sobre la muerte, y que la idea era no solo deshacerse de un cadáver, sino depositar a los seres queridos fallecidos en un lugar sagrado para que siguieran viviendo en el mundo de abajo, acompañando a los vivos”, explica Santos.
De nuevo, repite el especialista, esa forma de concebir su realidad y que se puede deducir por cómo trataban a sus muertos es lo valioso de estos hallazgos que, por ley, son considerado patrimonio arqueológico del municipio y de la nación, y su destrucción puede acarrear sanciones.
Y saber esto sobre los antiguos habitantes de Envigado es importante porque nos ayuda a construir identidad, señala María Teresa Naranjo, líder del programa de patrimonio cultural. “Cuando se sustraen elementos para que vayan a una estantería en la sala de una casa, se le está quitando parte esencial a la historia”, dice. Y así perdemos todos.
Además, recalca Santos, hasta los españoles que llegaron a conquistar el Valle de Aburrá se dieron cuenta de la poca riqueza, si solo se piensa en riqueza como tenencia de oro, de las comunidades que habitaban estas tierras.
“Se concentraron en Santafé de Antioquia, San Jerónimo y Buriticá”, explica Santos, porque allí si había abundancia del metal precioso en suelos y ríos. Y aunque el valle fue rico en comunidades y en caciques, más allá del Aburrá por el que a los indígenas de esta zona se les conoce como aburraes, esa información no fue registrada y se perdió.
Lo que sí se sabe es que, comenta el arqueólogo, “eran sociedades agrícolas sedentarias, que no formaban poblados concentrados, sino dispersos a los largo de las quebradas y de los ríos para aprovechar los suelos fértiles para los cultivos y explotar los recursos disponibles de las aguas y de los bosques por medio de la caza y de la pesca”.
Estado actual
En enero del año pasado, la tumba fue tapada, porque para que permanezca abierta al público habría que hacerle una intervención especial que garantice su estabilidad y aún no está en los planes oficiales.
Sin embargo, para que el hallazgo permanezca en la memoria, la Alcaldía publicó una cartilla con los resultados de la investigación, que está hecha para que “todo el mundo entienda, se sensibilice y defienda su patrimonio”, dice Naranjo.
Los primeros que la conocieron fueron los habitantes del Alto de Las Flores, el pasado miércoles 18 de noviembre, en la iglesia del sector, y la socialización continuará con el Concejo Municipal y el Consejo de Cultura.
Además, a cada institución educativa llegarán varios ejemplares para que los niños se empapen con detalles de la historia de nuestros antepasados. Y sobre todo, para que se riegue, como se regó el cuento de la guaca, que en las tumbas indígenas que puede haber en nuestro territorio y que puede aparecer en cualquier momento, como esta, la riqueza está en conservarlas y no en destruirlas.