Cuarenta, de Carlos Fernández de Soto

Tribulaciones de tres promesas incumplidas

Por: Oswaldo Osorio


Los cuarenta años son los nuevos veinte, decían por ahí en alguna película. Al menos para los hombres parece funcionar más esta juguetona sentencia, seguramente diseñada para reconfortarlos en ese momento crítico de sus vidas. Aunque para muchos, la verdad sea dicha, realmente se aplica. Pero éste no es el caso de los protagonistas de esta cinta, quienes se encuentran no tanto experimentando un nuevo impulso en sus vidas, sino más bien en una encrucijada existencial.

Carlos Fernández de Soto al parecer se propuso con esta película reflexionar sobre ese momento en la vida de los hombres, cuando sus cuarenta años de existencia parece obligarlos a hacer balances. Y esta reflexión no es desde la perspectiva de aquellos que satisfactoria y felizmente le sacan provecho a sus “nuevos veinte”, sino desde la mirada de tres hombrecitos más bien grises y atribulados que le dan vueltas al asunto y a sus vidas, que se quejan y maldicen, que parecieran querer volver a tener veinte, más que para vivirlos de nuevo, para corregir el rumbo.

Que esta reflexión haya sido eficaz cinematográficamente, eso en realidad se puede poner en duda como se verá más adelante, pero ciertamente planteó y desarrolló su tema con sus posibles variables. Lo que habría que entrar a discutir es que si no funciona bien como expresión audiovisual, ¿entonces sus premisas, aunque estén manifiestas en la historia y sus diálogos, son menos significativas? En otras palabras, se puede decir que se entendió lo que quería decir, ¿pero lo dijo de manera que, como lo ambiciona  toda manifestación artística, implicara una experiencia estética y emocional plena?

Pero antes de tratar de responder esas preguntas, es necesario decir que, sin duda, el director planteó las mencionadas premisas, y para ello apeló a tres personajes que ilustran distintas posiciones ante la vida en relación con la edad que tienen. El primero es un periodista decepcionado y hasta furioso con lo insostenible de la situación del país, quien ha perdido casi toda esperanza de que él o su oficio puedan hacer algo; el segundo es un hombre casado y con hijos que descubre que es homosexual (sin duda el personaje más forzado en la naturaleza de su drama); y el tercero un hombre que, aparentemente, está satisfecho con su vida, pero que sus dos amigos y la película lo presentan como un ser inmaduro que se ha negado a crecer y que tiene una vida desprovista de toda seriedad y compromiso.

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Agora, de Alejandro Amenábar

Historia(s) de la condición humana

Por: Oswaldo Osorio


El humanismo de la sabiduría casi siempre ha perdido la batalla contra la intolerancia de los necios, de los cegados por el poder. Tal es la tesis que se propone desarrollar esta película, todo a través del personaje de la filósofa y matemática Hipatia como hilo conductor. Se trata de una cinta española que se esfuerza en conciliar esas ideas de peso con todo el efectismo propio de su carácter de súper producción internacional.

El director de Tesis, Abre los ojos, Los otros y Mar adentro, Alejandro Amenábar, de nuevo demuestra su buen oficio para contar historias. Aunque muchas veces se ha quedado solo en eso, en el buen oficio, y lo esencial de sus relatos (salvo por Mar adentro) termina condicionado por la pirotecnia narrativa y visual, como efectivamente ocurre en muchos momentos con esta nueva película.

La trama se sitúa en un tiempo y lugar privilegiados de la historia de la humanidad, la ciudad de Alejandría a finales del siglo IV d.c. Eran los estertores del esplendor de la antigüedad y la imposición del cristianismo como la religión dominante, dos procesos históricos de choque, ideales para poner en evidencia la condición humana y sus luchas de poder.

