El puerto de la esperanza, de Aki Kaurismäki

Libertad, igualdad y fraternidad

Por: Oswaldo Osorio


En esta época en que toda la parafernalia de los efectos visuales y las infinitas posibilidades que ofrece la imagen digital se han tomado las películas que copan casi toda la cartelera, algunos pensadores de la imagen están hablando del cine como la expresión visual que está impulsando el surgimiento de un neobarroco. Por eso, ante toda esa recarga de imágenes, vertiginosidad en el montaje y exuberancia de formas y color, ver esta película del finlandés Aki Kaurismäki es como volver a la esencia del acto fotográfico, al ritmo normal de la vida y a las imágenes que significan por sí solas.

El de Kaurismäki ha sido siempre un cine de economía de recursos, pero de gran elocuencia narrativa y contundencia al hablar de emociones y sentimientos. Es un cine de pocas palabras que incluso llegó a enmudecer totalmente en una de sus películas (Juha, 1999), y aún así es posible entender en toda su dimensión el mundo interior de sus personajes. El puerto de la esperanza (Le Havre), por supuesto, tiene estas características.

Se trata de una historia de marginales que en principio parecen elementales y hoscos, pero que cuando se les presenta la oportunidad de ser generosos y solidarios, se transforman ante los ojos del espectador. Empezando por Marcel Marx, un lustrabotas que vive con lo justo y algunos comerciantes del barrio lo repelen. Aunque luego de encontrar y ayudar a un joven inmigrante ilegal, lo conocemos realmente: su pasado bohemio, la devoción por su esposa y su desinteresada generosidad.

En medio de una Europa que se hunde en la crisis, esta película (que se desarrolla en la ciudad portuaria de Le Havre, en Francia), es una mirada optimista e idealista del problema de los inmigrantes, que es uno de los que más saca ampolla en medio de la crisis. De ahí que, en lugar de concentrarse en las complejas y espinosas consecuencias de este asunto, el director prefiere contar una fábula humanista en la que esta comunidad de marginales se contagia de la solidaridad del otro.

Y como toda buena fábula, la concepción visual contribuye a entender mejor ese universo que parece funcionar con reglas distintas al nuestro, aunque en últimas es el mismo universo, pero como debiera funcionar. Por eso la arrobadora belleza de una fotografía en la que la luz y el encuadre parecen más pensados para un sinnúmero de fotos fijas que para la imagen en movimiento propia del cine. También por eso la simpleza y eficacia de la narración y el laconismo en los diálogos. Porque es una cinta en la que aplica el conocido lema del diseño que promulga que “menos es más”.

La fábula humanista finaliza con belleza, armonía y contundencia al dejar en el aire la idea de que si das vida te devuelven vida. Y aunque en apariencia todo esto pueda sonar moralista y sensiblero, el relato que construye Aki Kaurismäki es todo lo contrario: austero pero expresivo, serio pero con ingeniosos toques de humor e idealista pero no utópico.

Sombras tenebrosas, de Tim Burton

Un vampiro en tiempos de hippies

Por: Oswaldo Osorio


Las de Tim Burton eran películas que uno esperaba con ansiedad y emoción. Pero esos sentimientos ya han perdido su intensidad, pues algunos de sus trabajos de la última década (El planeta de los simios, Charlie y la fábrica de chocolate, Alicia en el País de las Maravillas) se acercan más a los gastados gestos del cine de Hollywood que a ese genio, entre macabro e inocente, que define sus mejores cintas.

Esta película tiene un poco de lo uno y de lo otro, una combinación que ya de entrada es una contaminación de lo que podría definirse como su celebrado estilo. La historia del vampiro que, luego de dos siglos, reaparece a principios de la década del setenta en medio de hippies, moda extravagante y canciones pop, es un prometedor inicio para que Burton (y Johnny Depp) juegue de nuevo con los mencionados extremos: lo inocente y lo macabro.

