La playa D.C, de Juan Andrés Arango

La marginalidad del desterrado

Por: Oswaldo Osorio


El destierro es una palabra con distintos significados. Es verse obligado a salir del lugar de origen, o lo que en colombiano llaman desplazamiento forzoso, y también es ese lugar ajeno, generalmente hostil con el advenedizo, donde recala el desterrado. Esta película da cuenta de esos dos significados, de forma sutil y sugerida en el primer caso, y con mayor fuerza visual y dramática en el segundo.

Es por eso que, más que una película sobre el desplazamiento, es sobre las consecuencias de este. El joven Tomás y su familia pasaron de su tranquila vida en la cálida Buenaventura a un estado de zozobra, incertidumbre y marginalidad en el frío de Bogotá. Esta ciudad los acoge de mala gana, los proscribe a vivir en sus cerros y a recoger las migajas que puedan para ganarse la vida. Están en esa ciudad pero en realidad no es suya, así que tienen que construirse la propia.

La Bogotá que construyen es una ciudad inédita en el cine colombiano. No es la de las grandes avenidas, la ciudad pudiente –y excluyente- del norte o la de Monserrate en el fondo. Es una Bogotá poblada por gente que no es de Bogotá, gente de piel oscura y que ha colonizado unos sectores donde más o menos se sienten cómodos entre sí. Pero también, en el aspecto visual, es una Bogotá más fría que de costumbre, esto gracias a una decisión desde la fotografía que enfatiza la adversidad de esta atmósfera para aquella comunidad acostumbrada al golpe del sol y al olor a mar.

El relato se centra en Tomás y sus dos hermanos, el menor metido en las drogas y el mayor siempre queriéndose ir de allí, para el norte, de polizón. Los tres viven la marginalidad a su manera, pero los hermanos de Tomás ya están perdidos para esta tierra, mientras que él aún tiene esperanza, aún cree que puede hacer de esa grises y frías calles su hogar. Por eso, en esencia, termina siendo una historia sobre los que se quedan y quieren construir un futuro, sin sucumbir a las acechanzas de ese ambiente hostil: la droga, la delincuencia, la muerte o un nuevo destierro.

La gran virtud de esta película es que habla de dos de los grandes temas del país, la marginalidad como consecuencia del desplazamiento y la violencia  que lo ocasionó, pero hace la diferencia por la manera como los aborda. La violencia es solo sugerida, aunque su recuerdo y secuelas son omnipresentes, mientras que con la marginalidad logra una cercanía y espontaneidad (llevadas de la mano de un buen manejo de los actores naturales) que se revela como una mirada honesta y sensible, cualidades claves para no caer en la pornomiseria o la conmiseración.

Con un relato naturalista y sencillo, que sigue de cerca la cotidianidad de un joven que enfrenta la marginalidad del desterrado, pero con un tratamiento visual estilizado, esta película habla de los grandes temas del país y del cine colombiano, pero lo hace de forma sutil y sugerente, por lo que esos personajes y su realidad se nos presentan de una manera más cercana y elocuente.

Looper: Asesinos del futuro, de Rian Johnson

El futuro es lo que haga hoy

Por: Oswaldo Osorio


Los viajes en el tiempo siempre será un tema recurrente en el cine de ciencia ficción. Y esto es porque, además de sus enormes posibilidades argumentales y dramáticas, potencia una de las grandes virtudes de este género, esto es, su capacidad para proyectar un probable futuro de la humanidad y confrontarlo con nuestro tiempo. En este proceso, por lo general, queda evidenciado no solo el mal camino por el que va el mundo, sino y sobre todo, el pesimismo con el que inevitablemente el hombre ve su futuro.