Es así como aquí la religión, la política y la filosofía se enfrentan para definir cuál de ellas dictará las nuevas reglas de esa sociedad que se está reconfigurando. Las dos primeras buscan imponerse para hacerse con el poder, mientras la tercera parece más desinteresada y propone la conciliación, la igualdad y el humanismo. Pero la lucha es desigual y termina dominando la intolerancia, la crueldad y el fanatismo, todo esto presentado como un retrato no solo de esa época y esa sociedad, sino de la naturaleza de los hombres en general.

Para hablar de estos grandes temas la historia apela a los personajes de Hipatia y tres hombres que están en torno suyo y que representan cada una de las posiciones en pugna por el poder. Es a través de ellos que el relato desarrolla el drama humano (con amores, desamores, amistad y discrepancias) y el drama político. El equilibrio entre ambos aspectos es de los elementos más llamativos y mejor logrados de la cinta, aunque también son evidentes las concesiones que se hacen para lograr fáciles efectos dramáticos.

Y es que ya en las grandes ligas, con un presupuesto de súper producción y un acabado con el aspecto general del cine de Hollywood (es decir, uniformado con él), Amenábar debía apuntar a lo seguro. Por eso busca ser proporcional en cuanto a valores de producción, secuencias de acción y profundidad de la trama. De ahí que, por ejemplo, el componente histórico se acomode al efecto emocional buscado y no al contrario, como ocurre con el destino final de la heroína o cuando se sugiere que le famosa biblioteca aún existía.

De todas formas, se trata de un filme potente y llamativo, realizado con el rigor de buen artesano del cine como siempre ha sido este director español. Y aunque el peso aplastante de la producción, así como algunos esquematismos dramáticos, traten de imponerse a unas reflexiones que daban para algo más profundo y complejo, en general tiene un equilibrio que la convierte en una cinta solida y significativa.

Sin límites, de Neil Burger

Entre la emoción y la sinrazón

Por: Oswaldo Osorio


¿Es posible que una película sea cuestionable en su calidad por la forma en que fue elabora y, aún así, considerarla una buena película? Claro que es posible, aunque ocurre con muy pocas, puesto que esta paradoja implica la separación entre el crítico de cine y el espectador, que no es otra cosa que la dicotomía entre la razón y la emoción. Es decir, con esta cinta la razón dice que no, pero la emoción dice que sí.

Y es que es inevitable caer en las “trampas del cine” con esta película, sobre todo porque se trata de un thriller, ese género que está construido siempre en función de manipular las emociones del espectador. Por eso, desde que el protagonista se toma la primera pastilla, la montaña rusa de episodios, conflictos y giros en la que se embarca, es tanto para él como para los que están en la butaca.

Porque todo lo que propone esta historia tiene que ver con una pastilla y su fantástico efecto para activar la lucidez y la inteligencia. La pastilla del hombre nuevo, podría llamarse, porque con ella cualquier cosa es posible. Por tal motivo, funciona como el elemento activador de la historia y los conflictos, una original variante para un thriller, porque de eso se tratan casi todos: la confrontación entre los personajes por obtener una ventaja sobre los demás, que generalmente es dada por dinero, armas o posiciones de poder.

De manera que nuestro héroe drogado y dueño del mundo nos conduce en un intenso viaje que incluye matones, prestamistas, tráfico de drogas, asesinatos, investigaciones policiacas, intrigas financieras, política, adicción, delirios por abstinencia y hasta una tibia historia de amor. Una recarga de elementos y recursos presentados en un lenguaje visual vertiginoso, efectista y vivaz, que hipnotiza la retina e inyecta la sensación de pulsión que mantiene el protagonista.

Sin embargo, ahora mirándola desde la razón, casi todo en ella es superficial y torpemente atado, cuando no gratuito y forzado. Empezando por la esencia de la historia, de la que se desperdició lo que pudo haber sido una interesante reflexión existencial en relación con lo que es y puede hacer el ser humano. Pero a este director el contenido de la historia le interesaba menos que la ya mencionada condición del thriller de mantener activadas una serie de emociones en el espectador, para lo cual recurre a golpes de efecto, falsas pistas, sorpresas y toda la caja de herramientas propias del género.