Y efectivamente, en buena parte del relato lo hace, porque esta película, aunque se basa en una serie televisiva emitida entre 1966 y 1971, está determinada por el planteamiento que ha estado presente en todas las cintas de este director, esto es, un personaje con unas características muy particulares que termina en un mundo donde todo funciona con unas reglas distintas a las que él conoce. De este contraste y este encuentro surge el humor, la inocencia, el ingenio visual y los encantadores personajes secundarios que ya le hemos visto en otras películas.

Es en todo ese proceso en que el vampiro entra en contacto con ese nuevo mundo que la película se antoja estimulante y divertida. Un relato cargado de un humor colorido que pasa por varios registros: gags (chistes visuales), juegos de palabras, chistes tontos y clichés sobre vampiros, cómicas alusiones a la cultura popular de la época e ingeniosos toques de humor muy elaborado. Todo enmarcado también por el sugestivo contraste visual que representa, en términos de la puesta en escena, este vampiro y su mansión de hace dos siglos frente a un mundo moderno y trasnochado de sicodelia.

Sin embargo, acabada la novedad de este contraste, la historia empieza a ser errática y dispersa, en parte porque la bella antagonista desaparece junto con el conflicto y solo vuelven muy al final del relato, justo para iniciar un largo clímax en el que la historia se vuelve seria y toma la forma de una muy típica película de fantasía de esas tantas que hay en estos tiempos, desatándose una confrontación de fuerzas sobrenaturales a la que le interesa más hacer alarde de todas las posibilidades de los efectos de la imagen digital que ya no pueden faltar en una producción de Hollywood.

Así que estamos ante lo que podría parecer, por sus elementos constitutivos, una película propia de ese universo de Tim Burton que hace mucho nos sedujo, y en general se presenta como una experiencia estimulante en lo visual y en su planteamiento argumental, pero pareciera que algo se ha perdido en el camino, como si el gran éxito que ha tenido hubiera domesticado a ese “diablito” que siempre tenían sus películas. Pero ahora el diablito ha desaparecido y solo quedan sus ropajes.

Publicado el 24 de junio de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín.

Una separación, de Asghar Farhadi

Entre la verdad y la justicia

Por: Oswaldo Osorio


En una sociedad en la que jurar con la mano sobre el Corán sí tiene un valor real, la búsqueda de la verdad dice mucho sobre esa moral colectiva condicionada por el islamismo y que, aún así, mueve sus límites, más que por egoísmo o mezquindad, con las buenas intenciones de no herir o hacer sufrir a los seres queridos.

La película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín se nos presenta como una pieza que, apelando al realismo de una puesta en escena simple y eficaz, se cuestiona sobre las negociaciones que, en un país como Irán, se hacen entre la verdad y la justicia. Una verdad sostenida sobre el temor a Dios y a las consecuencias que afectan la vida cotidiana, y una justicia que se aplica sumariamente y no conoce de relativismos.

Lo que en principio y desde el título parece un drama conyugal, toma un inesperado giro cuando Nader y la mujer que cuida al padre de éste entran en una disputa moral y judicial. Él la acusa de haber dejado amarrado a su padre a una cama y tomar un dinero, y ella de haberla empujado y causarle un aborto como consecuencia de la caída. Con estos ingredientes el relato adquiere un moderado tono de thriller judicial (al estilo iraní) y la narración sostiene permanentemente la atención mediante la dinámica de ocultar y revelar los distintos componentes de lo que en verdad sucedió.

A primera vista, lo que está en juego son las consecuencias penales tanto de las acciones de la una como del otro, sin embargo, el director y guionista inteligentemente sabe cómo poner el énfasis en cuestiones más de fondo que tienen que ver con la ética y la moral. Todo esto enmarcado dentro de los lazos familiares, ya por vía de la complejidad de las relaciones conyugales o de la fragilidad con que se sostiene la visión de los padres frente a sus hijas.