Otra cualidad de este tema es que esas posibilidades argumentales han permitido crear algunas de las historias más fascinantes y originales de la ciencia ficción. Looper da fe de esta cualidad, pues su propuesta argumental sorprende y mantiene siempre la expectativa por lo que pueda suceder. Se trata de hombres en el 2044 que asesinan a quienes les envían del futuro, cuando ya es posible viajar en el tiempo y las organizaciones criminales acuden a esta posibilidad como la forma más limpia de deshacerse de alguien junto con su cadáver.

La primera parte de la historia es un vertiginoso e intrigante relato sobre la forma como funciona este sistema de ejecuciones y el universo de los loopers, los asesinos. Luego baja el ritmo y más que de la trama ciencia ficción, habla de los personajes, sus relaciones, afectos y emociones. De esta manera complementa la complejidad de la trama con el peso de unos personajes bien dimensionados.

Y si bien se trata de una hipnótica trama, ya por vía de la cadena de acciones o por el conocimiento de los personajes, es una historia que en principio parece que no va más allá de los jugueteos propios del género. Lo ideal es que una película diga algo con más sustancia que el simple juego narrativo y ficcional.

Pero este inteligente filme es en el último momento, en el momento en que el protagonista sabe lo que debe hacer, cuando nos damos cuenta de la poderosa reflexión que propone esta historia sobre las consecuencias de las acciones en el tiempo. Aunque suene obvio, la idea es que podemos cambiar el futuro con nuestras acciones, pero menos obvio es decir que detenernos a pensar en esas acciones es pensar en el futuro. Dicho así puede sonar demasiado evidente, pero la forma como queda expresado esto en el clímax de la película es casi reveladora, haciendo además de su final algo impactante y significativo.

En medio de esto están, por supuesto, las paradojas propias de los viajes del tiempo, que la más de las veces son usadas caprichosamente por este tipo de historias, pero que en otras, son los puntales para plantear reflexiones más hondas, como ocurre en este caso con la eterna pregunta sobre si somos la misma persona luego de treinta años. De nuevo, con solo decirlo, no parece muy significativo, pero ver al personaje (en singular) de Bruce Willis y Joseph  Gordon-Levitt frente a frente conversando y confrontándose, es uno de los momentos del cine más inquietantes e inolvidables que se haya podido ver, como toda esta película.

El cartel de los sapos, de Carlos Moreno

Un enamorado metido a traqueto

Por: Oswaldo Osorio


Uno de los factores que le ha hecho mucho daño al cine colombiano de los últimos años es que gran parte del público unifica, en relación con las temáticas del narcotráfico, los productos televisivos y cinematográficos. Se habla de un hartazgo por la saturación de este tipo de contenidos, pero eso es algo aplicable solo a la televisión de los últimos cinco años.

El cine, por su parte, no ha contado tantas historias de narcos como parece o como muchos creen. No lo ha hecho ni en términos de proporción, en relación con el centenar de películas producidas en la última década, y tampoco lo ha hecho como el peso y la importancia del tema lo exigiría, según la premisa del cine como reflejo de la realidad.

Así mismo, la diferencia entre uno y otro medio es que el cine tiende a ser más riguroso y reflexivo con el tratamiento de estos temas, mientras que en la televisión el contenido está más regido por el discurso del entretenimiento y el espectáculo, lo cual se traduce en una mayor superficialidad en el tratamiento, personajes más estereotipados y una puesta en escena que recrea ese mundo de manera más sintética, artificial y hasta glamurizada.

Con la adaptación a la pantalla grande de la serie El cartel de los sapos (a su vez basada en la novela de Andrés López López, alias “Florecita”), esas diferencias se hacen más borrosas y la confusión entre uno y otro medio se acrecentará aún más, manteniéndose así el prejuicio ante este tema en el cine nacional, un tema que suele asociarse con violencia, sicariato y marginalidad.

Aunque independientemente de esas probables confusiones, con esta película estamos ante una muestra de cine, más que de televisión (parece una obviedad, pero esto no sucedió con Sin tetas no hay paraíso, por ejemplo). Y lo cinematográfico se evidencia tanto en los valores de producción como en la concepción del relato en términos de fotografía y puesta en escena, que no tanto en lo reflexivo y profundo para con el tema.

