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Los niños sonríen cuando se reconocen en los videos. Son fotógrafos, actores o guionistas y en las imágenes, retratos suyos o de sus dibujos, se observan a sí mismos como parte de la historia. Allí, en la Uva La Armonía del barrio Jardín de la comuna 3, los habitantes de Manrique comienzan a creer en el poder del cine.
El impulso de llevar las cámaras hasta los barrios surge de un grupo de estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Nombraron el proyecto como Colectivo Pánico y construyeron un manifiesto: crear cine participativo con la comunidad de Manrique.
Carlos Augusto Giraldo, docente de la U. de A. y asesor del colectivo, recuerda que uno de los antecedentes claves para entender el trabajo de sus estudiantes en Manrique ocurrió el año pasado, cuando Pánico ganó una convocatoria de Presupuesto Participativo para realizar con la comunidad diez filminutos. La temática fue el hambre en la comuna, uno de los problemas que a más familias aqueja en el sector. “Fueron 10 historias, cada una de una potencia brutal en lo político, lo estético y lo narrativo”, comenta Giraldo.
La premisa de hacer cine entre los estudiantes y los vecinos de Manrique sigue vigente y ganando terreno. Todos los sábados, a las 2:00 p.m., llegan hasta la Uva de La Armonía los niños y los adultos a talleres o recorridos, para discutir guiones y propuestas. Pero, sobre todo, el espacio es una oportunidad para que los habitantes conozcan mejor su territorio.
“El mapa no es solamente el que uno puede sacar de las casas, las calles y los parques, sino también lo que uno tiene en la cabeza y lo que cada uno siente que es el lugar que habita”, concluye el docente.
Ferley Valencia González, habitante y líder comunitario, cuenta que participó como actor en uno de los filminutos y que los cortometrajes son una forma de aportar desde sus saberes personales a la construcción de memoria: “Estoy seguro de que muchos niños de Manrique serán los próximos que plasmarán, en fotografías, como actores o comunicadores, lo que ellos quieren decir de su barrio”, dice Valencia.
“Fuego”, “Perritos” y “La casa de todos” son los nombres de los tres cortometrajes.
Tres personajes (una mujer extrovertida, un excombatiente de grupos armados y un homosexual), en apariencia disímiles y contradictorios, se encuentran en la mitad de un sancocho en Manrique luego de un trayecto en bus. El barrio se convierte, entonces, en ese hogar diverso en el que todos pueden estar sin señalamientos, ni prejuicios.
Andrés Amariles, un joven de 18 años, describe así el argumento del corto que surgió de una idea suya: “Todos se van a reunir en Manrique, que sería tomado como la casa de todos, porque la gente es unida, coopera mucho, se ayuda”.
Amariles es también el director de fotografía y, de la mano de los estudiantes del colectivo, ha aprendido a manejar la cámara y a encontrar en los relatos de sus vecinos insumos para sus historias.
Al final de cuentas, agrega Andrés, Manrique es ese espacio en donde confluyen migrantes de cualquier recodo del país.
Una casa que recibe a todos, sin importar la procedencia, y que ahora los jóvenes se empeñan en contar a través de las imágenes.