Ocultar los hechos, mentir o decir la verdad. Todo esto es posible que se presente entre las personas envueltas en los sucesos, pero no se puede tomar partido ni tener preferencias o rechazo por alguno de los protagonistas. Y esta es otra de las virtudes de esta cinta, la forma como el director expone la naturaleza de sus personajes, quienes verdaderamente quieren ser honestos y correctos, pero la complejidad de la vida y las relaciones sociales no entiende solo de buenas intenciones, mucho menos la justicia.

Una historia originada prácticamente en una cadena de malos entendidos, aunque también de emociones precipitadas y orgullos vanos, donde los personajes son víctimas de accidentales circunstancias, pero que igual los obliga a tomar unas decisiones de orden moral que los pone en entredicho y en evidencia frente a su familia y la sociedad. Ahora, cuando tal vez se solucione este problema, habrá que enfrentar de nuevo la separación, la que todo lo inició.

Diario de un seductor, de Bruce Robinson

Sostenidos de una botella de ron

Por: Oswaldo Osorio


Una vez más los comerciantes que titulan las películas en español yerran o engañan con su versión. The rum diary (Los diarios del ron) la única “seducción” que propone es la de los diálogos ingeniosos y el poético atractivo de quienes viven al margen, flirteando con la vida bohemia y las causas perdidas. De eso va esta estimulante cinta: más que de un galán se trata de un desheredado de la fortuna, más que de amor habla del desconcierto frente al mundo.

Esta es una película del escritor Hunter S. Thompson y del actor Johnny Depp, el uno como inspirador de un estilo de vida y una forma de ver y describir el mundo asociados con la contracultura, y el otro como un fanático de ese estilo y de esa visión. La conexión entre estos dos personajes se dio con ese fascinante filme titulado Miedo y asco en las vegas (Terry Gilliam, 1998), basado también en el escritor e igualmente protagonizada por Depp.

Los diarios del ron (llamémosla así para no seguirle haciendo el juego a los comerciantes que quieren engañar a las fanáticas del buen Johnny) se puede considerar como un antecedente de la película de Terry Gilliam, y en esa medida se debe entender a su protagonista, esto es, como un alter ego de Hunter S. Thompson que apenas se nos presenta como el germen del irreverente y trasgresor escritor y periodista que terminara suicidándose en 2005, el mismo que es descrito en todo su ímpetu y excesos en el documental Gonzo : Vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson (Alex Gibney, 2008).

En 1960 este alter ego, Paul Kemp, era apenas un timorato escritor que no había encontrado su voz y, en cuanto las drogas y el alcohol, apenas “se encontraba en la parte más alta de los bebedores sociales”. Todavía su fiereza y su genio con las palabras no habían terminado de aflorar, por eso, justamente, esta cinta propone lo que sería la génesis de esa transformación. Es en ese momento y en el paradisiaco Puerto Rico donde este escritor decide ir a contracorriente y luchar siempre contra los “bastardos”, es decir, contra los hombres del sistema.

El relato tiene el orden y la estructura propios de dos periodistas gringos que viven medio ebrios bajo el sol caribeño. Por eso su narrativa puede parecer dispersa y algo desvertebrada. Pero si uno se sintoniza con esa actitud de desorientación existencial y la errática búsqueda vocacional del protagonista, puede comprender y hasta disfrutar los tumbos que da el relato. Además, el guion está finamente aparejado con unos diálogos agudos y divertidos, así como con unos personajes secundarios que de lo pintorescos y bizarros por momentos se antojan postizos, aunque no por ello menos encantadores.

No se trata tampoco de un filme sólido e inolvidable, sino que debe asumirse como lo que es, un tributo que Johnny Depp le hace a su amigo Hunter S. Thompson y a su estilo (de escribir y de vivir). El resultado es un desenfadado relato que juguetea con las palabras y con el sentido de las cosas, y que desde el fondo de un vaso de ron hace una idealista declaración de principios que anhela un mundo mejor.