En el primer caso, en los valores de producción, se puede ver una de las producciones más costosas y de mejor factura que se haya hecho en el país. Y en el segundo caso, la presencia del director Carlos Moreno (Perro come perro, Todos tus muertos) tras la cámara le otorga al relato fuerza visual y verosimilitud a ese mundo que recrea, todo empaquetado en con un atractivo acabado de un thriller de acción. En otras palabras, sin duda es una película con la dimensión y el lenguaje propios del cine.

Por otra parte, este relato no pierde de vista nunca su motivación y lo que funciona como hilo conductor para adentrarnos al mundo de la mafia, el cual en últimas termina siendo solo el gran conflicto de contexto y lo que mueve la trama, porque esa motivación esencial no es otra que el amor por una mujer y el conflicto interno que tiene el protagonista al querer conciliar su vida con ella y su oficio como traqueto.

De no ser por este conflicto interno, toda la película sería un entretenido pero desapasionado paseo por las situaciones típicas de un gran relato mafioso. Es la historia de “Fresita” y sus desventuras, tanto con el amor de su vida como al interior de la organización delincuencial, lo que logra sostener el vínculo emocional del relato con el espectador.

No obstante, tampoco en este sentido estamos ante una historia muy sólida y reveladora, pues también son evidentes sus artificios y giros forzados (como la improbable presencia de la mujer justo en medio de una fallida operación, de lo que depende todo el conflicto interno), pero en general se trata de un producto que es consecuente con lo que busca, esto es, desprenderse del referente televisivo pero tampoco ahuyentar al gran público, lo cual hace con un admirable nivel de profesionalismo.

Histeria, de Tanya Wexler

Lo que necesitaban las mujeres

Por: Oswaldo Osorio


“Basada en una historia real. De verdad.” Este texto con que se inicia la película inequívocamente marca el tono en que estarán planteados el relato y la historia, esto es, una ficción construida a partir de una anécdota que resulta difícil de creer, de la que hay que enfatizar que es cierta y que se relata como quien cuenta un sorprendente y divertido hecho en una reunión.

Y efectivamente, la conocida anécdota sobre el inventor del vibrador eléctrico, el doctor Joseph Mortimer Granville, sustentada en la supuesta dolencia de la histeria femenina hacia finales del siglo XIX, es la base de una historia narrada con desenfado y cierta complacencia para con el espectador. Es por eso que se trata de una película entretenida pero predecible, que busca a un público cómodo con la peculiar historia y sus personajes, reconfortándolo con un tono jocoso que está remarcado por una música siempre en clave de divertimento.

Es cierto que de fondo pone en evidencia a la sociedad victoriana con todas sus taras puritanas y prejuicios, así como una hipotética lucha por los derechos femeninos, que evidentemente aquí exageran, pero que ciertamente da cuenta de la represión social y moral a la que estaban sometidas las mujeres.

El principal recurso para dar cuenta de esta situación social y moral es la creación de unos personajes estereotipados, y en principio inflexibles, que representan las diferentes actitudes que definen a la sociedad londinense de la época. El mejor ejemplo es la contraposición entre las hermanas, quienes representan, por un lado, las buenas maneras y obediencia a las costumbres sociales, y por el otro, la rebeldía ante esas costumbres y un comportamiento que, en ese contexto, es visto como errático y díscolo.

Pero evidenciar que se trata de personajes estereotipados no necesariamente es una crítica, porque se puede ver también como un recurso propio de las comedias y los cuentos morales (que en este caso se trata de ambas cosas) para ser eficaz en sus propósitos, ya sea crear humor a costa del carácter de sus personajes o dejar muy claro el mensaje sobre unas ideas específicas.

