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Parque Bolívar, un lugar lleno de vida y de historias

En pleno corazón del Centro emerge un oasis de árboles que custodian la estatua del Libertador y una de las catedrales más imponentes de la ciudad.

  • En los últimos años, el Parque Bolívar ha ganado seguridad, lo que constituye un atractivo para visitarlo. La Catedral Metropolitana, considerada patrimonio arquitectónico, es uno de sus principales atractivos, igual que la fuente de agua. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
    En los últimos años, el Parque Bolívar ha ganado seguridad, lo que constituye un atractivo para visitarlo. La Catedral Metropolitana, considerada patrimonio arquitectónico, es uno de sus principales atractivos, igual que la fuente de agua. FOTO MANUEL SALDARRIAGA
  • El grupo de la tercera edad de Villanueva aprovecha el lugar para sus ejercicios aeróbicos. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
    El grupo de la tercera edad de Villanueva aprovecha el lugar para sus ejercicios aeróbicos. FOTOS MANUEL SALDARRIAGA
Parque Bolívar, un lugar lleno de vida y de historias
09 de agosto de 2018
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Dicen las reseñas históricas que en el Parque Bolívar, alguna vez, nadaron patos en un espejo de agua que el lugar tuvo por allá en 1930, y que hasta 1933 lo encerraba una reja que luego la quitaron para donársela al hospital San Vicente.

Era tan encantador, que la élite social de Medellín lo convirtió, en el siglo XIX, en su lugar de residencia predilecto. Para los años 70 y 80 del siglo pasado, el desencanto se apoderó de esos ricos entusiastas, y uno a uno se fueron yendo hacia otros lugares donde no abundaran los travestis y los consumidores de drogas. Pero hay tres cosas que jamás se irán de este escenario simbólico de la ciudad: la Catedral Metropolitana, el busto ecuestre del Libertador Simón Bolívar... y la vida.

Un lustrabotas apodado “El Cucuteño” y que lleva allí 30 años, afirma que este lugar tiene su magia: “en las mañanas es encantador, fresco y lleno de jubilados y viejos que se vienen a mirar a las muchachas que pasan; pero al mediodía llegan otras aves muy distintas y ya en la tarde, las carroñeras”, comenta para referirse a los consumidores de drogas.

Abrigado a la sombra de un caucho gigante mientras brilla los zapatos opacos de su cliente Fernando Mejía, este hombre de calle destaca que este es uno de los mejores espacios del Centro y que, además, en los últimos años ha ganado seguridad.

Su cliente, de 52 años, recuerda que en el parque Bolívar nacieron los alumbrados: “yo estaba niño y mis padres me traían, había una fuente luminosa que la encendían por la noche”, relata mientras pide que al parque le metan más cultura.

Ausencias y presencias

Pero hay otras cosas que en el parque se siguen extrañando. Entre ellas los fotógrafos de instantáneas, a los que el celular desplazó del lugar y de la vida: “A veces viene uno que se llama Pedro, pero es muy raro verlo aquí”, comenta Edal Yurient Monsalve, miembro del Consejo Consultivo para la Diversidad Sexual de la Alcaldía, quien señala que desde 1967, la población Lgtbi se fue asentando en el lugar.

Junto al busto de Bolívar (instalado en 1923), un grupo de la tercera edad hace ejercicios aeróbicos como estrategia para apropiarse del espacio y así lograr que los viciosos, jíbaros y trabajadores sexuales se vayan, definitivamente, a otras zonas.

“Llevamos cinco años trabajando para empoderarnos de este espacio y poco a poco lo hemos ido logrando”, afirma Jorge López, presidente de la JAC Villanueva.

Cultura patrimonial

En la larga historia de 126 años que tiene de inaugurado el parque, muchas cosas han acontecido. Varias casas coloniales alrededor fueron declaradas patrimoniales y en algunas funcionan bancos y otros negocios. En los años 70 y 80 fue muy popular el restaurante La Estancia, pionero del almuerzo ejecutivo, y hace 39 años llego el Sandwich Cubano, que sigue allí muy firme.

Hace cuatro meses murió Bernardo Saldarriaga, quien con su teatro La Barca de los Locos le dio vida cultural a este espacio por más de 20 años. Su ausencia pesa tanto o más que las de los fotógrafos de Polaroid o las de los oradores que armaban controversias políticas de tal intensidad que no faltaron los casos en los que de las palabras se pasaba a los golpes.

Pese a todo, fluyen otras vidas: la de Mauricio Rendón, que vende bolsitas de maíz para que los transeúntes alimenten las palomas, y la de Gonzalo Agudelo, un sexagenario que ofrece tintos a un costado de la Catedral Metropolitana (inaugurada en 1931), y habla de sus tiempos de lustrabotas, mientras a su lado cruzan monjas, curas, travestis y extranjeros.

Porque todo pasa allí, en este escenario con más de 120 árboles que, sin duda, lo convierten en el parque más fresco del Centro de Medellín, un verdadero oasis en medio de la mole de cemento.

Infográfico

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