Habemus Papam, de Nanni Moretti

Con seria irreverencia

Por: Oswaldo Osorio


El cine fantástico (pero aquel que no solo se interesa por el entretenimiento) plantea una “realidad otra” para comentar nuestra realidad, para decir algo de ella de manera indirecta pero con mayor fuerza poética o metafórica. Esta película es una suerte de fantasía, aunque no la de un director de cine de género que nos quiere trasladar a mundos de magia o de ciencia ficción, sino la fantasía de un ateo, pero de uno que, aún así, cree en el papel de la Iglesia como una de las guías del mundo.

La fantasía parte, inicialmente, de la posibilidad de que antes de ser anunciado el nuevo Papa, éste tenga un ataque de pánico por el peso de tal designación. Este planteamiento es en parte un divertimento para burlarse un poco de ciertas instancias y propiedades de la Iglesia y los clérigos, pero también, y sobre todo, una excusa para sugerir entre líneas asuntos más de fondo, no solo sobre esa institución sino sobre el mundo actual.

Las dudas de este Papa pueden ser las mismas de Cristo. Pero lo importante aquí es leerlas en relación con este mundo en que vivimos. Y ese es el primer dardo envenenado de Moretti contra esta entidad religiosa: sembrar la duda en hombres a quienes los define la fe. Y si duda el hombre de mayor fe, el elegido por Dios a través de un colegio de cardenales, ¿Quién está exento de dudar y cuán mal andará el mundo de hoy?

Por otro lado, si la fe no tiene las respuestas, tal vez las tenga la razón. Entonces Moretti continúa aún más insidioso y propone al sicoanálisis como la solución. Esto le sirve para contrastar razón y fe, para darles la oportunidad de que cada una dé sus argumentos, pero también para ridiculizarlas un poco y poner en evidencia sus limitaciones. Tal vez para sugerir que puede ser más fácil encontrar las respuestas con la unión de ambas, dejando a un lado los dogmas y fundamentalismos.

Ahora, en lo que se refiere a la acción y la trama, el relato propone un bien diferenciado contrapunto. Por un lado está el confundido Papa vagando y cavilando por las calles de Roma, y por otro el colegio de cardenales en una espera que termina en asueto. Así, mientras el uno aparece aplastado por el peso de sus angustias y dudas espirituales, en los otros es el cuerpo el que toma la preeminencia y se abandonan a prácticas más ligeras y terrenales.

Y tal vez en la descompensación de este contrapunto es donde esté la mayor debilidad de esta película, pues el tono reflexivo del conflicto que vive el Papa, y en especial lo significativo de sus dilemas en relación con quien es y lo que representa, se impone ante el tono farsesco de los cardenales jugando cartas y voleibol, así como ante la ruidosa presencia del sicoanalista entre ellos. De ahí que algunos pasajes de este segundo componente argumental se antojen absurdos y disparatados, a veces para bien (por vía del humor y la irreverencia con toda esa sacralidad), a veces para mal (con momentos verdaderamente salidos de tono e innecesarios).

Nanni Moretti es un director que rara vez defrauda y que sorprende con su versatilidad y la originalidad de sus propuestas. En esta cinta la posibilidad de sorprenderse es inevitable. Nos propone lo impensable pero para obligarnos a pensar en asuntos importantes. A veces disparatada e irreverente, otras profunda y grave, esta historia nos da el golpe de gracia con un final más sorprendente y desolador aún, para que, de verdad, nos pongamos a pensar. Y luego de pensar bien y ser realmente conscientes de las implicaciones de ese final, este puede resultar más terrorífico que cualquier película del cine fantástico.

Gordo, calvo y bajito, de Carlos Osuna

O la dudosa liberación de un pusilánime

Por: Oswaldo Osorio


El cine colombiano todavía está en un periodo de “primeras veces”. Esta es la primera vez que se hace un largometraje con la técnica de la rotoscopia (filmar o grabar actores reales y transformarlos en dibujos animados). Y para hablar de esta película es necesario empezar por este aspecto técnico porque es lo que, de entrada y en su promoción, define esta propuesta cinematográfica y, por eso, determina algunos de sus aspectos más importantes, en especial el tono de la película y la caracterización de los personajes.

