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A los 83 años, el viudo Elías de Jesús Gómez López debía saber que la muerte podía llegar en cualquier momento, pero que fuera a manos de su hijo, eso sí no podía imaginarlo nadie.
Lo impensado sucedió el 23 de diciembre de 2017, cuando estaba en compañía de dos de sus vástagos en una finca de la vereda Urquita, en el corregimiento Palmitas de Medellín. Por razones que las autoridades investigan, comenzaron a discutir.
La rabia pasó de los insultos a los golpes y en medio del acaloramiento se blandieron cuchillos y un machete. Oscardy Gómez Zapata, de 27 años, decapitó a su medio hermano Porfirio Gómez Vargas, de 40, y usó la misma arma para exterminar la vida de su padre Elías.
Botó los cadáveres en unos costales y se cambió de ropa. Cuando la Policía llegó a interrogarlo, entregó el machete salpicado con la sangre de su sangre y confesó el crimen. “Es que mi papá era muy agresivo”, dijo.
Este es uno de los casos más brutales relacionados con un fenómeno que afecta a la ciudad hace muchos años: los asesinatos derivados de la intolerancia. Según las cifras oficiales, son la segunda causa de homicidios en la metrópoli antioqueña.
Tomando como referencia el último trienio (2016-2018), los datos del Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia (Sisc) de la Alcaldía arrojan que en Medellín hubo 1.759 asesinatos; de esos, 985 casos están asociados a acciones de grupos delincuenciales organizados.
Después vienen los casos de intolerancia, que registran 339 incidentes discriminados así: muertes por problemas de convivencia (234), por violencia de género (62) y por violencia intrafamiliar (43).
La tercera causa son los homicidios en medio de hurtos (101).
Irracionalidad
Los vecinos se despertaron ese día con un alegato, al costado de una ferretería del barrio Trinidad. Por las voces reconocieron a la profesora Paola Rocío Úsuga Jaramillo, de 37 años, y a su exnovio Germán Osorio León, de 50. Creyeron que se trataba de una discusión de pareja, hasta que un alarido les dio escalofrío.
Cuando la patrulla llegó al sitio, el 15 de marzo de 2018, la mujer yacía en el suelo, víctima de doce puñaladas. El informe oficial del caso describe que Osorio estaba sentado a su lado, con un cuchillo ensartado en el pecho. Al ver a los policías, lo agarró del mango y lo enterró más adentro de su propia humanidad, en una suerte de ritual haraquiri, queriendo eludir las consecuencias de su culpa.
Los médicos lograron salvarlo y los allegados declararon a las autoridades que el sospechoso, presuntamente, no soportó la ruptura del noviazgo y que de manera frecuente la amenazaba, advirtiéndole que si no volvía con él podría ocurrir una tragedia.
Según los registros, la mayoría de asesinatos por intolerancia se cometieron con armas cortopunzantes (213), seguido de las armas de fuego (55), golpes contundentes (25) y asfixia mecánica (21).
En tres episodios los agresores emplearon sustancias tóxicas o agentes químicos, como en la escena del crimen documentada el 27 de junio de 2016, en una casa del barrio Nuevo Amanecer, en el corregimiento Altavista.
De acuerdo con la investigación preliminar, Óscar Jaramillo, de 36 años, quiso deshacerse de su compañera sentimental, que apenas sumaba 16 cumpleaños. Tomó una pipeta de gas y le prendió fuego a la casa, con ella adentro. El indiciado no logró escapar y el infierno que desató también lo consumió. Ambos llegaron con lesiones de gravedad al pabellón médico y a los tres días falleció la joven. El presunto agresor sobrevivió con quemaduras de tercer grado en el 92 % del cuerpo.
En otro de los casos ligados a la intolerancia, la víctima fue lanzada al vacío. Sucedió el 22 de mayo de 2016, en el séptimo piso de un hotel del Centro, en el barrio Villanueva. Cuatro hombres departían en una habitación, cuando el pintor Jhonatan Flórez Sánchez, de 22 años, cayó por la ventana. En principio, los acompañantes dijeron que él se había tirado, pero un análisis de Medicina Legal certificó que se trató de un homicidio por caída de altura.