Con un humor inteligente, que siempre está jugando sutilmente con el doble sentido, el relato hace sus planteamientos con un tono entre en serio y en broma, dejando clara su posición frente a lo ridículas y peligrosas que pueden llegar a ser ciertas ideas de las convenciones sociales, incluso en una sociedad aparentemente progresista como la del Londres del siglo XIX.

Entretenida, complaciente, predecible y hasta algo ligera, así es esta película. Y esos son adjetivos que en otro contexto acusarían un defecto, pero todos esos elementos juntos y en relación con la simpática anécdota que le da origen a la historia, dan como resultado una cinta bien hecha, agradable y consecuente con lo que quiere como relato y lo que busca en el espectador.

La sirga, de William Vega

El paisaje que no se puede ver

Por: Oswaldo Osorio


De acuerdo con una equívoca y generalizada idea de lo que es el cine nacional, esta película no pertenecería a él. Pero lo cierto es que la gran variedad en temas, miradas, estilos y universos, es la impronta del cine colombiano desde hace un tiempo. Incluso esta cinta es “mucho más colombiana” que otras que intentan copiar fórmulas foráneas, sobre todo para congraciarse con la taquilla, y eso porque, en esencia, es un relato que da cuenta un paisaje, unos personajes y una problemática que se pueden encontrar en muchas partes del país.

Aunque hablando de fórmulas foráneas, también es cierto que en esta película se puede identificar un tipo de cine que, si bien no es el más popular o frecuente, definitivamente tiene unos referentes definidos, en especial cierto cine europeo o independiente, un cine cerebral y pasado por la elaboración intelectual que lo carga de unos sentidos y connotaciones que van más allá del simple argumento, el cual ciertamente es simple, aunque esto de ninguna manera es un defecto.

La historia simple que cuenta es la de una joven que, luego de que destruyen su pueblo, acude a su tío y cree haber encontrado un nuevo hogar, donde recupera el sentido de la cotidianidad, hasta que la amenaza reaparece. Y es que en esta película no es mucho ni muy extraordinario lo que ocurre, pero sí mucho lo que contempla el espectador y lo que sugiere el director con esas imágenes y las pocas acciones y diálogos.

La película está ambientada en la laguna de La Cocha, en Nariño, con unos paisajes cenagosos y cubiertos de niebla que la fotografía, con sus encuadres, y el montaje, con su parsimonia, saben extraer su ensimismada belleza. En este contexto visual es que se da este relato en el que se impone el sentimiento de pérdida y zozobra que está presente en muchas de las zonas rurales de Colombia. La impotencia y el miedo, y hasta una suerte de resignación trágica, parece ser la actitud obligada de los campesinos que ocupan estos territorios, que solo son suyos hasta que los violentos quieren.

Pero salvo por los dos empalados con los que se inicia y termina la película, la violencia y el conflicto nunca están frente a la cámara ni expresados de forma explícita. Porque lo que define en gran medida la propuesta narrativa y dramática de esta cinta es que todo eso se nos muestra por elipsis (las acciones sugeridas entre dos planos) y por el fuera de campo (lo que sucede fuera del encuadre). Entonces se da un inquietante contraste entre la aparente tranquilidad y sosiego de lo que vemos y la amenazante situación que se cierne sobre los protagonistas.

Así que es un filme definido por el contrapunto entre lo que vemos y lo que no vemos. Un relato empacado en la belleza y tranquilidad que impone un paisaje y su serena rutina, pero que oculta (y solo lo va suministrando lenta y veladamente) ese infierno de país en que muchos colombianos viven.

Sofía y el terco, de Andrés Burgos

Una fábula contra la rutina

Por: Oswaldo Osorio


La rutina puede quebrar el espíritu hasta del más paciente. Es una muerte en vida repitiendo los mismos gestos y las mismas acciones. Sofía se había dado cuenta de esto y tomó una decisión para solucionarlo: dejar a su marido e ir a conocer el mar. Pero no por esto se trata de una típica historia de ruptura y liberación, sino más bien de un cambio de perspectiva y un salirse del propio cuerpo un tiempo, que es bueno para todos cada tanto. Con este material Andrés Burgos cuenta una historia sencilla, encantadora, cuidada visualmente y con un tipo de humor inédito en el país.