Así que lo primero que el espectador seguramente se preguntará es ¿Por qué hacer una película así y qué le agrega o le quita esta técnica tan particular a la historia que querían contar y a las ideas que se proponían plantear? Como principal ventaja, se puede anotar el atractivo visual que supone dicha técnica. Las formas delineadas y el color se imponen como valores plásticos que pueden ser un deleite para quien se sepa conectar con este tipo de representación. Además, ese juego de contraste y complemento entre los espacios realistas y los personajes dibujados realmente siempre ha conseguido un efecto plástico muy eficaz y sugerente.

Por otra parte, para una historia que depende tanto de la interpretación de los actores y de las emociones y estados de ánimo de sus personajes, en especial de su protagonista, esta técnica francamente limita todo el trabajo que un actor pueda hacer. Salvo por la “actuación de la voz”, lo que se refiere a las facciones, gestos y lenguaje corporal, son reemplazados por unas coloridas masas en permanente mutación, rayadas con nerviosas líneas que insinúan las formas. En otras palabras, lo que gana en expresión plástica lo pierde en expresión dramática.

Ahora, en cuanto lo que nos cuenta, este filme en esencia es la historia de liberación de un “perdedor”, un hombre con un trabajo de mierda, abrumado por la soledad, con serios problemas de autoestima y del que todos se aprovechan. Aunque por momentos corre el riesgo de ser una historia de superación personal (habla de autoconfianza, de valorarse a sí mismo, de dejar atrás el lastre del pasado, etc.), este aspecto termina matizado por el patetismo con que es planteado el personaje, que a veces funciona como comedia y otras como un ser entrañable con el que el espectador termina por simpatizar.

Por otra parte, aunque es cierto que el relato da cuenta de una transformación, este hombre no lo logra por sí mismo, sino que parece ser los guionistas los que le solucionan todo: le dan una chicha, un grupo de apoyo, un amigo con poder y eliminan a sus adversarios de oficina. El gordo, calvo y bajito solo responde con lo justo y aprovecha la oportunidad, sin que sea realmente una liberación del pusilánime que siempre será.

En una cinematografía que siempre se ha pasado de conservadora, son necesarias y refrescantes propuestas como la de esta película. No obstante, siempre queda la duda de si una decisión estética tan extrema fue tomada a priori por capricho y por apostarle a la novedad, o si realmente le aportaba verdaderamente a la idea. Así mismo, esta historia de un “perdedor” deja la ambigua sensación de si se trata de un obvio cuento de superación personal, una cinta con el tufillo de comedia de televisión o el emotivo y divertido relato de un hombre que se libera de sus limitaciones. En últimas, tal vez sea un poco de todo eso.


La captura, de Dago García y Juan Carlos Vásquez

Cuando Dago se pone serio

Por: Oswaldo Osorio


La última película del cineasta más exitoso de la historia del cine colombiano seguramente será un fracaso de taquilla. La razón es obvia. Esta cinta no está por la línea de sus populares comedias decembrinas. Incluso cuando se supo que fue realizada hace cuatro años y que no se había podido estrenar, era inevitable sospechar de qué se trataba: Es un drama histórico con el tema del orden público de fondo, es decir, nada atractivo para el espectador promedio del cine colombiano que siempre quiere solo pan y circo.

El guionista y productor (y eventual director) Dago García inició su carrera con películas de este corte. Sus tres primeras cintas (La mujer del piso alto, Posición viciada y Es mejor ser rico que pobre), dirigidas por Ricardo Coral-Dorado, nada tienen que ver con el humor populista por el que se le ha reconocido últimamente, todo lo contrario, en lugar de buscar complacer fácilmente al público, se aventuraron con experimentos formales (narrativos principalmente) y temas con intenciones serias y reflexivas. La captura tiene estas características.

