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Los sueños y el talento de un niño están en riesgo en las calles

El deseo de no ser una carga, hace que un niño arriesgue en las calles, sin saberlo, sus sueños y talento.

  • ilustración Elena ospina
    ilustración Elena ospina
“No quiero vender dulces toda la vida”
05 de enero de 2017
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Uno se pregunta qué hace un niño de diez años andando las calles solo, vendiendo dulces en los buses o en cualquier negocio. Sobre todo uno que lleve un libro en la mochila; que se adelante a los demás en su colegio y sueñe con estudiar en una universidad privada y viajar para saber si Los Ángeles es una ciudad con playas hermosas o llena de tráfico y basuras, porque ha escuchado las dos cosas.

“Mi mamá antes me dice que no me ponga a trabajar, que con ella no me falta nada. Pero yo estoy cansado de que ella tenga que trabajar todo el día, levantarse antes de las cinco de la mañana a lavar, a cocinar... para mí es muy maluco. Por eso quiero trabajar para tener mi propia plata, comprarme mis cosas y quitarle una carga de encima a mi mamá”, responde él.

El pequeño habla al tiempo con los ojos, con las manos y con la voz, que todavía es dulce. No dice groserías. Cuenta que este año ganó el cuarto grado, que sacó otra vez el primer puesto de su clase, en el colegio Fe y Alegría Santo Domingo Savio; que le van a hacer un examen para saber si pasa a sexto o a séptimo. Se emociona con que su nombre y sus palabras se lean en el periódico.

Pero su nombre no saldrá, no es prudente que salga, aunque él no siente vergüenza por lo que hace. Llamémoslo James, para darle uno que no lo señale.

—¿Sabes que un niño como tú no debe trabajar?

—Yo sé, pero me está yendo bien. Y como la policía no tiene en mente que yo venda, me toca esconderme por miedo a que me cojan. Para mí es muy maluco que me cojan los policías y me lleven a un internado. Aunque yo sé que mi mamá haría cualquier cosa por impedirlo —responde.

—¿Por qué te gusta estudiar? A otros niños les da pereza ir al colegio.

—A mí me ha enseñando mi mamá que si uno quiere ser alguien en la vida, tiene que estudiar. Yo no quiero ser como esos otros niños que se quedan vendiendo dulces toda la vida. Yo solo vendo dulces porque mi mamá trabaja vendiendo en la calle y yo necesito útiles y tengo cosas que también quiero comprar.

James dice que quiere estudiar en Eafit y conocer Nueva York y Los Ángeles. Y también mostrar Medellín a quienes no conocen la ciudad. El 21 de enero cumple once años, aunque no espera tanta alegría ese día como este diciembre que lloró cuando su padrino lo sorprendió con una bolsa llena de regalos: muestra tres manillas —una con su nombre y las otras dos, recuerdos de sitios turísticos con inscripciones en inglés— y la camiseta que lleva puesta. Los demás están en su casa.

—¿Qué cosas quieres comprar?

—Quiero comprar mi estrén, ya que mi papá algunas veces me da el estrén pero nunca le ha dado plata a mi mamá y eso es maluco.

A James le gusta el tenis de campo. No juega fútbol ni monta en bicicleta, porque hace un par de años lo atropellaron dos motos y le rompieron una pierna. El doctor que le puso platinas para que sanara, le advirtió que con una patada se podía poner peor. Cerca a su casa practica con instructores del Inder. Solo hay que pagar para el bus, cuando hacen torneos, aunque siente que a veces no le va tan bien.

—Mi padrino es guía turístico y yo doy tures con él, en Santo Domingo. Quiero ser guía turístico, como él. Por el momento ya estoy aprendiendo a hablar inglés —cuenta.

—¿Aprendes en el colegio?

—Yo aprendo inglés por mi cuenta. Me meto a internet, busco palabras. Tengo un diccionario de Inglés-Español, pero no lo tengo aquí mismo. Si lo tuviera aquí mismo, con gusto te lo enseñaba —en la mochila sí tiene un libro: Percy Jackson, el ladrón del rayo— . Mi padrino consiguió que me hicieran una cuenta y yo me puedo meter y hablar con un profesor. Le digo cómo estoy y le pregunto cómo se dice algo en inglés y él me lo menciona.

—Entonces tú trabajas para pagar el internet.

—No. De los dulces yo saco 10.000 pesos. Una caja me cuesta 9.200 y me sobran 800. Esos me los llevo para internet. Por mi casa hay una sala de computadores y yo me meto una hora o media hora.

Cuenta James que a veces se queda solo en la casa, en su barrio; que al frente hay solo un colegio y los vecinos no son ruidosos. Entonces lee las historias de Percy Jackson o de Harry Potter; que también tiene un libro de la famosa saga, el del joven hechicero y la cámara secreta.

Los ojos de James ya han visto mucho en las calles, aunque todavía brillan. —He visto cosas muy terribles, que donde te cuente, te asustas —dice (seguro sí se ha asustado). Recuerda un niño pegado de una botella de Pilsenón y la mamá muy borracha. —He visto mujeres... ¿cómo te lo digo? Mujeres que se acuestan con los hombres por dinero. Las he visto en la calle con todo su cuerpo sacado. Me dan ganas de salir corriendo.

Recuerda que hace poco alguien, por su casa, le ofreció 50.000 pesos si se montaba a un carro y se iba a un hotel con él.

—Pero a mí me enseñaron que no me puedo ir con desconocidos —dice el pequeño.

Cuenta al final que en una casa alquilada de Santo Domingo Savio, hay una mamá que ya ha vuelto de la calle, a cocinar y a cuidar a su hermanito, una que se apresura a abrir la puerta y le da un abrazo y lo aprieta muy fuerte cuando se le ha hecho de noche para volver

20.000
pesos consigue el niño en un día de trabajo si vende todos los dulces que lleva.
Infográfico

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