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Aunque por esos días la investigación por la financiación de la campaña presidencial con dineros del Cartel de Cali estaba en su furor, al presidente Ernesto Samper el ruido de los altavoces de prensa no lo tocó en la mañana del 30 de noviembre de 1995, cuando dio por inaugurado el metro.
A las 12:27 minutos del mediodía, Samper ordenó a la central del metro de poner en marcha el sistema y al instante fueron liberados globos verdes y amarillos que se mezclaron con centenares de palomas mensajeras que se fueron cielo arriba en medio de mucha algarabía. El sol era intenso. El cielo azul. Y Manuel Chica esperaba ansioso su oportunidad para subir a un vagón.
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Pero no fue la mañana que hoy, veinte años después, uno imaginaría: la capital antioqueña era la primera ciudad del país en poner a rodar un metro y quedaba a la par de las grandes urbes del mundo, como París, Londres, Buenos Aires, pero no tuvo el decorado que ameritaba la ocasión. En las casas no se izaron banderas y en el centro de la ciudad, a pocas cuadras del Parque Berrío, epicentro del acontecimiento y por donde se verían pasar los trenes con los invitados especiales a bordo, todo era rutina.
En el Café Pilsen, sitio emblemático de Medellín, los jubilados y desempleados ingerían aguardiente o café, como todos los días. Pero por televisión veían la transmisión del acto protocolario que se celebraba en La Alpujarra. “En el marco de un día veraniego con tintes decembrinos. Cielo azul y un deslumbrante sol, sólo unos pocos afortunados disfrutaron la sombra de la monumental obra de la Raza, del maestro Rodrigo Arenas Betancur”, describió un cronista de la época.
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Narraron algunos que aunque el grueso de los pobladores de Medellín seguía en su rutina normal, los que tenían expectativa por el metro la guardaron para las 5:30 de la tarde, cuando el sistema empezaría a rodar a nivel comercial. Lo de la mañana era protocolario y encabezado por un presidente que gozaba de poca popularidad por las investigaciones que pesaban sobre él debido a su relación con narcotraficantes colombianos.
Tanto, que mientras el mandatario encendía el metro, Heyne Mogollón, representante investigador de su caso, polemizaba negando que había anticipado un fallo inhibitorio a favor del jefe de Estado.
Manuel, entre tanto, se decía para sus adentros: “Cuando acabará tanto protocolo y nos montan de una vez”.
Majestuosas silletas decoraban los actos de lanzamiento del sistema. La Alpujarra hervía. En el Centro, algunos venteros manifestaban su inconformismo porque ese jueves tuvieron restricciones para ejercer su labor.
En los actos del metro, en cambio, la fiesta estaba a todo dar. Discursos iban y venían de labios del gobernador Álvaro Uribe; del alcalde, Sergio Naranjo; de Samper y del propio gerente del Metro, Alberto Valencia Ramírez, que se hizo celebre ese día no por lo que dijo sino porque un ventarrón puso a volar su discurso por los aires.
En las estaciones, entre tanto, no había tanta aglomeración. “Lo único que tenemos que esperar es a que sean las seis (p.m.) para ver cómo nos vamos a montar pa’mirar los alumbrados”, dijo un niño que jugaba en los alrededores de la estación Tricentenario, según narró un periodista.
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Manuel, con un grupo de la tercera edad, se alistaba a pegarse la primera “gomosiada” en el Tren. Un coro infantil con niños vestidos de blanco interpretó el Himno Nacional, la Navidad Negra y Soy Colombiano, dirigidos por el maestro Mauricio Mejía Sánchez.
Pero terminado el protocolo, Samper, Naranjo, Uribe y los invitados abordaron el metro y se fueron hasta el Parque Berrío. Allí, centenares de ciudadanos se agolparon para apreciar por primera vez el Tren Metropolitano rodando sobre el viaducto.
“Esto era un hormiguero, ¡Ave María!, no le cabía un alma”, cuenta hoy Ricardo Ramírez, ventero estacionario del parque y que sigue allí inamovible. “Desde la misma iglesia de La Candelaria la gente bregaba a mirar cuando pasara”, recuerda.
Y a la una de la tarde lo vieron cruzar desde la plaza, el templo y desde las ventanas de los edificios alrededor. Hubo pañuelos blancos, globos, aplausos y la ansiedad de ver por primera vez rodando un sistema que en esa época -con el dólar a 998 pesos, el Bolívar de Venezuela a $5.28, el Upac todavía atormentando los bolsillos de quienes debían casas y la libra de café a 1.23 dólares en el mercado de Nueva York- pocos imaginaban que iba a transformar tanto la manera de vivir de Medellín.
“Es que uno en ese momento no imaginaba que esto iba a influir tanto en la vida de Medellín”, comenta hoy en día Manuel, ya de 70 años y que ese día, no recuerda porqué, estaba con un grupo de la tercera edad al que le iban a dar una “palomita” inaugural.
“Tal vez por las ganas de montar me colié hermano”, repite. Lo que sí nunca olvida y lo tiene claro es que el 30 de noviembre de 1995, él fue de los primeros en subirse al metro: “yo inauguré ese gusano, así le decíamos, eso nunca se me olvida, y claro que fue emocionante, parecía como en un avión”, dice entre risas este hombre, ya de setenta años, y que considera al metro como la obra más grande de Medellín en toda la historia, “o que me digan otra pues”, repite y sigue su camino por las calles del Centro.