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Pintura le cambia la vida a las madres de El Pedregal

Internas, niños y voluntarios llenaron de color el pabellón materno del centro penitenciario. Atrás quedaron los fríos ladrillos del lugar.

  • Laura y su hija juegan a las muñecas en su habitación. Atrás el tablero hecho con pintura especial de dibujo. FOTO manuel saldarriaga
    Laura y su hija juegan a las muñecas en su habitación. Atrás el tablero hecho con pintura especial de dibujo. FOTO manuel saldarriaga
05 de octubre de 2017
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Luna* tiene 1 año y siete meses de edad. Su rutina es la de un niño normal: a las 6 a.m. es llevada a la escuela, juega, come, duerme con los niños del centro de desarrollo infantil Entre Sueños durante la tarde, y es regresada de nuevo a manos de su madre a las 4 p.m.

Nada parece extraño, si no fuera porque todo lo anterior ocurre en la cárcel El Pedregal, corregimiento de San Cristóbal de Medellín, donde su madre purga una pena.

Laura Marcela, de 23 años, ingresó al pabellón 7 (materno) del centro penitenciario hace 17 meses y medio, cuando Luna, su hija, apenas ajustaba dos meses de nacida.

La joven madre se va a domir con su hija en la misma celda durante los 15 días permitidos por las autoridades, los otros 15 que le sobran al mes, Luna se va a visitar sus abuelos, fuera de la penitenciaría.

Y así, transcurre la vida de la pequeña, entre su casa familiar y la cárcel, una mole de cemento de color gris, que apenas contaba con “unos triciclos”, añade Laura, para que los cinco hijos de las reclusas del pabellón jugaran.

El color de la vida

Desde el 25 de julio, hasta el 3 de agosto de este año, Gildardo Cortés, técnico en pinturas de la Fundación Orbis, visitó a las reclusas para instruirlas en teoría del color y empezar a lo que ellas llaman “llenar de vida” el lugar donde los niños conviven.

Los niños pasan de columna en columna, jugando entre un gato, una jirafa y un pulpo que dibujaron y pintaron por sus propias manos y las de sus madres.

Ayer, en la entrega oficial de la intervención, Luna y sus pequeños amigos apenas dejaron escuchar los himnos de protocolo, que se vieron opacados por los balbuceos.

“Le encanta pintar, cuando empezamos a colorear los animales, se pintaba ella misma y pintó hasta las trapeadoras”, comenta Laura entre risas, mientras le daba de comer a su hija.

Para las tardes, después del colegio, un pequeño rincón se asoma a un costado del pabellón, de colores rojo y amarilo, en el que libros de animales se vuelven tema de lectura para madres e hijos.

¿Y la pieza, la pintaron?

“¡Claro! de color azul, como le gusta a mi hija”, dice Laura, quien autorizó a EL COLOMBIANO a contar su historia. Además, le hicieron un pequeño tablero con pintura especial, en el que la niña traza a diario sus ocurrencias.

La idea, menciona Jhonny Correa, artista plástico y participante del proyecto, es que nunca piensen que están en una cárcel.

Y funciona. Laura recorre el lugar guiada de la mano por su hija, que le gusta interactuar con los colores que se ven en las paredes y que contrastan profundamente con la inmensidad de la pintura blanca impreganda en todo el pabellón.

“Verlo terminado es lo más lindo que hay, esto ahora tiene vida, para nuestros niños y nosotros”.

Atrás quedó el frío gris de los ladrillos para darle paso a un pequeño zoológico de color pastel, que, según los mismo guardias del Instituto Nacional Penitenciario (Inpec), ilumina las mañanas.

De lo imaginado a lo real

Las reclusas soñaban con ríos, flores, animales y todo lo que habían perdido en su libertad.

“Ellas me preguntaban a la hora de dibujar -dice Correa-, ¿qué pasa si el pez está sobre la montaña?”, “no importa”, replicaba el artista, “en el surrealismo todo es posible”.

Y así, como todo es posible, la niña con nombre de astro y su madre, sentirán la libertad en 15 días.

La pena que purga Laura, por extorsión, llegará a su fin a finales de este mes. “Uno siente ansiedad, emoción de saber cómo va a encontrar la calle. Siento temor, porque no veo a mi mamá ni a mi papá desde ese tiempo”, dice Laura.

El pabellón 7 de maternas quedará como el rincón donde los niños y las madres ven la vida de colores, mientras el mundo real está ahí afuera.

*Nombre cambiado por protección del menor. .

19
reclusas participaron durante dos semanas en la intervención cultural.

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