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Hoy llega a Cartagena el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, para reunirse con el de Colombia, Juan Manuel Santos. Si bien en la dinámica de las relaciones internacionales las reuniones entre jefes de Estado son habituales y, muchas veces, no pasan de ser actos protocolarios, en el caso específico de los países vecinos, con fronteras comunes de tan grande extensión, dichas reuniones nunca serán irrelevantes. Y menos en el caso de Colombia y Venezuela. El consabido estribillo de “la integración de dos naciones hermanas” ha tenido que padecer toda clase de vicisitudes y tormentas bilaterales.
Si bien la historia diplomática documenta cómo en los momentos de crisis bilateral entre estas “hijas de Bolívar” las expresiones provenientes de la parte venezolana siempre han sido más beligerantes e incluso hostiles, nunca habían rebajado su nivel hasta el grado de insulto y agresión en los que incurrieron el anterior presidente, Hugo Chávez, y su sucesor Maduro.
Como antesala a su visita a Colombia, Maduro, quien fue durante años canciller de Chávez, se refirió a un exjefe de Estado colombiano como “ese mafioso de Uribe”, tras la captura del general venezolano Hugo Carvajal. Insulto que se repite por enésima vez. En anterior ocasión la actual canciller colombiana elevó una tímida protesta por esa misma circunstancia, pero esta vez no se conoce ninguna respuesta de nuestro gobierno, salvo el recibimiento cordial que hoy le tributa.
Muchas veces desde este espacio hemos dicho que nadie espera que Colombia rebaje su diplomacia al grito de plaza pública, a la pelea por micrófonos o a la histeria nacionalista.
Pero sí es de esperar que nuestros dignatarios hagan saber, de manera inequívoca, que así como el vecino exige respeto incluso con maneras completamente ajenas a la diplomacia, en Colombia tampoco se admiten agresiones, amenazas ni insultos. Y hacerlo con la suficiente inteligencia para no darle más herramientas al agresivo gobernante bolivariano para que siga usando a Colombia como saco de boxeo para concitar apoyos internos bajo el pretexto de estarse defendiendo de un “ataque imperialista”.
Porque aunque la versión oficial indica que el tema de la reunión bilateral de hoy es el problema del contrabando en la frontera, son múltiples las preocupaciones que nuestro país tiene frente a la actitud del régimen chavista.
No hay manera posible de soslayar la situación derivada de los hechos conocidos y denunciados sobre el exjefe de inteligencia militar venezolana, el general Hugo Carvajal. No es un asunto de persecución política. Es una amenaza a la seguridad de Colombia y a la continental, pues indica complicidad con el narcotráfico y el terrorismo.
El tema del contrabando es grave, ciertamente. Aunque sirve al gobierno venezolano para justificar el desabastecimiento de productos básicos en sus tiendas: dicen que los sacan para Colombia.
O, en palabras del poco sutil canciller Elías Jaua, salir con que “debido a la violencia fascista, alentada por la oposición venezolana, que afectó las zonas fronterizas entre los dos países, las medidas anticontrabando no pudieron ser implementadas totalmente”.
Seguramente el presidente Maduro está informado de que el 86 por ciento de los colombianos tiene opinión desfavorable de él (Gallup Poll julio/2014). El pasado febrero era el 91 por ciento. Ese sentimiento, que no es negativo para con su país ni hacia su gente, tiene razones que aquel debería proponerse resolver, atendiendo sus constantes llamados a la fraternidad continental.
COLOMBIA Y VENEZUELA: UNA RELACIÓN DIFÍCIL AUNQUE NECESARIA
Por SOCORRO RAMÍREZ*
Doctora en Ciencia Política, magíster en Relaciones Internacionales y profesora
En los últimos años, las relaciones entre Colombia y Venezuela han oscilado entre cortos acercamientos y frecuentes tensiones que no han permitido un núcleo estable de acuerdos para enfrentar los problemas fronterizos y binacionales. Las oscilaciones súbitas se han dado siempre, pero se profundizaron durante los últimos 15 años, cuando al problema limítrofe se le agregaron diferencias en la orientación política, económica e internacional. (...)
Chávez canceló las relaciones diplomáticas, comerciales y los proyectos binacionales; amenazó con movilizar tropas, declaró a las guerrillas parte del proyecto bolivariano y les reconoció beligerancia.
Una combinación de necesidades, oportunidades y voluntad hizo dar un giro a la relación tras la posesión de Santos. El diálogo permitió acciones conjuntas frente a problemas transfronterizos, nuevas reglas de juego comerciales y ampliación de pasos formales entre ambos países. (...)
Como Venezuela tiene la gasolina más barata del mundo y Colombia la más cara, aumentó el contrabando, con la participación de miembros de las fuerzas de seguridad y de grupos irregulares de ambos lados.
*Extracto del artículo publicado en www.razonpublica.com, autorizado por la autora.