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Sudor y sangre dejó el tren en Yarumito

La conexión de habitantes con la estación del ferrocarril es tan estrecha, que hacen todo por conservarla viva.

  • 1. En la estación Yarumito se hacen exposiciones de arte, objetos antiguos y fotografía. 2. Muchas personas compraban tiquetes allí para viajar a Barrancabermeja y Cisneros. 3. Es una de las dos salas culturales de Itagüí, hoy. FOTO Jaime Pérez y cortesía
    1. En la estación Yarumito se hacen exposiciones de arte, objetos antiguos y fotografía. 2. Muchas personas compraban tiquetes allí para viajar a Barrancabermeja y Cisneros. 3. Es una de las dos salas culturales de Itagüí, hoy. FOTO Jaime Pérez y cortesía
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Sudor y sangre dejó el tren en Yarumito
29 de julio de 2018
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Son tantos los recuerdos, que Hernando Pérez Abad aún sueña con el sonido de la corneta que anunciaba la llegada del tren a Yarumito. También las marcas le son indelebles, como la de aquel día, por allá en 1970, cuando la ferocidad de la máquina le destrozó parte del pie izquierdo.

Era un niño, de unos 9 años, y como los demás del caserío de 20 casas en Itagüí, corría siempre tras la locomotora, justo cuando partía de la estación, luego de dejar cargas de cebada, café y algodón, y recibir a cientos de pasajeros que iban para el Suroeste y Occidente antioqueños.

—Solía subirme al tren, sin pagar, al escondido de los guardias, como polizón. Una aventura de niños, pero esa tarde, cuando quería pasar de vagón a vagón, el pie se me enredó en una escalera. Atrapado y muriendo de angustia solo pude sacarlo con la poca fuerza que me quedaba.

Dejó parte de su piel entre las latas, rojizas, ya desgastadas por el sol. Pero no renunció a seguir compartiendo con él. Creció a su lado y adulto fue cotero, aprovechando el desarrollo industrial del municipio del sur del Valle de Aburrá que volvió a Yarumito una parada obligada para el cargue y descargue de materia prima para las factorías.

Alrededor de la estación

El último suspiro del tren por Yarumito fue en 1991, recuerda Javier Arboleda, quien trabajó en la estación, en oficios varios y fue encargado de permanecer al cuidado de la estructura tras su cierre.

Comenta que el pago por vigilar era la posibilidad de tener un techo para él y su familia. Allí permaneció hasta 2014, cuando Yarumito le fue entregada a Invías y en ese lapso, mientas la habitaba, fue testigo del deterioro que trajeron consigo los años y que no menguó la labor de pintura y revoque que le hizo.

—Trabajé sin salario, sin dotación. Me dejaron aquí en condición de celador. Recuerdo que una vez se desplomó parte del techo, llamé a Ferrovías, entidad encargada, y un directivo me dijo: vea Javier, esa estación no presta ningún servicio, así que deje que se caiga que no hay ningún problema. Si usted vive ahí, pues arréglela.

Javier fue doliente de Yarumito, hasta hace 4 años. Como pudo la mantuvo y aunque debió salir para conseguir dónde vivir, pagando un arriendo, hoy hace parte del grupo de amigos de la estación que con sus historias recuperan la memoria y trabajan por su conservación.

Admite que no es la misma estación de aquella época, la de bancas de madera ubicadas entre las cinco puertas de los extremos, escritorios, máquinas de escribir y telégrafos, pedazos de hierro y herramienta, mercancía por doquier y hombres elegantes, con sombreros y trajes, y las mujeres con sus vestidos largos en forma de copa inversa.

La antigua casona es una de las dos o tres que aún conservan ese estilo campesino, en un barrio atestado de viviendas y con un precario espacio público, situación que solo la mitiga el cementerio Montesacro, a todo el frente de la estación, uno de los dos bienes de Itagüí declarados patrimonio nacional (el otro es el parque arqueológico Graciliano Arcila Vélez​ o Parque de los Petroglifos en el barrio El Rosario).

Y es un milagro que permanezca de pie, porque el asentamiento de cientos de familias que empezó con el paso del tren, creció con la industrialización de Itagüí.

Patrimonio motor de cultura

Yarumito fue construida en 1911, apunta Luis Orlando Luján, historiador de Itagüí, en tanto agrega que en 2004 pasó a ser propiedad de Invías, que la administró junto a otras estaciones del ferrocarril de Antioquia.

Esa misma entidad nacional se encargó de su restauración y otras que se catalogaron patrimonio. —En el 2014 se empezó a restaurar— dice Luján, tomando como referencia fotografías antiguas y con ayuda de los habitantes del barrio, a quienes los arquitectos contratados por Invías capacitaron en técnicas de barro pisao.

Ya en 2017, añade, Invías le entregó la estación en comodato al municipio con la misión de que se utilizara para promover la cultura y la educación.

Es tiempo insuficiente para recuperar lo perdido, en términos físicos, pero los logros son admirables. El historiador, con emoción, relata que es tanto el sentido de pertenencia, que los vecinos llevan, todavía, pedazos de carrileras, fotos y otros objetos relacionados con la estación. Ahora quieren hacer un museo y seguir contando la historia que marcó a toda una comunidad.

Esa unión de los habitantes en torno a Yarumito, es modelo en Antioquia, destaca Carlos Mario Posada, subsecretario de Cultura de Itagüí. Considera que, si bien la estación no es una majestuosa construcción, alrededor de ella se tejieron historias de amor, de música carrilera o guasca.

—El trabajo manual de restauración lo hicieron las personas de Itagüí, eso logró la apropiación del bien, y esto quedó certificado por Invías.

Yarumito hoy es centro cultural del barrio con una nutrida programación que va desde clubes de lectura, talleres de historia y exposiciones, hasta la proyección de películas, en las que los niños son los principales espectadores.

Nunca antes en el barrio los vecinos se habían unido tanto. Los debates se prenden en medio de un café y las tertulias terminan en sonrisas e interminables anécdotas.

Hernando es protagonista de muchas de aquellas historias, también Javier, Hernán, Olga, Consuelo y otros que ya no están, pues murieron en accidentes relacionados con la locomotora. Todos tienen que ver con el tren, ya un fantasma, pero les queda la estación, de puertas abiertas, para mantener viva la memoria.

Infográfico

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