Burgos alguna vez fue cortometrajista, es libretista y también un escritor con varias obras literarias publicadas. Sin importar el medio, su talante parece ser el de un narrador al que le gusta ser eficaz con sus relatos, pero no por vía de la elementalidad, sino encontrando el complicado camino de la sencillez. En esta película se evidencia eso, pues se trata de un relato que, con economía de recursos, habla en profundidad de sus personajes y cuenta una historia que trasciende la mera anécdota.

La película da cuenta del universo femenino, en especial del de las mujeres definidas por las características de Sofía (una mujer mayor, casada hace cuarenta años y opacada por la rutina), pero lo más sorprendente es que lo hace sin palabras, sin que su protagonista tenga que decir nada. Por eso se trata de una mujer definida por su contexto y por la relación que tiene con quienes la rodean.

Y no es que sea una mujer que no hable, sino que poco tiene que decir y tampoco le dan mucha oportunidad de hablar. No obstante, ella sabe lo que quiere, por eso es que no necesariamente es una historia de liberación, porque no es que ella esté aburrida con su vida, sino que simplemente necesita un cambio de aire para continuar viviendo. Esta historia es ese cambio de aire, del que ella regresa agradecida y renovada, incluso para continuar con esa rutina con la que está tan cómoda.

De esta cinta llama mucho la atención su concepción visual y narrativa. Es una obra construida con imágenes cuidadas, incluso a veces contemplativas. Con planos que no gastan ningún afán y que son consecuentes con la bucólica tranquilidad de los espacios, sus personajes y el relato. La mirada al paisaje, los elementos de la puesta en escena y el manejo del color dan la idea de una suerte de fábula, en este caso una fábula de la cotidianidad y en contra de la rutina.

El eslogan de esta película dice: La rutina te espera todos los días, los sueños no. Y eso es precisamente esta historia, un viaje de la rutina a los sueños y luego de los seños a la rutina, y en el camino es capaz de construir un personaje elocuente y dimensionado (en lo que mucho tiene que ver la contenida pero sugerente actuación de Carmen Maura), así como una sobria e ingeniosa concepción de la comedia y una fábula llena de sencillez y encanto.

Chocó, de Jhonny Hendrix Hinestroza

Casada con la adversidad

Por: Oswaldo Osorio


El colombiano, que es un cine de regiones, margina a las regiones marginadas. Es evidente la primacía del cine bogotano, seguido por el antioqueño y el caleño, luego el costeño. Con esta película, de alguna forma, se reivindica la región más marginada de todas, y lo hace a partir de una historia tan simple como potente, que habla al mismo tiempo de un drama humano y de esa cultura y región que lo determinan y lo enmarcan.

Y es que dentro de ese contexto marginal esta película habla de otra marginalidad, la de la condición de la mujer, que en esa cultura particularmente se nos revela en una situación aún más crítica, pues está arrinconada por las convenciones sociales y por una muy desigual relación con los hombres, tanto que parece un ciudadano de segunda, con muchos deberes y con sus derechos restringidos, es casi un asunto de castas.

La desfigurada institución del matrimonio que retrata esta cinta ilustra con azarosa contundencia esta situación. El matrimonio aquí es otra cosa. Y decir aquí no es solo para referirse a esta historia, sino también a esa cultura, pues en este caso se debe tomar la parte por el todo, porque así lo sugiere la idea de que el nombre de la protagonista sea el mismo que el de este departamento colombiano: Chocó.

Se trata de un matrimonio que parece más un requisito social cumplido por una pareja, donde no hay afecto, ni diálogo, tampoco mutuo placer sexual y ni siquiera una equitativa repartición de las funciones dentro del hogar, donde el hombre, por lo menos, sería el proveedor. Este matrimonio parece más regido por una lógica tribal que por lo que ese convencional pacto conyugal significa en una sociedad moderna y urbana.