De manera que es posible ver en este filme una seguidilla de clichés, como empezar el relato por el clímax, dejar caer la última pastilla por una rejilla o el protagonista narrando y comentando lo que le ocurre. Y los inesperados giros están siempre en función de la eficacia para crear emociones y no de la solidez o hasta la cogerencia de la historia.

Aún así, es inevitable caer en la trampa y mantener durante casi todo el relato las manos tensadas o sorprenderse genuinamente con sus improbables giros. Es por eso que esta película resulta entretenida y es emoción pura, aunque de seso poco y de originalidad casi nada. Pero muchas veces en el cine, con eso es suficiente.

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Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen

Amores averiados, repuestos inservibles

Por: Oswaldo Osorio


Una película de Woody Allen siempre es un acontecimiento, más en Colombia, donde los exhibidores en los últimos quince años solo han traído cinco de sus películas, eso a pesar de que el neurótico neoyorkino no deja de realizar un nuevo título cada año. La paradoja de su cine es que siempre es sobre lo mismo (las relaciones afectivas, principalmente), pero también siempre tiene la capacidad y lucidez para decir algo diferente, como en efecto ocurre en esta cinta.

No obstante, hay que aceptar que durante el último decenio la eficacia de su filmografía ha sido más bien irregular, pues se le vieron dudosos títulos como El ciego (2002) o Scoop (2006), pero también sólidas piezas como Match point (2005) o Vicky Cristina Barcelona (2008). Podría decirse que esta nueva película está en un punto intermedio, porque si bien la idea general que propone resulta, finalmente, reveladora en su patética visión de las relaciones conyugales, también es cierto que su desarrollo se antoja poco atractivo y rutinario dentro de su estilo.

Se trata de una película que no habla del amor, sino de las relaciones de pareja, algo que suele confundirse, porque muchas veces son lo mismo pero no siempre coinciden. Y esta historia, específicamente, habla de las relaciones insatisfechas. Entonces, más que de lo sublime del sentimiento, la historia se ocupa de las cuestiones prácticas: dinero, compañía, admiración, realización profesional, edad, etc.

Para dar cuenta de esto Allen construye una trama que ya es recurrente en sus relatos, esto es, presentar dos parejas de las que, a su vez, se desprenden otras cuatro por efecto de infidelidades y rupturas. Es decir, cada uno de ellos, en este caso, se va por su cuenta a buscar “al hombre –o mujer- de sus sueños”.

Pero tal cosa no existe, la vida nos tira a la cara al menos una prueba cada día y, para ajustar, Woody Allen hace toda una película para demostrarnos, en cuadriplicado, que la “pareja de los sueños” es una falacia de algunos meses o años. En cada personaje, cada episodio conyugal y cada historia marital, esta cinta pregona y recalca que el amor se desgasta y se avería. Y más aún, las piezas para su reparación casi nunca están en la relación (y lo que es peor, ni fuera de ella).

Es por eso que este autor se muestra implacable con sus personajes. Parece no perdonarles su renuncia, esa traición a la relación que tenían, aunque ésta ya no tuviera futuro. De manera que al hombre mayor lo muestra como un patético viejo que quiere recuperar su juventud, a su esposa como una pobre mujer que se consuela con embaucadoras adivinaciones, a su hija como una amargada y a su esposo como un hombrecito pusilánime.

Inevitablemente, la solución parece peor que el problema, porque las nuevas relaciones están fundadas en mentiras. Y en esto la película es pesimista con las segundas oportunidades, para lo que propone finales abiertos y penosos. Nada alentador para la vida, pero sí muy acertado como cine… aunque lo uno suela ser sinónimo de lo otro.