La historia que plantea apela a uno de esos mitos universales que también estuvo presente en algún momento en la historia del país, esto es, el bandolero que, según la creencia popular, está protegido por fuerzas supremas contra su exterminio. Aunque el relato propone la variante de ser contado desde el punto de vista de su perseguidor, otro tipo de héroe, en este caso quien representa la rectitud, la disciplina y la institucionalidad. De esto se deriva un primer gran problema de la cinta: que al antagonista (el bandolero) le falta la fuerza necesaria para propiciar un conflicto lo suficientemente intenso, y esto es porque solo lo conocemos por su fama y aparece muy al final con una participación ínfima y ningún rastro de su poder o carisma, ni siquiera de su maldad.

La acción -se puede suponer- se desarrolla en los años sesenta, cuando son los orígenes de las guerrillas en los Llanos Orientales que surgen como consecuencia de la violencia bipartidista (claro, y también como excusa para dominar y explotar territorios, como ocurre todavía). Una época en la que aún era posible idealizar a los cabecillas y ungirlos con el mito de la “contra”.

En este contexto, la película está sólida y prometedoramente planteada. Aunque empieza a flaquear en su fuerza y poder de convencimiento cuando echa mano de otros recursos argumentales más obvios, como el pueblo cómplice (ya por miedo o conveniencia) o el triángulo amoroso que terminará definiéndolo todo, y más aún cuando la confrontación final la despacha con la premisa propuesta en el eslogan que promociona la cinta: “No hay guerra más difícil que aquella que no se quiere ganar.” Pero ya ese argumento, que solo es una salida fácil para la resolución de la historia, lo habíamos sufrido como mal chiste en Golpe de estadio (Sergio Cabrera, 1998).

Por otra parte, la película está visual y formalmente definida por unos elementos que, en principio, llaman la atención por tener cierta originalidad y audacia (al menos en el contexto del cine colombiano), pero que terminan pareciendo recargados hasta llegar por momentos al barroquismo, esto ocurre especialmente con la banda sonora, un rock a veces fuerte y otras bluesero que se antoja en exceso enfático, anacrónico y sin relación alguna con el espacio dramático.

No es la desastrosa película que algunos están repeliendo y, sin duda, es mucho mejor que algunos de los comediones elementales con que Dago García acostumbra entretener al público masivo (lo cual hace muy bien y es tan válido como necesario en el contexto del cine industrial), porque realmente es una película con las buenas intenciones de hacer un serio y comprometido relato que tenga relación con la historia y la realidad del país, pero algo falló en el proceso y el resultado terminó siendo una narración impostada, con una historia en general predecible y definida por sus altibajos.


Año bisiesto, de Michael Rowe

Soledad que conmueve y hace daño

Por: Oswaldo Osorio


El cine que el gran público busca suele ser un espacio para las acciones, la gente linda y las historias complacientes o entretenidas. Esta película mejicana se encuentra en las antípodas de ese cine, pues tiene muy pocas acciones diferentes, su protagonista no cuenta con belleza ni carisma alguno y se trata de una historia más bien perturbadora. En otras palabras, es una cinta exigente con el público, pero de una potencia y una aspereza que toca con fuerza a quienes se conecten con su propuesta.

En principio, es la soledad la que se impone como el asunto sobre el que quiere hablar la película, pero luego nos damos cuenta de que ese patético y opresivo estado de soledad es poco al lado de las consecuencias que genera: un vacío existencial llenado malamente por sexo casual y por el autoengaño de creerse que tiene una vida profesional exitosa y que afectiva y emocionalmente hasta es feliz. Y de fondo sus dos referentes familiares, su padre muerto y su querido hermano menor, tirando cada uno desde lados opuestos, como quieriendo desmembrarla, entre el deseo de morir y el compromiso de vivir.

Este panorama emocional está planteado a partir de una propuesta narrativa, visual y de puesta en escena que tampoco es una fiesta de color y optimismo. Largos planos y una cámara casi siempre fija le confiere un estatismo a la mirada que nos sugiere ser espectadores pasivos, mirones que no debemos juzgar a los personajes por más equivocados o sórdidos que puedan parecer. Así mismo, la locación única, el apartamento de la protagonista, se presenta como un espacio opaco, asfixiante y claustrofóbico, que lo único que hace es enfatizar y aumentar el reprimido mal estado anímico de ella.

