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La delegada de la Fiscalía en el juicio, le reclamó una y otra vez al juez la pena máxima de sesenta años de prisión para los homicidas. Sin embargo, como estos se acogieron a cargos, la pena osciló entre los 17 y los 20 años de prisión, que con buen comportamiento y otras gabelas judiciales, en cinco o seis años, estarían disfrutando del beneficio de casa por cárcel.
Los hechos se tradujeron en una sangrienta y espantosa pesadilla que tardó varias horas hasta su desenlace final, entre la noche del 8 de noviembre de 2014 y el amanecer del día siguiente, en un lujoso apartamento del sector de El Poblado.
Los asesinados, el ciudadano italiano, Marco Rallo, corredor de bolsa, y su esposa, María Clara Uribe Zárate, fueron víctimas de tres vigilantes, que respondían por su seguridad y la del edificio donde residían y un particular, quienes crearon una empresa criminal para matarlos y luego despojarlos de una supuesta millonaria suma de dinero.
Desde que se planeó el asalto, los vigilantes Juan David Mejía Vallejo, Jaime Luis Espitia Romero y Pedro Juan Uribe Marín, a los que se unió Gustavo Adolfo Vélez, condenaron a muerte a sus víctimas para poder atracarlos y garantizar la impunidad.
Mejía Vallejo, el autor intelectual y Vélez, llegaron esa noche al edificio, momentos después de que Espitia, quien era el vigilante de turno, apagara el sistema de cámaras de vigilancia. Allí se unieron al rondero de la edificación Uribe Marín y subieron hasta el apartamento 202. El italiano no notó nada sospechoso cuando el rondero tocó a su puerta y le abrió. Sin darle tiempo a reaccionar recibió el primer golpe en la cara. El resto de los asesinos entró en bloque, sometieron a la pareja y y le exigieron que abriera la caja fuerte.
Narra uno de los asesinos que la víctima se opuso, pero lo golpearon una y otra vez a él y su esposa. Para no levantar sospechas, los amordazaron con cinta adhesiva y no pararon de golpearlos hasta que lograron que les abrieran la caja fuerte.
Según los asesinos solo habían nueve millones. Ellos esperaban 900 o más. Lo que siguió fue terror absoluto. Según Vélez Arango, se encerraron con sus víctimas en una de las habitaciones para asesinarlos a golpes unas veces y otras tratando de ahogarlos...
Luego tomaron los cuerpos, los envolvieron en sábanas, los bajaron por el ascensor y los montaron en el carro de la señora para botarlos. Terminada la jornada, Vélez Arango, quien se emborrachó, para perpetrar el crimen, terminó estrellando el carro, momentos después de botar la última de las víctimas. Una llamada anónima alertó a la policía de que en el carro estrellado acababan de arrojar dos cuerpos y llevaban 400 millones de pesos.
La policía atrapó a Vélez Arango, quien negó los hechos, pero ante las pruebas contundentes declaró a cambio de rebaja de pena, la misma con la que todos fueron compensado por “colaborar” con la justicia.