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Triste San Valentín, de Derek Cianfrance

Cuando el amor ya no es amor

Por: Oswaldo Osorio


Porque amar es el empiece de la palabra amargura, dice una canción de Mecano. Y esta película desde su título anuncia esa relación entre el amor y la amargura, puesto que es una historia del nacimiento y muerte de un amor contada en dos tiempos, pasado y presente. No dice nada nuevo, pero tiene cierto encanto en la forma en que lo dice, por su intimismo, su juego con los tiempos y por la aspereza con que habla de la vulnerabilidad de este sentimiento.

Incluso su originalidad queda más en entredicho si uno ha visto la película 5×2 (Francois Ozon, 2004), que logra mucho más con el mismo planteamiento, esto es, el proceso de deterioro de una relación mostrando primero como terminó y luego cómo empezó. De todas formas, Derek Cianfrance logra un relato que, con fuerza y elocuencia, da cuenta de esta incombustible idea.

La clave de todo está en la estructura narrativa, trazada de forma discontinua entre pasado y presente, de manera que el espectador puede confrontar inmediatamente los dramáticos momentos de crisis de la pareja con el apasionamiento del inicio del idilio. Con esto es posible, por vía del contraste, potenciar la intensidad de cada uno de estos sentimientos opuestos.

Valga aclarar (y de paso recomendarla de nuevo) que la película de Ozon empieza con el final y termina en el principio, mientras esta cinta comienza con la relación de este matrimonio ya muy avanzada y da saltos del pasado al presente, un recurso narrativo que es usado con eficacia y obtiene el efecto mencionado, pero que también hiede un poco al truco narrativo que está de moda en el cine de los últimos años.

Tal vez lo más logrado de este filme es ese tono permanente de pérdida y melancolía. Aún en las bonitas secuencias de coqueteo y enamoramiento está presente esa tristeza, esto porque ya se sabe para dónde va tanto apasionamiento. Todo en ella es pesimismo y descorazonamiento, amargura como dice Mecano. Que uno disfrute y encuentre una cierta belleza en estas historias adversas, no deja de ser un tanto contradictorio y hasta perverso.

Pero aún falta más en este cuento triste, una tragedia todavía mayor que el desamor, y es que ese desamor solo sea de uno de los dos, dejando con esto colgado al otro, impotente ante la imposibilidad de hacer renacer ese sentimiento en su pareja. Esta situación queda especialmente evidenciada, tanto emocional como visualmente, en la patética y deprimente secuencia del motel.

Se trata de una película modesta aunque contundente, con una historia ya muchas veces contada pero que ensaya un artificio narrativo para hacer la diferencia (y le fenciona). Un relato que descarga gran parte de su responsabilidad en las actuaciones de Ryan Gosling y Michelle Williams, quienes son capaces de transmitir tanta desesperación y sufrimiento, la razón de ser de esta película, así como de tantas desafortunadas historias de amor.

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Carancho, de Pablo Trapero

Vivir la vida entre colisiones

Por: Oswaldo Osorio

Un carancho es un ave carroñera, pero también con una particular belleza y hasta con cierto aire de dignidad. Estas características también describen al protagonista de esta historia, incluso a la película misma. Una potente y angustiante pieza hecha a partir del realismo en la puesta en escena, la adversidad, el dolor y unas vidas que buscan la redención.

Pablo Trapero es uno de los héroes del Nuevo Cine Argentino, ese movimiento de finales de los noventa que se presentó como la única renovación del cine latinoamericano en décadas. Películas suyas como Mundo grúa (1999), El bonaerense (2002) y Familia rodante (2004), dan cuenta de ese intimismo en la mirada y del retrato de la cotidianidad que definían este movimiento.

En sus siguientes películas, como es natural, hubo transformaciones, pero sin abandonar un universo ya identificable, esto es, historias de gente común que lucha con su existencia, casi siempre por malas decisiones, y contra un mundo, no tanto hostil, sino más bien que no los tiene en cuenta. Todo esto mirado con una vocación realista que simpatiza con la cotidianidad de sus personajes y que se toma su tiempo para recrearla.