En cuanto a la narración, es una cinta que se emparenta con toda esta tendencia del cine de los últimos tiempos que se inclina por una suerte naturalismo cotidiano, en el que el manejo del tiempo del relato obedece al ritmo de la cotidianidad y la rutina de esta mujer. Por eso, la película nos obliga a experimentar el tedio y el vacío de su cotidianidad, para entenderla y para que, luego, tenga todo el sentido ese rumbo que empieza a tomar su comportamiento y expectativas.

Porque si bien gran parte del relato está en estos términos narrativos, hacia el final, el tedio y la rutina de sexo casual dan un giro en dirección a unas prácticas más intensas y autodestructivas. Al parecer, el anestesiamiento de la vida podría ser solucionado con el dolor y la pulsión de muerte, con emociones fuertes y extremas. De ahí que todo ese tempo lento y esa rutina inicial, en esta parte se ven justificadas y cobran su verdadero significado.

Con una economía de recursos que se traduce en poquísimos diálogos, una locación única y las mismas pocas y reiteradas situaciones, esta película consigue ser un relato descarnado y turbador sobre la soledad, la frustración y las desesperadas medidas que se pueden tomar ante el consecuente vacío y desolación existencial. En definitiva, una historia verdaderamente reveladora de lo que podría ser el retrato de millones de vidas que, como ésta, pasan desapercibidas en las grandes ciudades.


Secretos peligrosos, de Larysa Kondracki

Una guerra personal en tiempos de paz

Por: Oswaldo Osorio


Es más difícil hacer la paz que la guerra, dice uno de los personajes de esta película. Y efectivamente, esta historia se encarga de demostrar esa paradójica verdad, porque cuando termina la guerra de Bosnia, una de las peores del siglo XX, no solo las heridas no se han cerrado sino que sigue intacto el mismo odio que la inició, esto por tratarse de un conflicto étnico.

Para evitar que ese conflicto no continúe solapadamente, se supone, están los Cuerpos de paz de la ONU, y a ellos pertenece Kathryn Bolkovac, una policía estadounidense que se encarga de los asuntos de género en medio de un territorio gobernado por el miedo, el odio y la impunidad. Cuando descubre el negocio de trata de blancas que campea en aquel país y con la anuencia de la policía local y miembros de la ONU, se inicia un tensionante thriller policiaco con elementos de thriller político.

El esquema es conocido: un personaje enfrentándose solo contra el sistema y tratando de denunciar una situación criminal que todos conocen y nadie soluciona. Además, este personaje está interpretado por una convincente Rachel weisz, que infortunadamente se está encasillando en este tipo de personajes, como lo hizo también en El jardinero fiel (Fernando Meirelles, 2005).

Pero a pesar del esquema y de la actriz repitiéndose (que eso, en últimas, son solo problemas para los cinéfilos), la película tiene una fuerza y contundencia abordando esta historia que no es posible permanecer impasible ante ella. Es más, se trata de una de esas películas que uno poco disfruta mientras la ve, pero que termina aceptando su capacidad para tocarnos emocional e ideológicamente. Es por eso que, más que un filme para entretener o complacer, es un filme necesario.

En el fondo se trata de una película de denuncia, una cinta que revela el insoportable drama que viven estas jóvenes de Europa Oriental, así como la indignación, rabia e impotencia que experimentan quienes quieren hacer algo por ellas y no pueden. Esta denuncia tiene como vehículo un thriller en general convencional, pero bien armado y muy eficaz. La trama policiaca cada vez adquiere mayor profundidad y la sensación de amenaza hacia la protagonista es proporcional al miedo y las vejaciones que padecen las víctimas.

El relato, entonces, aumenta progresivamente su intensidad dramática y la tensión crece hasta el final. Todo esto desarrollado en un ambiente frío y de constante zozobra, no solo por las características climáticas del lugar, que son enfatizadas por la fotografía, sino también por ese cerco de funcionarios, ya criminales o cómplices por su silencio, ante el que se enfrenta esta mujer apenas armada con su determinación y su indignación ética y moral.