De esta forma, Chocó tiene un marido que -literalmente- la viola casi cada noche y que no provee las necesidades del hogar, también tiene dos hijos y un trabajo. Pero lo más grave de todo es que ella misma contribuye a mantener ese estado de cosas en relación con la condición femenina. Las lecciones que le da a sus hijos -un niño y una niña- van encaminadas a prolongar la mentalidad machista de esta cultura: la única silla del comedor es para el niño, por ejemplo, o en una disputa entre ambos prevalece el respeto por el varón, aunque no tenga la razón.

Para desarrollar esta idea, el relato se enfoca en Chocó, en su callado descontento y en su vida concentrada en la supervivencia y el cuidado de los niños. Muy sutilmente se insinúa en ella un deseo de altivez que no puede poner en práctica por sus limitaciones, ya sean las económicas, por su condición femenina o a causa de ese entorno social que se conjura contra su integridad y su dignidad. Esa altivez le da una vaga esperanza al espectador -quien inevitablemente se solidariza con ella- de que en algún momento ella se rebele y explote y así su mundo cambie.

Entretanto, la película no desaprovecha para hacer comentarios sobre otros temas adyacentes, como lo que ocurre en contraposición con la rutina de los hombres, acompasada por el juego, la socialización, la infidelidad y el licor; la precariedad económica de esta zona del país, según se puede inferir por su paisaje urbano y las edificaciones; la presencia de foráneos como los dueños de la economía de la región, que les permite comerciar incluso con la dignidad de las personas; y también hace alusión al asunto ecológico, sobre todo por vía de la explotación minera, dibujando un panorama en donde es posible que los juegos de los niños sea fantasear sobre cuántos árboles van a tumbar cuando manejen máquinas, o en el que conviven la minería artesanal con aquella otra que usa químicos y causa devastación.

Así mismo, el espeso y sobrecogedor paisaje natural también es un protagonista. Permanentemente nos recuerda que estamos en otro universo, que tiene otras reglas y dinámicas distintas. Por eso la cámara siempre está jugando con el contraste al mostrarnos a Chocó: por un lado a la mujer, con planos cerrados que tienden a concentrarse en su silencioso descontento, y por otro a la región, con planos abiertos y largos que dan cuenta de la inmensidad del paisaje y la minúscula pero determinante presencia del hombre en él.

Al final toda esta historia parece terminar como trunca, pero la verdad es que se trata de un final abierto, porque si bien nuestra protagonista soluciona su conflicto inmediato, en realidad sabemos que tal vez quedó en una peor situación, o que, en el mejor de los casos, todo va seguir igual, para ella y para todas las demás mujeres.

El dictador, de Larry Charles

En la cuerda floja del humor trasgresor

Por: Oswaldo Osorio


El humor negro, lo políticamente incorrecto y el mal gusto son tres líneas de la comedia que requieren de ingenio y buen criterio para que sean realmente cómicas, en lugar de resultar ofensivas o repulsivas. Esta película se sustenta en esas tres líneas y ciertamente consigue crear una comedia eficaz, inteligente y elaborada, aunque también habrá quienes, inevitablemente, la vean como ofensiva y repulsiva.

Pero descartando a todo el mundo islámico, a los judíos, los latinos, los negros, las mujeres, los chinos, los homosexuales, los africanos y a Estados Unidos, no hay riesgo de que alguien se ofenda. Porque esta película no se burla ni habla mal de nadie, salvo de los mencionados, y cuando lo hace, no conoce términos medios, pues a partir de unos chistes visuales, otros escatológicos y muchísimos que recurren a estereotipos o que están cargados de una fuerte sátira política, ninguno de estos sectores se libra de la irreverencia, la trasgresión y contundencia de esta comedia.