En Carancho hay mucho de estos elementos, solo que, como en sus últimas películas (Nacido y criado, 2006; Leonera, 2008), la vida ya no es tan común y corriente. En este caso, si bien comienza como todas, se va tornando en una especie de thriller (con intriga, corrupción, crimen de por medio y toda la cosa), pero sin abandonar nunca ese tono de naturalidad, realismo y ritmo quedo.

El protagonista en cuestión es un hombre vencido de antemano (y en esto molesta un poco que sea interpretado por Ricardo Darín, quien ya no hace otro rol distinto a este), quien lucha por salir de una mala racha y -obviamente- encuentra a una mujer cuyo amor le ayudará a lograrlo. Y digo “obviamente” porque es casi inevitable que los relatos echen mano del recurso del amor para modificar el estado de las cosas, la cuestión es cómo lo hacen.

En este caso funciona de forma verosímil, pues el romance resulta tan problemático como la vida misma, pero aún así, este hombre, que se dedica a buscar accidentes de tránsito para cobrar a las aseguradoras, consigue que el amor se ponga de su parte y le ayude a salir a flote, eso muy a pesar del ambiente opresivo que siempre enfatiza las atmósferas de la película y del mal presagio de tragedia que atraviesa la historia.

Este relato íntimo y naturalista, a medida que pasa el tiempo, va cobrando intensidad, y casi inadvertidamente se le van sumando amores, dolores, corrupción y muerte, tanto que al final parece otra película, porque todo se ha transformado en un denso y tensionante thriller.

Pero la virtud de esta cinta está en que esa transformación de ninguna manera es abrupta o inconsistente con lo planteado, sino que, progresivamente, se hace más intensa, y justamente es esto lo que potencia a los personajes  (al perdedor herido y a la mujer con un secreto), quienes tienen tantas posibilidades de ir hacia la redención como hacia el precipicio, solo en el plano final se sabrá.

El vengador, de Scott Charles Stewart

Vampiros de verdad en un futuro retro

Por: Xtian Romero – cineparadummies.blogspot.com


Hay ocasiones en que sales odiando películas de las salas del cine. Hay, afortunadamente, esas otras ocasiones en que sales amándolas, pero hay unas cuantas, muy pocas la verdad, en que sales con sentimientos encontrados. Muy bueno esto, pero…, muy bueno aquello, pero… y te encuentras en una batalla interior destruyendo y rearmando la película en cuestión.

Priest ha provocado eso en mí. Pero empecemos por el principio y atentos a la sinopsis. En un mundo alternativo, diferente espacio-temporalmente al nuestro, los seres humanos llevan teniendo batallas de supervivencia contra los vampiros desde tiempos inmemoriales. La Iglesia Católica, entrena a los llamados “Sacerdotes”, unos hombres altamente capacitados para luchar con estos seres cuerpo a cuerpo y destruirlos. En el futuro ya lo lograron, la plaga vampírica ha sido exterminada, y las personas viven en ciudades gigantes casi que como complejos industriales, dándole una estética retro-futurista portentosa.

La iglesia controla todo los destinos de la humanidad, con pantallas en los edificios con un hombre diciendo, “Desafiar la Iglesia, es desafiar a Dios”, y con confesionarios electrónicos en cada esquina, clara influencia de 1984 y su Gran Hermano. Los sacerdotes ya han sido olvidados y viven en las calles en el anonimato. Pero uno de ellos recibe un mensaje, su hermano, un granjero, fue asesinado junto con su esposa por una horda de vampiros que han raptado a su sobrina. Él, desafiando la autoridad de la iglesia, se lanza a la cacería de estos seres, revelando en el camino un oscuro secreto y enfrentando viejas deudas con el destino.

