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En la comuna 13 escarban la verdad bajo toneladas de tierra y olvido

Habitantes de la comuna 13 reviven con las excavaciones en La Escombrera, uno de los episodios más dolorosos de su historia: desapariciones hechas por grupos armados.

  • 1. Las excavaciones iniciarán mañana lunes. 2. Familiares de las víctimas esperan conocer la verdad. FOTO henry agudelo y alexander macías
    1. Las excavaciones iniciarán mañana lunes. 2. Familiares de las víctimas esperan conocer la verdad. FOTO henry agudelo y alexander macías
  • En la comuna 13 escarban la verdad bajo toneladas de tierra y olvido
En la comuna 13 escarban la verdad bajo toneladas de tierra y olvido
02 de agosto de 2015
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Desde la terraza y mientras colgaba unos pantalones recién lavados de su hermano, Marta vio bajar a los tres hombres por los escalones de su barrio El Salado. Se santiguó tres veces y cuestionó la suerte del joven que llevaban a rastras, como pagando una penitencia.

Esperó escuchar los balazos escondida detrás de una sábana, pero cuando el joven corrió para escapar de sus captores, los tres encapuchados lo llamaron por su nombre y supo que ese penitente casi de rodillas, por el que sintió compasión cinco minutos antes, era su hermano. Fue un miércoles de noviembre de 2002, a las 10:00 a.m., un mes después de la operación Orión. Se tiró de la terraza y corrió hasta alcanzar a los tres hombres armados.

-Les pregunté qué pasaba con él y me dijeron que por la tarde regresaría. Entonces, me pegué del brazo de uno de ellos y este me puso un revólver en la cabeza y me dijo qué me devolviera o ahí mismo me moría, cuenta.

Marta regresó, pero por Jhon, en un cuarto de su casa, siguen las velas, su ropa, y las oraciones que suplican al cielo su retorno.

***

Trece años después de ver a su hermano perderse entre los escalones, Marta volvió a recorrer el camino por el que los tres hombres armados se llevaron a Jhon. Los callejones ya no están solos. Un niño juega a ser pistolero y otro, se tira al suelo, con impactos de bala imaginarios en su cuerpo.

-Acá fue dónde ese tipo me puso el revólver y me tocó devolverme con el alma hecha pedazos, dice Marta, mientras señala uno de los caminos que llevan a La Escombrera.

Ajada por el paso de los años y sobreviviente de tantas guerras, una de ellas en Urabá, de donde salió desplazada por la violencia que comenzaba a enquistarse entre las plataneras y caminos veredales, Marta llegó a la comuna 13 cuando la zona era una montaña con carreteras clandestinas que comunicaban a Urabá con el occidente de Medellín.

Esa posición privilegiada y estratégica fue aprovechada por las guerrillas en 1990 para instalar en esas zonas periféricas y sin presencia del Estado, la semilla de un conflicto que quisieron trasladar del campo a la ciudad y por el cual nacieron las milicias urbanas.

Hicieron presencia en ese territorio las milicias del Eln, de las Farc y como reseña el informe del Grupo de Memoria Histórica en el informe “La huella invisible de la Guerra”, también estuvieron las milicias independientes como los Comandos Armados del Pueblo (CAP), las Milicias Independientes América Libre y las Milicias de Occidente.

“Allí entregaron lotes, y distribuyeron entre la población alimentos y bienes procedentes del asalto a vehículos transportadores de mercancías”, indica la investigación.

De esos lotes se benefició Marta, quien se acostumbró a las reglas impuestas por las milicias, como no salir entre las 8:00 p.m. y las 6:00 a.m., cero viciosos en las esquinas y nada de “inmoralidades”.

“Esa gente no dejaba que usted se pusiera una minifalda, y si había problemas, ellos los solucionaban. Daban pelas a los pelaos desobedientes y a los maridos bebedores y golpeadores de mujeres”, dice Marta.

(Lea aquí: Los combos de la comuna 13 se oponen a las excavaciones)

Comenzó la guerra frontal

Marta no recuerda el día, pero dice que fue en junio de 2002 cuando un letrero pintado en una de las calles de su barrio no los dejó dormir tranquilos por más de una noche seguida. “Habrá un sábado negro y un domingo de lágrimas”, decía el grafitti, y esto llevó a los habitantes de la comuna 13 a encerrarse temprano.

“Además decían que llegaría un nuevo grupo a tomarse estos barrios”, explica Ángela, hermana de Marta, quien después de dos años de exilio, volvió a la comuna a vivir con su hermana.

Pero la realidad era otra en las laderas de la 13. Desde 1997 los bloques Metro, cacique Nutibara de las Auc, y el frente José Luis Zuluaga de las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio estaban en la zona disputándole a las guerrilla un territorio que querían por su ubicación privilegiada.

“Se vivieron días de terror. Acá mandaban unos y allá mandaban los otros. Entonces, usted salía y un muerto, se entraba y las balaceras. Órdenes de un lado y órdenes del otro”, recuerda Luis, uno de los tenderos que nunca quiso irse del sector 6 del Salado.

Con este panorama de guerra, las milicias impusieron nuevas normas. A la comuna 13 no entraba ni salía nadie sin permiso, hasta el transporte fue restringido. Tras años de guerra, en el 2002, se realizaron operaciones para “pacificar” la comuna 13, como dijo alguna vez el general Ejército Mario Montoya.

(Galería: Escombrera diría que pasó con estas personas)

El año de los operativos

En el 2002 la comuna 13 tuvo alrededor de 24 operaciones militares, según la Corporación Jurídica Libertad. Las más conocidas fueron Mariscal, el 21 de mayo, Antorcha en Agosto, y Orión en octubre.

Margarita vivió esta última en su casa. Sintió como desde el morro los helicópteros disparaban contra las casas y las Fuerzas del Estado -1.500 hombres según fuentes oficiales-, se tomaron las viviendas y calles, sacaron los reductos guerrilleros, “pero dejaron a los paracos viviendo entre nosotros”, asevera Marta.

En esta comuna, según datos de la Corporación Jurídica Libertad, hubo 105 víctimas de desapariciones forzadas entre 2000 y 2004, cerca de 2.000 personas privadas de la libertad de forma arbitraria, y según Memoria Histórica, en el 2002 fueron desplazadas 1.259 personas.

Renace la esperanza

En la comuna 13, un territorio conformado por 19 barrios y más de 130 mil personas, según el último censo, Marta vive ahora otra realidad. “Hace rato no disparan. Parece que hubieran hecho un trato”, cuenta Marta.

Al salir de su casa y dirigirse a La Escombrera, se deja un terruño de casas apiñadas con mares de cables y antenas sobre callejuelas en las que se acumulan cerros de basuras en las esquinas. Las aceras rezuman orines de perros. Los muchachos armados siguen en la penumbra.

Las últimas noches tienen un sino de calma, aún así, disparos esporádicos retumban y los habitantes ya reconocen los sonidos de las pistolas en la penumbra del cañón.

Infográfico

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