Detrás de ella está el actor inglés de origen judío Sacha Baron Cohen, más conocido como Alí G, Borat o Brüno en su brillante comedia para la televisión inglesa (2000). Cada uno de estos personajes, en ese orden, originaron una película, pero fue Borat (2006), la que le dio mayor fama y donde reveló su atrevido y provocador sentido del humor, siempre cargado de sátira política, así como de parodias y embates a esas susceptibilidades raciales que en la actualidad determinan tanto las dinámicas ideológicas y sociales, sobre todo en Europa y Estados Unidos.

El humor negro lo define el burlarse de algo que no debería causar risa, como la maternidad, la deformación física o darle una fuerte patada a un niño. Todo eso se ve en esta cinta. Así mismo, lo políticamente incorrecto, como lógica del humor, sería reírse de asuntos que atentan contra grupos culturales o étnicos, como ocurre aquí con los islámicos y los negros principalmente. Y aunque en estas dos líneas la película se antoja cítrica e ingeniosa, inevitablemente resulta menos decorosa con la escatología, en sus permanentes alusiones a excrecencias y secreciones, así como cuando hace algunos buenos chistes con la cabeza del “Morgan Freeman” decapitado.

Y si el desarrollo de estas tres líneas puede resultar chocante para muchos, esta película también tiene suficientes chistes y momentos de fina y elaborada ironía. En este sentido se debe resaltar especialmente el discurso del dictador cuando habla de la democracia en Estados Unidos, el cual se convierte en una aguda crítica a la política interior y exterior de ese país.

Se trata, sin duda, de una comedia que cruza muchos límites, tanto del tipo de humor que generalmente se hace en Hollywood como en relación con los temas que aborda. Pero justamente esa es la apuesta de esta cinta, encontrar esa fina línea que separa lo desagradable y ofensivo de la comedia inteligente y trasgresora. Sacha Baron Cohen encuentra esa línea y camina toda la película sobre ella, como si se tratara de una cuerda floja.

Sanandresito, de Alessandro Angulo

Se busca policía tonto con suerte

Por: Oswaldo Osorio


El camino más rápido y seguro para obtener el respaldo del gran público y hacer una industria es el cine de género. Aunque en Colombia, por asuntos de presupuesto o dificultades de adaptación a nuestro contexto, ha resultado siempre complicado apelar a los distintos géneros cinematográficos. El único género cuyos elementos fácilmente coinciden con las características de nuestro país es el thriller. Por eso, esta película le apuesta a dicho género y, para mayor seguridad, lo han mezclado con comedia.

Aunque Alessandro Angulo acaba de dirigir y estrenar Ilegal.co, un cuestionador documental sobre la guerra de las drogas y su prohibición, esta película claramente está más por la línea del tipo de contenidos de los que habitualmente se ocupa su productora, Laberinto producciones, esto es, comerciales de televisión y series como Los caballeros las prefieren brutas.

Sanandresito es la historia de un policía mediocre y tontarrón que tiene un amorío con una superior y se ve envuelto en el crimen de una vendedora de estos populares centros comerciales. Pero si bien se trata de un thriller y su trama está definida por este crimen y las intrigas en torno a él, la dinámica que se impone en la película es más la de la comedia, esto debido a la naturaleza del personaje y a la interpretación misma de Andrés Parra (quien está en su cuarto de hora de fama gracias a la serie sobre Pablo Escobar).

De acuerdo con estos componentes (la productora, el thriller, el humor y el actor de moda), la película está diseñada para tener gran acogida por parte del público, porque además cuenta con una buena factura y un evidente profesionalismo en todos los aspectos de la producción. Es decir, es un producto comercial que tiene claro sus propósitos y el público al que va dirigido, y en esa medida es una película acertada e inteligente.

Sin embargo, para conseguir esto, necesariamente el filme debe hacer concesiones y apelar a recursos facilistas, porque es más importante que funcione el tono de comedia y las secuencias de acción (que es lo que más conecta y vende con el gran público) que la solidez y originalidad del argumento y el universo que construye. Y es que en estos aspectos la película ciertamente se antoja gratuita y forzada, incluso desafortunada, como se puede ver específicamente en su fallido (y casi inexistente) clímax.

