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La vida de los “carritos”: niños al servicio de las bandas criminales

Aunque se trata de un grave delito, hay pocas judicializaciones sobre los responsables.

  • ILUSTRACIÓN: ESTEBAN PARÍS
    ILUSTRACIÓN: ESTEBAN PARÍS
07 de noviembre de 2018
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El “Gato” y “Michel” pasaron juntos de las armas de juguete a las de verdad. Este par de muchachos, criados en las montañas del oriente de Medellín, dejaron de correr por los pasillos de la misma guardería para ser parte de un grupo delincuencial del barrio, mucho antes de cumplir la mayoría de edad.

Ambos —dicen— entraron por voluntad propia, aunque por motivos diferentes. Y los dos pasaron más de 10 años violando la ley, hasta que a uno lo agarró la Policía y al otro le ganó el miedo a ser detenido o linchado en la calle.

A “el Gato” la vida le cambió cuando tenía 12 años y tuvo que correr con su papá para el hospital, porque tenía problemas de azúcar en la sangre. La enfermedad, ya en etapa crónica, fue más rápida y al muchacho le tocó ver cómo el padre, que entonces era su mundo, se moría en sus brazos. “Yo estaba muy cachorro y empecé a llenar ese hueco con cosas negativas. La primera fue el vandalismo con las barras”, cuenta “el Gato”.

En la tribuna norte del estadio conoció nuevos amigos del mismo barrio y con ellos fundó una “barra brava” con la que terminó peleando en calles de Medellín y carreteras del país. “Yo era de los que buscaba pelea, llevaba cuchillo y metía vicio (drogas). No vendía, eso sí”, apunta, mientras dice que lo hacía “por sentir la adrenalina”. Ese fue su primer acercamiento con la ilegalidad.

Mientras “el Gato” se pintaba la cara con los colores de su equipo, “Michel” seguía usando ropa formal y estudiando en un colegio privado. Su mamá, una mujer trabajadora y de clase media, se había esforzado por darle la mejor educación, pero al muchacho no le gustaban las aulas.

Antes de cumplir 15 años, se obsesionó con la idea de tener una moto, así que ahorró y se compró una RX115.

Pero no fue suficiente y pronto quiso otra moto, pero ya no podía comprarla, entonces pidió un arma al combo de su cuadra, y salió con un amigo hasta el barrio Prado Centro, donde robaron una DT. En cuestión de minutos hicieron “la vuelta” y volvieron al barrio; y desde ese día el hurto se volvió su estilo de vida.

“No tenía necesidades, pero me gustaban las motos y la plata. Empecé a salir con amigos y robábamos también celulares, relojes y alhajas de oro. Íbamos a todos los barrios, casi siempre a la hora pico porque así uno podía escoger más; luego vendíamos todo”, dice.

El padrino

A finales de 2009, cuando “el Gato” ya tenía 16 años y “Michel” 17, por las calles de Aranjuez y Campo Valdés se regó el rumor de que uno de los “duros” del barrio salía de la cárcel después de purgar una condena de 12 años.

Le decían “el Negro” aunque era blanco y fue recibido como un héroe por los muchachos, a los que luego agrupó para formar el combo, bajo la promesa de que iban a hacer solo lo que les gustara: robar, disparar, secuestrar, vender droga o asesinar.

“El Negro” les dio pistolas y ese fue el detonante para que más de 10 niños se convirtieran en asistentes de criminales o, como ellos mismos los llaman “carritos”. Los protagonistas de esta historia se vincularon al combo en diferentes roles: “el Gato” se volvió la mano derecha de “el Negro”, se encargó de cuidarlo en fiestas y fue el primero del grupo en tener fusil. “Michel” se concentró en robar y su especialidad siguieron siendo las motos.

Laura María Hernández, subsecretaría de Derechos Humanos (e) de Medellín explicó que lo que sucedió con estos jóvenes es lo que se conoce como “instrumentalización o utilización” de niños o adolescentes en el conflicto, y aclaró que a diferencia del reclutamiento, estos niños no son sacados de sus hogares.

“Hay reclutamiento cuando al niño se lo llevan, como hacía la guerrilla que los montaba en una camioneta y los llevaba para la selva. Acá los niños sí empiezan a vincularse a actividades ilegales, pero siguen estando en su entorno”, dijo.