Todo este mundo que crean y las reglas que ponen en el, son geniales, es lo más atrapante de la cinta. Una mezcla de cyberpunk, steampunk, horror, y hasta de western, crean una realidad impresionante, todo ayudado de una buena fotografía, unos increíbles diseños de locaciones y obviamente de la parafernalia efectista del 3D (que después de esta película creo no lo volveré a ver, me cansa demasiado).

Además ese tono distópico como en la película 1984, es un logro grandísimo, porque propone algo que nunca había visto en anteriores películas y novelas de esta temática, la Iglesia Católica es la que tiene el control. Y lo mejor, la reinvención de los vampiros, mostrando una nueva forma que se sale de los cánones tradicionales del género sin dejar de ser sangrientos, y pisoteando ese estilo infantil que está en boga hoy en día, como las ridiculeces de Crepúsculo.

Pero, lamentablemente, en el contenido se queda corta. Todo se desarrolla muy rápido, no hay tiempo de presentar y desarrollar bien los personajes, además de que hay un par de ellos que ya de por sí vienen muy mal creados. Hay muchas situaciones gratuitas y diálogos un poco clichesudos, además de unos romances injustificados, y lo peor, se queda floja en la crítica metafórica que pretende hacer a la Iglesia Católica, una verdadera lástima.

Todo se queda en que pudo haberse trabajado mucho más el guion. Muy seguramente un poco más de tiempo hubiese arrojado un guion portentoso que desperdició una premisa demasiado interesante. Tal vez hacer una película en 3D de 90 minutos sale más barato, o poner a dirigir a una persona que siempre ha estado enfocada en hacer efectos especiales tampoco sea buena idea, ¿Qué se yo? Pero el final es claramente abierto, lo que deja la esperanza, mínima claro está, de que en la próxima entrega se hará un trabajo más juicioso.

En conclusión, vayan a verla sin esperar mucho más que divertimento visual, y seguro disfrutarán igual que yo con el desborde imaginativo, y muy seguramente también, al igual que yo, lamentaran este gran desperdicio.

PD: Esta basada en el manga coreano del mismo nombre de Min-Woo Hyung, hay que leerla, me dejó demasiado antojado.

Locos, de Harold Trompetero

Historia de amor dedicada al amor

Por: Oswaldo Osorio


No importa que las historias más contadas por el cine sean las de amor, porque siempre habrá algo nuevo qué decir, variantes para agregar o puntos de vista qué explorar. Eso se hace evidente en esta cinta de Trompetero, quien casi siempre ha tenido al amor como tema central de su cine, o al menos así es en sus películas más personales, no tanto en las de encargo (Muertos de susto, El paseo) o en las que buscó –sin éxito- el beneplácito del público (Dios los junta y ellos se separan, El man).

En cambio, con la divertida Diástole y sístole, la bella y dolorosa Violeta de mil colores, la fábula adversa de Riverside y la sencilla y contundente Locos, este versátil director sí deja en claro que de lo que más le gusta hablar es del amor, y es justamente a partir de esas variantes y diversos puntos de vista, desde los cuales se aventura a decir algo nuevo, o al menos a buscarlo.

La sencillez y economía de recursos es lo que más sobresale en esta película, la cual, como otras de este director, fue realizada con un sentido práctico en el sistema de producción, hecha a la medida de nuestra precaria industria. La propuesta de esta historia, por eso, sabe adaptarse a esa limitación de recursos y es capaz de usarla en su favor.

Gran parte del relato se desarrolla en solo dos locaciones y con un par de personajes únicamente, pero eso es suficiente para contar una historia con una eficacia narrativa que no necesita de muchos diálogos, y con una fuerza dramática que descansa en las habilidades de una pareja de actores que logran un buen acople entre sí y le otorgan verosimilitud a la historia.

