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En Medellín, parranda con sabor a sancochos y marranadas

En los barrios se vivió con más euforia la fiesta de la Navidad. Familias celebraron unidas y en paz.

  • Como toda una matrona, Gabriela Castañeda expresaba su orgullo de lograr unir a toda su familia y algunos vecinos del barrio Kennedy en torno a su olla y su sazón. FOTO manuel saldarriaga
    Como toda una matrona, Gabriela Castañeda expresaba su orgullo de lograr unir a toda su familia y algunos vecinos del barrio Kennedy en torno a su olla y su sazón. FOTO manuel saldarriaga
  • En el camino peatonal del Jardín Botánico, la familia Villa Molina halló el lugar ideal para estrenar las ciclas.
    En el camino peatonal del Jardín Botánico, la familia Villa Molina halló el lugar ideal para estrenar las ciclas.
  • En el barrio Campo Valdés, hace más de veinte años, una cuadra se une en torno a un sancocho.
    En el barrio Campo Valdés, hace más de veinte años, una cuadra se une en torno a un sancocho.
  • En Medellín, parranda con sabor a sancochos y marranadas
26 de diciembre de 2017
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Nada invierte tanto la cotidianidad de la ciudad como un 25 de diciembre o un primero de enero, y esto empezando por la movilidad, pues lo habitual es que las autopistas y avenidas vivan congestionadas mientras en la periferia, en los barrios y las comunas, los automóviles, motos, taxis y buses se muevan a sus anchas por las calles y cuadras.

Ayer fue al revés: mientras en la avenida Regional, las autopistas norte y sur y las calles Barranquilla, Colombia y San Juan se podían contar con los dedos los vehículos que las cruzaban, en los barrios se experimentaba el caos. Y todo por cuenta de los sancochos y marranadas que -pese a las restricciones de ley en cuanto a la prohibición de cerrar vías y al sacrificio callejero de porcinos- fueron el pan cotidiano en el día de Navidad.

En Manrique, Guayabal, Robledo, Belén y Castilla, entre otros barrios, eran más las cuadras cerradas o con flujo muy restringido de carros, que las que tenían paso libre.

Esto debido a que el espacio vial estaba ocupado con ollas que ardían montadas sobre fogatas. Las comunas eran una fiesta que se inició, como de costumbre, la noche del 24, y se prolongó hasta ayer.

Tradición de 20 años

En el barrio Campo Valdés parte baja, la familia Jaramillo Jiménez armó la sancochada para toda la cuadra (calle 77AA con carrera 50B). Allí, por tradición, nadie se quiere perder la sazón de doña Alicia Jiménez, de 67 años, y quien un día se fue del barrio pero retornó para sembrar la costumbre de los sancochos y los asados comunitarios. “Esta tradición la hacemos en la alborada y las fechas especiales, es la mejor manera de unir a la familia y los vecinos”, relató Alicia rodeada de sus hijos y nietos.

En el barrio Kennedy (calle 89A con carrera 75), Gabriela Castañeda, de 78 años, disfrutó de una de las mejores celebraciones que recuerda.

“Estoy feliz porque llegaron mis 3 hijos, mis 7 nietos y 4 bisnietos, no hay mayor felicidad que tener la familia unida”, dijo y alardeó del sabor de su mondongo.

Los traídos, otra fiesta

Pero a la fiesta de los enguayabados, que se hace con fritanga, caldo, más cerveza y aguardiente, se sumó una más tranquila pero no menos emocionante: la de los niños que jugaban con sus traídos.

Mientras algunos lo hacían en los parques y cuadras, los esposos Alfredo Villa y Johana Molina decidieron llevar a sus tres hijos al sendero peatonal del Jardín Botánico a ensayar sus bicicletas, porque a los tres les dieron el mismo juguete.

“Siempre es costoso el esfuerzo, porque son tres y se fueron $600.000, pero ellos son juiciosos y se lo merecen”, recalcó Alfredo, que con paciencia les sostenía las ciclas mientras los pequeños aprendían a montar solos.

“Yo pedí el traído desde noviembre y pensé que no me lo iban a dar”, narró Heily Valentina, de 9 años.

Así avanza diciembre y con él se va esfumando la Navidad, época alegre y bulliciosa en la que la ciudad deja el “tono” serio y revuelca su cotidianidad para unir familias y amigos en torno a un equipo de sonido, una paila o una olla y les da rienda suelta a los abrazos y las expresiones de afecto.

100
personas, mínimo, comieron de la olla comunitaria de Alicia Jiménez, según ella.

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