Según Alejandro De Bedout, secretario de la Juventud de Medellín, de los 554.000 jóvenes que habitan la ciudad, el 11 % (unos 66.000) está en riesgo de ser utilizado por las bandas criminales.

El problema es que en muchas comunas de la ciudad está invisibilizado y normalizado. “Al niño lo ponen a llevar un arma o guardarla en su casa y la familia o no se entera o no dice nada, por eso estamos haciendo esfuerzos para crear consciencia de que esto no está bien y que, de hecho, es ilegal”, dijo Hernández.

El primer esfuerzo en ese sentido fue la creación, en 2016, de una Mesa Municipal de Prevención y Reclutamiento de Niños que apenas fue formalizada a comienzos de 2018. En ella están sentados, además de la Policía de Infancia y Adolescencia y la Secretaria de Inclusión Social, dependencias como las Secretarías de Educación, Seguridad, Mujeres, Cultura, Comunicaciones, Juventud y entidades como el Icbf y el Inder.

Todos ellos crearon una ruta de atención para los niños que están en riesgo o ya fueron utilizados por bandas criminales, y comenzaron a hacer actividades de formación en colegios, escuelas y centros comunitarios de las zonas con mayor riesgo en la ciudad; es decir, en las comunas 7 (Robledo), 6 (Doce de Octubre), 13 (San Javier), 1 (Popular) y 16 (Belén), además de los corregimientos de Altavista, San Antonio de Prado y San Cristóbal.

Entre el 1 de febrero (cuando se oficializó) y el 30 de septiembre, la Mesa gestionó la protección de 47 niños de los que se comprobó que estaban siendo instrumentalizados por bandas criminales. Pero hay muchos casos de alertas tempranas en los que se identifica la presencia de bandas en un sector, que emiten amenazas colectivas mediante panfletos, y allí intervienen las autoridades para evitar que alguno de los niños caiga en las redes criminales.

“La atención depende de cada caso. Muchas veces hay que sacarlo del barrio porque está en riesgo, a veces es la familia la que permitió esa utilización entonces él pasa a custodia del Icbf. Además empieza un proceso para restablecerle sus derechos”, comentó Hernández.

Hasta septiembre de este año, la Mesa reportó que sus acciones impactaron a 3.500 niños a los que se les enseñó a identificar qué acciones usan los “combos” para captar su atención e inducirlos al delito.

“Cualquiera que conozca un caso puede reportarlo y activar la ruta de atención mediante la línea 123 social”, precisó la funcionaria.

¿El negocio?

Cuando tenía 16 años, “Walter” se enteró de que su novia estaba embarazada. Él, que vivía con su madre en el norte de Medellín, salió a caminar mientras pensaba cómo iba a responder por el hijo que venía en camino y se le ocurrió hablar con los amigos.

“Un barrio es como un pueblo, uno conoce a todo el mundo. Yo sabía que había unos que trabajaban con un combo entonces un día me acerqué y les pregunté que si me podían dar trabajo. Ellos hablaron por mí ante los duros y como ya sabían de quién era hijo, me dejaron entrar de una”, asegura.

El recorrido de “Walter” como carrito empezó guardando droga en su casa, luego fueron armas y después dinero. Si algo se perdía el precio podía ser su vida o la de su familia.

Con el tiempo “ascendió” a distribuidor: debía ir al sitio donde almacenaban y empacaban las dosis de drogas, y repartirlas entre los jíbaros de cada plaza. En el camino su misión era evitar que lo atraparan las autoridades.

El siguiente peldaño en la escalera criminal fue el testaferrato. Sus jefes le encomendaban la misión de encontrar personas de ingresos medios o altos que prestaran sus cédulas y cuentas bancarias para comprar y vender propiedades adquiridas con dinero ilegal. Cuando cumplió los 18 años, él mismo estrenó su cédula firmando como propietario de una casa que nunca vio.

Por todo eso recibía una buena tajada de los $16 millones que, según él, dejaba la plaza cada día para distribuir entre el combo. Lo paradójico es que en su casa seguía faltando el dinero. “Uno recibía la plata y se la gastaba en cualquier cosa porque sabía que a la semana siguiente iba a recibir más plata. Pero el tiempo se iba yendo y cuando menos pensé me di cuenta que llevaba muchos años en eso y no tenía nada”, contó.

En ese momento, si lo hubiera sabido, “Walter” habría podido acudir a uno de los Cedezos que hay en la ciudad y buscar apoyo para estudiar o trabajar.