Los datos del Sisc detallan que 261 hombres perdieron la vida en estos eventos y que 78 de las víctimas fueron mujeres.
El alcalde de Medellín Federico Gutiérrez ha lamentado la situación en varias oportunidades, señalando que entre el 20 % y el 30% de los homicidios es por asuntos de intolerancia y violencia entre conocidos. Durante su mandato se ha presentado una reducción de esta causalidad, al pasar de 130 hechos en 2016 a 80 en 2018, aunque las pasiones que suscitan estos crímenes son tan acaloradas, que un solo caso basta para provocar el hastío social.
Los “conocidos”
Son múltiples las circunstancias que desatan la furia homicida. En 45 oportunidades hubo conflictos propiciados por comportamientos del otro (“me miró feo”, “le echó un piropo a mi novia”, “me humilló”); 19 peleas se generaron por bienes materiales (“me debe plata”, “me dañó la moto”), y en 10 incidentes, de los esclarecidos hasta ahora, el detonante fueron los celos.
Cualquier lugar, público o privado, puede convertirse en un escenario de muerte por intolerancia. Ni siquiera se escapan las fiestas, en las que se presume que debe primar la alegría, pues ocho de los crímenes sucedieron en rumbas.
En la madrugada del 12 de septiembre de 2016, el estudiante Cristopher Franco Arango, de 21 años, departía con su novia en una discoteca del barrio Miraflores. En la parte exterior se desató una riña y el joven intervino para calmar los ánimos. Sin tener que ver en la reyerta, recibió tres puñaladas en el pecho, la axila izquierda y la espalda, que resultaron fatales.
La delincuencia también suele desatar la barbarie, como ocurrió en la noche del 7 de abril de 2017, en una calle del barrio Bomboná. Una mujer pidió socorro, afirmando que dos muchachos querían robarle la motocicleta. La comunidad reaccionó de inmediato, evitando el hurto y sometiendo a los señalados.
A uno de ellos, de rostro infantil, le propinaron una paliza menor. Con el otro, que aparentaba unos 30 años, exorcizaron todos sus demonios. Lo patearon, le dieron puños, lo acuchillaron, usaron su cuerpo como si fuera un saco de boxeo, hasta que ya no se movió.
La Policía intervino para llevarlo al hospital. No tenía identificación, solo se sabía que lo llamaban Ánderson y tenía el nombre María del Carmen tatuado en el pecho. El diagnóstico médico: muerte por linchamiento.
En relación con el parentesco, la mayoría de los verdugos eran conocidos de los difuntos (68), mientras que los desconocidos fueron 52. De la primera categoría se extrae que 25 homicidas eran cónyuges, 14 amigos, 13 vecinos, 12 exparejas y ocho novios.
Jorge Mejía, quien fue Consejero para la Convivencia, la Reconciliación y la Vida en la Alcaldía pasada (2012-15), opina que desde la política pública es posible impulsar procesos que contribuyan a mermar los homicidios por intolerancia. “El tema es complejo, porque tiene que ver con la manera en que resolvemos los problemas cotidianos. Nos cuesta dialogar”.
Añade que es necesario enfocarse en la primacía de los valores familiares, “porque muchos padres promueven que sus hijos sean generadores de dinero, así no estudien”; insistir en la cobertura y asistencia al sistema educativo; y no decaer en la lucha por mejorar la calidad de vida de la población.
En lo corrido de 2019, las autoridades han registrado tres homicidios ligados a temas de convivencia, de los 53 que van en Medellín (hasta el 1 de febrero). Uno de los casos provocó asombro y temor en la opinión pública, al constatar hasta dónde puede llegar la furia por un pequeño problema de tránsito.
Sucedió el pasado 26 de enero, en inmediaciones del Jardín Botánico. Según testigos, un motociclista se enojó porque al frenar en un resalto, fue chocado por detrás por un automóvil dedicado al transporte informal de pasajeros.
Aunque no hubo heridos ni daños de consideración, desenfundó un arma de fuego y disparó contra los ocupantes. Mató a Kevin González Echavarría, de 30 años, a Deybi Marín Arcila, de 22, y dejó herida a otra pasajera. Después huyó, aceleró con su ira hacia otro lado.