Esto ocurrió en 1999, pero saber que está basado en hechos reales no es condición para que el espectador de verdad se sienta conmovido e indignado como la protagonista, porque todo el mundo sabe que estas cosas a diario suceden en el mundo, en especial en aquellos lugares debilitados moral y jurídicamente por la guerra. Solo que lo escandaloso (y esto es lo que trata de gritar con todas sus fuerzas esta película) es la participación de funcionarios de la ONU y de empresas privadas que se lucran primero de la guerra y luego de la paz amparados por la diplomacia y el supuesto bien común.

180 segundos, de Alexander Giraldo

Cine, emoción y fatalidad

Por: Oswaldo Osorio


Decir que la propuesta de una película es nueva en el cine colombiano, pero ya muy recurrente en el cine de Hollywood, sin duda puede ser un equilibrio dudoso. Esto porque, por un lado, es saludable que la cinematografía nacional explore el cine de género y se diversifique en sus temáticas y narrativas, buscando adaptar estos recursos y esquemas a nuestra identidad; pero por otro lado, la versión propuesta debe ser lo suficientemente buena como para no resentir la repetición de conocidos estilos y fórmulas.

Esta película, en términos generales, logra lo primero y solo parcialmente consigue conjurar lo segundo. Desde el principio sabemos que se trata de un robo que, al parecer, sale mal. Luego el relato da a conocer un triángulo amoroso con la interesante variante de que uno de los hombres no es el novio ni el amante sino el hermano. Con este planteamiento ya tenemos un intrigante thriller que cobra peso dramático por la relación que se establece entre sus protagonistas.

Ahora, cuando se empieza a definir la estructura narrativa, vuelven las dudas. ¿La película empieza por el clímax y continúa con un relato discontinuo en el tiempo porque es una tendencia del cine de los últimos años o porque verdaderamente lo necesitaba? Tal vez, de nuevo, un poco de las dos cosas: de un lado, es inevitable reconocer innumerables (¿Y gastados?) referentes, con Perros de la reserva (Tarantino, 1991) como el más legible; de otro lado, también es cierto que esos saltos del relato entre el pasado, presente y futuro le dan ritmo a la narración y le exige al espectador construir la red de relaciones entre los personajes y especular sobre ellas.

Además, esta discontinuidad en el relato es aún mayor cuando la línea argumental de quienes planean el asalto es alternada por otras dos subtramas que solo al final se unen con la principal, la de los policías y la de los pillos de las joyas. La primera anuncia un final con complicaciones, y la segunda, al tiempo que intriga porque no se sabe cómo y en qué momento incidirá en la trama central, le pone el toque jocoso al relato, con un par de personajes (de nuevo los referentes innegables) con las características de un filme de Guy Ritchie o los diálogos tarantinescos.

Por otra parte, cuando en las películas los personajes que han vivido en la ilegalidad dicen que harán su último trabajo y se retiran (otro lugar común), siempre hay que esperar que la fatalidad esté aguardando en un rincón. Y esta cinta, por supuesto, no es la excepción. Pero esto no es un reproche, al contrario, esa sensación de fatalidad anunciada desde el principio, y que se va agigantando cada vez más, es lo que mayor peso le da al drama y a nuestra identificación con los personajes. Nada peor que al espectador no le importe lo que le ocurra a los protagonistas, y de ninguna manera es el caso de esta cinta.

Es posible, entonces, que esta película, en buena medida por estar enmarcada dentro del cine de género (el thriller en este caso), no sorprenda mucho con su historia y se identifiquen fácilmente sus tics y referentes, no obstante, su gran virtud está en que sabe concebir y poner en juego esos elementos conocidos. A partir de un planteamiento visual cuidado y sugerente, más una narrativa y un montaje dinámicos, que obligan al espectador a estar siempre alerta e interesado, este joven realizador caleño crea un relato intenso y envolvente, además de muy bien empacado. Una película hecha de puro cine, emoción y fatalidad.