De manera que Sanandresito es una película que es saludable para la industria nacional de cine, pues propone un producto bien planeado y con nivel para que el público general consuma cine colombiano, pero –por lo mismo– tampoco es la obra que estimulará el gusto del espectador más exigente. Y tal vez ese es el tipo de cine que más hace falta en Colombia, el que es capaz de conseguir el equilibrio entre un producto con grandes posibilidades comerciales y, al mismo tiempo, admirable en sus cualidades cinematográficas. Es más difícil hacerlo, pero se puede, y lo seguimos esperando.

De Roma con amor, de Woody Allen

Un divertimento en otra ciudad

Por: Oswaldo Osorio


Hay autores que sobrepasan un punto en sus carreras después del cual ya están por encima del bien y del mal. El público, y en especial el cinéfilo, espera y recibe de buen agrado la novedad de turno, ya sea –en el caso de Woody Allen- una magnífica y reveladora pieza como Media noche en París (2011) o un divertimento menor como De roma con amor (To Roma with love, 2012), una cinta que tiene muchos de los elementos que han forjado la obra de este autor y lo han hecho grande, pero con un resultado final menos afortunado.

Esa carta de amor a una ciudad que le escribió el año anterior a París, ahora quiso hacerla con la eterna Roma, pero solo le funcionó a medias, pues dos de las cuatro historias que se entrelazan en el relato bien podían ocurrir en cualquier gran capital del mundo. Aún así, cada historia contiene algunos de los elementos que conforman el universo de este director: relaciones afectivas problemáticas, el imperativo del sexo, el absurdo, la fantasía, el sicoanálisis, la crítica a ciertos aspectos de la sociedad moderna, el sicoanálisis, el humor y los referentes intelectuales.

La novedad en esta cinta es la actuación de Woody Allen después de varias películas sin hacerlo y cada vez menos presente en sus filmes de la última década. Da gusto ver al personaje de siempre, que ha cruzado su obra desde hace más de cuarenta años, con las mismas neurosis y embarcándose en un disparatado proyecto con el suegro de su hija, quien es un portentoso cantante… pero solo en la ducha. La presencia de Allen y el humor absurdo es lo que le da vida a este segmento.

Otra de las historias habla de las veleidades del amor. Aunque el conflicto es que un joven se enamora de la mejor amiga de su novia, toda la idea está en función de desenmascarar a un tipo de mujer: una sobreexcitada esnobista que siempre está asumiendo poses emocionales e intelectuales para seducir a los hombres, de quienes se enamora perdida y momentáneamente. En este relato hay un interesante personaje que no existe realmente, pero que funciona como un recurso de la ficción para confrontar a los otros personajes.

Un tercer segmento lo protagoniza una recatada pareja de italianos que, por cuestiones circunstanciales, terminan teniendo, cada uno por su lado, unas fugaces aventuras con las personas más inesperadas, pero que resulta convirtiéndose en una experiencia de vida para ellos y en la historia con más carga de humor de la película en el sentido tradicional del género.

Por último, hay una simpática historia, interpretada por el siempre enérgico Roberto Benigni, en la que, por medio del humor absurdo, se hace una crítica a lo que significa la fama y el estatus de celebridad en la sociedad actual, poniendo en evidencia el superfluo e irracional papel de los medios de comunicación (y del público que los consume) en este fenómeno.

Así que no estamos ante una de las portentosas obras que tantas veces este genio del cine nos ha obsequiado, pero reconforta cada año estar sentados frente a la pantalla recorriendo de nuevo su universo y siendo testigos de las ocurrencias de sus personajes, porque depués de tanto tiempo, ya es suficiente placer sentarse a escucharlo hablar, como se hace con los venerables ancianos.