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Ni Adelaida Acevedo ni mucho menos su esposo Jorge Mario Colorado se sienten atornillados a la vieja casa que habitan juntos hace 43 años, la misma donde engendraron a sus cuatro hijos y que hoy es motivo de polémica porque, por su ubicación, interrumpe el flujo en la avenida Las Vegas, a la altura de la calle 70 sur, en Sabaneta.
Para despejar dudas, Jorge Mario, de 70 años y quien llegó allí cuando tenía solo diez, afirma que “si alguna persona siente que ya es hora de irse de acá soy yo”, y advierte que a pesar de las seis décadas de habitarla y haber sido el “nido de amor” de él y Adelaida (caleña, 65 años), no sentirá nostalgia el día que se tenga que ir de trasteo, “porque por lo único que uno debe sentir nostalgia es por la muerte”, dice.
Afirma que tiene un derecho de posesión sobre la casa otorgado por los Ferrocarriles Nacionales, entidad en la que él laboró y de la que recibe pensión hace diez años. Su padre, José Joaquín, también trabajó en Ferrocarriles y estos se la dejaron de encargo, con el acta de posesión, para que la cuidara y le hiciera reformas.
La Alcaldía de Sabaneta quiere comprarla, pero no puede hacerlo porque, en el momento, cursa un proceso en un juzgado en el que Jorge Mario solicita una escritura y está pendiente del fallo.
“Vamos a averiguar si podemos terciar para que eso se desatasque, tenemos claro que es un tramo pendiente que interrumpe la continuidad y debe desaparecer esa casa para concluir el 100 % de la avenida Las Vegas”, indica Héctor Yepes, secretario General de la Alcaldía de Sabaneta.
La vivienda, identificada con el número 70 sur 35, interrumpe la avenida Las Vegas en sentido sur-norte y también corta la ciclorruta.
Los ciclistas que van por allí, al toparse con ella, deben esquivar la vieja edificación y arrojarse a la arteria para continuar el rumbo. Igual les pasa a los que trotan.
Jorge Mario Colorado entiende que estas personas corren un gran riesgo, al quedar expuestas a los vehículos que circulan por allí, pero deja claro que no desea obstaculizar el progreso.
Cuando Jorge Mario llegó a habitar esta casa, lo trajeron sus padres José Joaquín Colorado y María Magdalena Londoño, procedentes de Amagá. Aledaña al inmueble, estaba una estación del Ferrocarril de Antioquia, que se cayó de vieja y abandono hace 25 años.
“Esa estación era de tapia, pero esta casa siempre fue de adobe macizo y con techos y puertas en comino, que es madera muy buena”, afirma Jorge Mario, quien vio crecer allí a sus cuatro hijos (Jorge Enrique, Carlos Andrés, Luz Marina e Iván Darío, ya fallecido).
Jorge Enrique y Carlos Andrés también quieren irse, “porque el ruido de los carros las 24 horas es lo más parecido al infierno”, dicen. A Jorge Enrique, que ocupaba la pieza que linda con la vía, lo cambiaron para una de adentro, porque corría peligro que un carro se viniera encima y “de pronto me lo matara”, expresa Adelaida, que tiene fresco el día que conoció a Jorge Mario.
“Yo vivía por el colegio Las Franciscanas, él pasó, me miró y me dijo: ‘esta es la mujer que yo quiero de esposa’, y como era alto, guapo y muy chistoso, me quedé con él”, dice sonriente.
Como prueba de la vejez de la casa, que calculan debe tener cien años, la familia guarda como reliquia una piedra cuadrada: “Un día -narra Jorge Enrique- un muchacho la llevaba en el hombro y mi papá lo alcanzó y se la quitó”.
También hay clavos del ferrocarril, un escaparate de cedro que llegó con los abuelos y una mesa de hierro que les regalaron en una cantina.
La casa fue bodega para guardar carbón y estaba rodeada de mangas y árboles. A pesar de que hoy estorba, fue primero que la vía y en su interior guarda la memoria de una familia que desea irse tranquila.