La demencia en el cine suele dar lugar a la sobreactuación o a forzadas estilizaciones por parte de los actores, y de la trama misma, pero en esta cinta Trompetero y sus actores saben encontrar el punto de equilibrio, incluso evitando los facilismos de la comedia y concentrándose más en el drama y las posibilidades de reflexionar sobre el amor a partir de esta singular relación.

Porque de principio a fin es una historia de amor, la cual pasa por conocidas fases: el encuentro, el enamoramiento, la pasión, la ternura, la compañía, la crisis y el reencuentro. A pesar de este recurrente proceso, los espacios en el que se desarrolla y la naturaleza de los personajes, lo transforman por completo, haciéndola incluso imprevisible hasta el final.

Así mismo, el atractivo adicional de esta historia de amor es la marginalidad de los protagonistas, cada uno a su manera. Ella, una loca peligrosa con línea directa a Dios, y él, un hombrecito envejecido y pusilánime. Todo lo que los separa de los demás es, justamente, lo que los llega a unir, y en la naturaleza de sus marginalidades es que encuentran el romanticismo, tanto los personajes como el director.

De manera que Trompetero, de nuevo, hace una película que se muestra honesta en sus planteamientos, original en sus búsquedas dramáticas y estéticas, práctica en su materialización y lúcida e inteligente en lo que quiere decir sobre eterno el tema del amor.

Chloe, de Atom Egoyan

Personajes de cal y de arena

por: Oswaldo Osorio


Una de las principales virtudes del cine es su capacidad para hablar de las emociones y los sentimientos. Encarnados en sus personajes y reforzados por el realismo propio de la imagen cinematográfica, esas emociones y sentimientos son más vívidos y contundentes. Esta película, sin duda, logra todo eso, sin embargo, la forma en que lo hace es lo que resulta muy cuestionable. Es decir, logra un efecto en lo emocional, pero en lo intelectual uno se siente burlado.

Para argumentar tal planteamiento, esta es una de esas críticas en las que es necesario contar detalles de la trama (aquí es donde quien no la haya visto, y le gusta que el cine lo sorprenda, debe abandonar la lectura). Porque es en los detalles donde esta cinta se traiciona a sí misma, al querer ser profunda y consecuente en lo que quiere expresar, pero forzada e inconsistente en la forma en que lo hace.

La película abre con la descripción que hace una profesional del sexo acerca de lo buena que es en su oficio, sobre todo porque sabe transformarse y entregarse para satisfacción de sus clientes. Acto seguido, presenta a un hombre que, al parecer, engaña a su mujer. Y con esto ya está servido el triángulo, no tanto amoroso, sino uno un poco más complicado y retorcido.

Que la esposa contrate a la prostituta para tener la certeza de que su esposo es capaz de engañarla, es solo la excusa argumental para hablarnos de unos asuntos muy serios en torno a los celos, a las formas en que se manifiesta el deseo, al desgaste de las relaciones de larga duración y a la inseguridad de las mujeres que ven perder su lozanía frente a un compañero que se ve cada vez mejor con los años.

La que carga con el peso del drama es la esposa, y no es gratuito que este personaje sea interpretado por Julianne Moore, una actriz que sabe identificar el potencial de los papeles que amplían los límites de las emociones. Es el único personaje verdadero y revelador de este filme. Sus miedos y dilemas morales frente a su relación y a lo que puede llegar a hacer por salvarla son tan intensos como inquietantes, incluso perturbadores. Es por este personaje y su viaje emocional por lo que vale la pena ver esta película.

Por otro lado, está el personaje de la prostituta, el cual es planteado en términos narrativos y dramatúrgicos justamente de manera contraria al de la esposa. Es decir, si en la esposa vemos a un personaje sólido, honesto y revelador, el de la prostituta es gratuito, forzado y efectista. La declaración inicial de la perfecta profesional, luego es contrariada por las acciones de una mujer caprichosa y voluble, que se involucra emocionalmente con sus clientes y asume actitudes casi de sicópata. Y así, el íntimo retrato de la naturaleza femenina creado a partir de lo que le ocurre a la esposa, se convierte en una burda acumulación de arquetipos en el personaje de la prostituta.

