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Han pasado ocho días del accidente que le costó la vida en la ciclovía de Medellín a Luis Alberto Hincapié Velásquez, y su madre adoptiva, Libia Osorio Osorio, no sale del dolor y no borra los recuerdos que se le vienen a la mente cuando mira debajo de su cama y encuentra una bicicleta que el hombre de 24 años estaba armando. El ciclismo era su pasión y su terapia.
Con voz quebrada, Libia, una jubilada del Hospital San Vicente Fundación, no olvida el día de abril de 1994 en que tuvo que viajar a su pueblo natal, San José del Nus, a las exequias de un cuñado.
Allí conoció la triste historia de la infancia de Luis Alberto, que en ese julio cumpliría 4 años. La madre tenía quebrantos de salud y su padre no lo podía sostener económicamente.
Entonces como recién pensionada y sin hijos, Libia decidió aceptar el ofrecimiento que le hicieron del pequeño y se lo trajo para su casa en el barrio Prado, de Bello.
Según Libia, la educación y la crianza del niño iban muy bien y sus otras hermanas y parientes lo acogieron como un miembro más de la familia. “Era inteligente, juguetón, obediente y muy respetuoso, hasta que a los 16 años de edad esa alegre infancia le cambió”.
Recordó que empezó a tener sed y muchas ganas de orinar, por lo que lo llevó al Hospital San Vicente de Paúl. Allí los médicos le descubrieron varios tumores cancerosos en la cabeza, diabetes y una deficiencia en la tiroides. “Luego se volvió depresivo y con problemas de aprendizaje”, narró la mujer.
Así empezó un calvario que lo obligó a dejar los estudios de bachillerato y a su madre adoptiva la tuvo de consultorio en consultorio en busca de un tratamiento integral. La tutela tuvo que ser el remedio.
Fue sometido a varias intervenciones quirúrgicas y a 35 sesiones de radioterapia. Libia le añadió una serie de oraciones y visitas al santuario de María Santificadora, de Guarne.
El 9 de junio de 2007 luego de dos exámenes, los médicos le informaron que a su hijo le habían desparecido los tumores. Entonces continuaron con el tratamiento de la diabetes y el control de la tiroides.
En medio de toda esta angustia, la bicicleta se convirtió en una alternativa de diversión y trabajo para Alberto. Aprendió a repararlas y también usó su cicla para hacerles diligencias a los comerciantes de Prado y del centro de Bello.
Con el dinero que conseguía, continuó el relato de Libia, se ayudaba para su manutención y para comprar las medicinas que no le cubría el sistema de seguridad.
También se volvió la mano derecha de Libia. Le hacía el mantenimiento a la lavadora, los mandados y estaba pendiente de los detalles para el mantenimiento de una casa.
Domingos y festivos su costumbre era la ciclovía, rutina que culminó abruptamente el 25 de enero a las 9:00 a.m. cuando un motociclista que invadió el carril destinado para los deportistas en los bajos del Bazar de los Puentes le quitó la vida, la misma que se resistía a dejar a pesar de sus graves afecciones.
Para Libia, además del dolor de perder al que aún le decía su niño, tuvo que recurrir a vecinos y testigos para que con su testimonio, en una notaría de Bello le pudieran entregar en Medicina Legal de Medellín el cadáver de su Luis Alberto.
Yadira Osorio, sobrina de Libia, no deja de lamentar la partida de su primo.
Destaca el tesón de su tía y la solidaridad de toda la familia que en los momentos más difíciles de Luis Alberto estuvieron a su lado animándolo y brindándole toda la solidaridad y el amor que le tuvieron desde que llegó a sus vidas.
“Qué pesar, se murió un ciclista, son las palabras de la Alcaldía y toda la gente, pero no hacen nada más”, afirmó Mauricio Mesa, del Colectivo Siclas. “Y siguen ocurriendo accidentes como pasa en la ciclorruta en el cruce de San Juan con La 65, donde ni motociclistas ni conductores respetan las bicicletas. No hay campañas de concientización ni acciones contundentes que protejan las personas más débiles en las vías: los que caminan y los que pedalean”, insistió.