“Tenemos programas como Formando Talento, que ha capacitado a 5.000 jóvenes en competencias laborales, asegurando su inserción laboral una vez concluyen sus procesos formativos en empresas aliadas que requieren sus perfiles”, explicó María Fernanda Galeano Rojo, secretaria de Desarrollo Económico de Medellín.

Problemas para la justicia

El punto de quiebre en la vida de estos tres “carritos” llegó en distintas formas.

“Walter” fue víctima de otros delincuentes que lo despojaron de su moto y el dinero que llevaba para asistir a su mamá que estaba hospitalizada. “Eso fue en el Centro, me golpearon y casi me matan. Creía que estaba protegido y busqué a los jefes, pero después de hablar me dijeron que ‘ya había perdido’ y lo único que me devolvieron fue la moto”.

Como su hija ya estaba creciendo, decidió que necesitaba una vida más tranquila y poco a poco fue entregando los negocios que tenía a su cargo; luego buscó trabajo como mensajero.

A “Michel”, después de robar joyerías y transeúntes, la vida lo sacudió cuando se dio cuenta de que casi todos los compinches de atraco estaban tras las rejas, muertos o eran buscados por las autoridades.

“Yo no quiero estar así. No tengo necesidades y tengo familia y novia, entonces lo dejé”, explicó.

Probó varios empleos en fábricas y oficinas, pero nunca se acopló y por eso volvió a la moto, pero ya como mensajero.

“El Gato” fue el único de los tres que estudió. Su mamá decidió apoyarlo para terminar una técnica y hoy trabaja aplicando esos conocimientos desde su casa.

“Decidí buscar otra cosa, un día que me tenían guardando el vicio y yo tenía hambre. Estaba descuadrado de plata y tenía ganas de llorar. En esas se me acercó un señor, me pagó para que le fabricara algo de lo que aprendí a hacer mientras estaba estudiando, y con eso pude comer. Ese día me dije: de esto voy a vivir”.

Sin embargo recayó y aceptó una propuesta de trabajo fácil empacando cigarrillos de marihuana. “Me tocaba envolverlos en papel aluminio, y nada más. De un momento a otro vi un hombre armado y cuando me di cuenta había un operativo de la Sijín impresionante”, recordó.

Él y tres compañeros más fueron capturados con 23 kilos de marihuana y varios insumos para preparar cocaína. Pasó más de año y medio en prisión domiciliaria y poco después, “el Negro” fue asesinado y “el Gato” decidió que no trabajaría para nadie más.

Todos ellos se retiraron cuando ya eran mayores de edad y su caso supone un reto para la justicia porque no queda claro en qué punto dejaron de ser instrumentalizados para convertirse en responsable de sus actos.

Una fuente de la Rama Judicial explicó que el mismo dilema se presenta en los casos de reclutamiento. “Tenemos casos de niñas que fueron reclutadas, violadas y obligadas a abortar cuando eran menores de edad, pero se desmovilizaron siendo ya mayores. La Ley 1448 dice que quien se desmovilizó siendo mayor ya no tiene derecho a reparación, pero estos casos dejan dudas sobre eso”, dijo.

El funcionario agregó que hay varios procesados en Justicia y Paz por reclutamiento y que los integrantes de las Farc han reconocido el delito, aunque no se han proferido sentencias. En cambio, bloques paramilitares como el Elmer Cárdenas ya han sido objeto de 309 condenas por reclutamientos masivos.

“En casos de reclutamiento hay avances, pero en lo que tiene que ver con instrumentalización de niños en bandas delincuenciales, que corresponden a la justicia ordinaria, el tema está invisibilizado, casi que no se han ordenado investigaciones”, declaró.

Educar para prevenir

Durante una entrevista con EL COLOMBIANO, el alcalde de Medellín Federico Gutiérrez, aseguró que el golpe más duro que les ha dado a las estructuras ilegales que operan en la ciudad es haber logrado que más de 4.272 niñas, niños y adolescentes hayan retornado a las aulas a través del programa ‘El colegio cuenta con vos’.

Para demostrar sus intenciones, Gutiérrez echó mano de los números y destacó que hoy el presupuesto municipal para educación (un billón de pesos) es tres veces más alto que el de seguridad (258 mil millones de pesos).

“Walter”, que ya piensa en el futuro de sus hijos, celebra esas alternativas. “Ya le dije a mi hija que no repitiera la historia, que estudiara y montara su propio negocio”.

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