Es en ese giro sorpresivo -y del todo inconsecuente con lo planteado- de este personaje, con lo que el director evidencia su afán de impactar con facilismos. Incluso recurre al peor cliché de los thrillers de Hollywood: la acosadora que seduce al hijo. Así mismo su final, que se antoja absurdo e incoherente, todo al parecer para rematar el relato de forma dramática e impactante. Por eso, a estas alturas ya el espectador ha olvidado las virtudes de la historia y se queda solo con el desconcierto de una trama embaucadora.

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Los realizadores, de Barry Levinson

Hollywood contra Hollywood

Por: Oswaldo Osorio

“Le dañan a uno las historias, le masacran las ideas, prostituyen tu arte, pisotean tu orgullo, ¿Y qué recibes a cambio? Una fortuna.” -Guionista anónimo-


Nadie quiere morder la mano que le da de comer, y menos en Hollywood, pero el director Barry Levinson sí lo hace con esta película. La Meca del Cine no es muy dada a la autocrítica, solo algunos han podido forjar una carrera lo suficientemente sólida para volverse intocables y, además, han tenido la inteligencia y determinación para hacerlo, como Marlon Brando, por ejemplo.

Porque de eso se trata esta película, de la gente de Hollywood criticando a Hollywood. La larga carrera de Barry Levinson también le ha permitido hacer esto sin el temor de que “lo saquen de la foto”. Algunos éxitos como Rain Man, Buenos días Vietnam, Bugsy o Los hijos de la calle le dejan hablar fuerte en contra de la industria. Aunque precisamente lo hace porque la industria misma, en otras ocasiones, lo ha pisoteado y despreciado.

Esta cinta surge sin duda de sus agridulces experiencias como director y productor. El personaje interpretado por Robert De Niro tiene mucho de la vida de Levinson en treinta años de carrera. Por eso propone un doble conflicto que articula esta historia. De un lado, están los problemas personales de este productor, y del otro, sus problemas con la industria. Y, naturalmente, ambos están conectados.

En lo personal, su vida está llena de las tensiones y presiones del día a día, donde en cada decisión se juega el futuro de asuntos muy importantes. Su taimada y absorbente labor como productor lo ha conducido a la indolencia, a la hipocresía y al esnobismo. Es un trabajo y un medio que lo han hecho olvidar lo importante de la vida (el amor, la familia, los amigos) para dejar solo lo externo y mundano: la apariencia de las cosas, el qué dirán y el dinero.

El conflicto con la industria, por su parte, es la misma historia de siempre, el forcejeo entre la libertad creativa y los intereses económicos, pero estos últimos, en un medio como Hollywood, casi siempre se imponen a sangre y fuego. Pegarle o no un tiro a un perro al final de una película puede decidir su futuro comercial y la suerte de todos los que están involucrados en ella. Saborear el éxito o caer en desgracia depende de una imagen, de una actitud de sumisión o desafío al sistema.

El retrato que hace Levinson de este productor y de la industria está desprovisto de todo el brillo y el prestigio que por lo general los cubre. El peso aplastante del dinero y los juegos de poder en torno a él solo dejan ver la mezquindad de la gente y al genio creador mancillado. El componente artístico del cine sucumbe al industrial, esa parece ser la ley en Hollywood. Y cuando se trata de revertir esto, alguien termina pasando un mal rato.

Es por todo esto que, al final, esta película deja un malestar y una incomodidad, porque permite ver las entrañas de la industria y las grandes y pequeñas miserias de quienes hacen parte de ella. Es un milagro que de todo ese fango ético y moral salgan esas bellas y sublimes historias que Hollywood de cuando en cuando nos regala.

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