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El único sobreviviente de la tragedia de la familia Kurdi, Abdullah, el padre, recuerda de sus dos pequeños hijos (Aylan y Galip) y su esposa (Rihan) solo gritos desesperados, sin rostro, en medio de un turbulento mar que se los arrebató para siempre.
“Sostenía la mano de mi mujer. Mis hijos se me soltaron. Intentamos subir al barco. Todo eran gritos y oscuridad. No pude lograr que mi mujer y mis hijos me oyeran”, afirmó el jueves desde Turquía, donde iniciará un largo y penoso camino para recuperarse de esas opacas imágenes finales, para darles duelo y buscarles sentido, si es que un hecho tan absurdo, en pleno siglo XXI, lo tiene.
El asesino mar luego se compadeció, y empujó los cuerpos de sus familiares de vuelta a las costas de Turquía, de donde salieron, algunas horas antes, con maletas cargadas de sueños de una mejor vida, lejana a los disparos y el odio religioso.
A tierra firme en Medio Oriente, de donde intentaba huir, tuvo que volver Abdullah para presenciar con dolor los restos mortales de sus cercanos. Solitario en tierras ajenas, salió de la morgue llorando como un niño, como si redimiera en cada lágrima los últimos momentos en vida de sus hijos.
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Camino a la tragedia
De inmediato pudo haber recordado que pensó en enero, como los 60.000 civiles kurdos que alguna vez habitaron Kobani —son cada vez menos, en un éxodo masivo—, que su localidad se había librado por fin de las garras del Estado Islámico con la retoma de lugar por parte de las Unidades de Protección Popular (YPG).
La ciudad que se ha vuelto símbolo de la guerra civil siria y de la resistencia del pueblo kurdo, ha tenido que enfrentar desde entonces numerosos ataques y atentados que le hicieron cambiar de opinión a Abdullah, cortar las raíces que había echado su apellido en el lugar desde tiempos ancestrales, una decisión idéntica a la de decenas de miles que buscaron mejor suerte al norte.
También recordó que fue estafado, tal como aseguró ante la Policía turca, por mafias que le pidieron el doble de dinero para después dejar plantada a su familia a las puertas de Europa. No había marcha atrás y los Kurdi abordaron por su cuenta un barco junto a 13 migrantes rumbo a la isla griega de Kos.
Tras recordar su trayecto y quemar esos dolorosos recuerdos con lágrimas, habló a los periodistas que presenciaban su luto en la ciudad costera de Mugla: “Queremos la atención del mundo, para impedir que cosas como estas les pasen a otros”.
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Miles de dramas
La cruda realidad de muerte, represión y abandono en las márgenes de Europa contrasta con el bondadoso mensaje de Abdullah. Según datos de la investigación The Migrant Files —llevada a cabo por nueve periódicos del viejo continente, junto con universidades y ONG— entre 2000 y 2013, más de 23.000 personas perdieron la vida mientras intentaban alcanzar Europa, lo que supone un promedio de 1.700 fallecimientos documentados por año. Sin duda nadie impide dicha tragedia.
Si se agregan las cifras oficiales de decesos en 2014 (3.420), y lo que va de 2015 (más de 2.500), se llega a alrededor de 28.920 muertos desde inicios de este siglo, una tragedia ignorada por políticos durante años y descomunal. Pero incluso podría ser mayor, ante las características precarias de esta migración.
La fotografía de Aylan, muerto en una playa, se hace símbolo de todas las demás, pero varias otras han quedado para el registro de la tragedia migratoria en Europa, si bien no dieron la vuelta al mundo de esa forma.
En la ruta occidental, cruzando la frontera española, llamó la atención en octubre de 2014 la foto de 12 inmigrantes subsaharianos trepando la infame valla de 12 kilómetros de Melilla —llena de cuchillas y púas—, mientras que dos acomodadas ciudadanas juegan cerca de allí golf en un club.
Hace solo una semana, un camión fue hallado a 40 kilómetros de Viena, Austria, en la carretera que une a dicha capital con Budapest, Hungría. En él fueron hallados 71 inmigrantes muertos por asfixia. El hecho trascendió a la opinión pública el mismo día en que los líderes europeos —incluida Merkel—, se reunían en la sede del gobierno austriaco para discutir salidas a la crisis migratoria.
Son historias que se repiten semanal o incluso a diario en las rutas tradicionales e históricas de la migración “irregular” desde África y Medio Oriente hasta Europa. Pero los refugiados no le temen a buscar nuevos caminos. Otras vías para llegar al “sueño europeo” toman fuerza sin dejar de ser igual o más peligrosas.
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La ruta polar
Noruega recibe cada vez más refugiados por el paso frío de su frontera con Rusia. La mayoría proviene de Siria, y toma un viaje de más de 4.000 kilómetros para intentar cruzar el helado paso al país escandinavo. Primero deben tomar un avión a Moscú. Una vez allí se montan en el tren a la localidad norteña de Murmansk —un viaje de más de 1.500 km—, donde consiguen un conductor que los lleve en auto a la frontera noruega.
Pero hasta allá llegan las historias trágicas, y el sufrimiento no termina al entrar a la nación escandinava. El caso de Mubarak Haji Ahmed lo demuestra.
Llegó junto con su familia a los 13 años como refugiado, y tras un tiempo en el país obtuvo la ciudadanía. Pero su padre, haciendo caso a las mafias, mintió acerca de su origen con el fin de asegurar el permiso de residencia. Dijeron proceder de Somalia cuando en realidad eran originarios de Yemen.
Por tal motivo las autoridades noruegas revocaron su permiso de residencia. Su padre tuvo que volver a su país natal, y murió a los cinco días. También su hermano mayor. Pero lo más trágico es que su hermano menor fue víctima de Anders Breivik en la matanza en la isla de Utøya, el 22 de julio de 2011.
Él sobrevivió a los hechos y, ahora casado con una noruega, es padre de un bebé, por lo que llevó a los tribunales su caso para que el Estado reconsidere su decisión. El asunto ha suscitado un clamor en el país para que le devuelvan la ciudadanía que alguna vez le arrebataron.
Unidad contra egoísmo
¿Cuál es el problema que tiene Europa al intentar garantizar que estas personas sean tratadas con dignidad en su búsqueda de una mejor vida? Para Germán Sahid, politólogo y docente de la Universidad del Rosario “es la falta de instituciones comunitarias que garanticen a la UE que ninguno de sus países decida deshacerse por su cuenta de los migrantes”.
Para Víctor de Currea-Lugo, columnista y experto en temas humanitarios “es el hecho de que a las naciones europeas nunca les ha interesado ayudar a pesar de que está demostrado que la migración resolvería muchos de sus problemas socioeconómicos”.