La invención de Hugo, de Martin Scorsese

Un viejo cineasta con nueva tecnología

Por: Íñigo Montoya


Hace muchos años, podría decirse que toda una década, que Scorsese no es Scorsese. Tal vez Pandillas de Nueva York (2002) fue el último filme de esa estirpe de películas que le dieron prestigio y celebridad. Eran filmes que de forma descarnada y honesta hacían un viaje al interior de la violencia y la espiritualidad de la condición Humana. Taxi driver, Toro salvaje, Buenos muchachos y otras tantas, fueron hechos con esa madera.

Pero el director de Malas calles parece que tiene ya otros gustos, o que tal vez no le interesa más (o se le agotó) ese espíritu áspero y un poco salvaje que antes definía su cine. Y es que aunque recurra a temas y universos conocidos, como lo hizo en Los infiltrados (2006), ya todo parece planeado y artificial, o al menos solo una copia menor de lo que antes había hecho.

Igual ocurre con El aviador (2004) y La isla siniestra (2010), que más que películas suyas, parecen encargos de su nuevo amigo, Leonardo Di Caprio. Y no es que sean necesariamente malas películas, pero son cintas que pudo haber hecho cualquier otro director de Hollywood, porque resultan productos edulcorados y convencionales.

Con La invención de Hugo parece que primó su amor por el cine y su historia. Es sabido que Scorsese es el mayor defensor de la memoria que reposa en el celuloide, así como de los pioneros y maestros del cine. De manera que este sentido homenaje a uno de los mitos de la historiografía cinéfila, el magnífico Georges Melies, es por completo consecuente con sus gustos cinematográficos.

Sin embargo, esta fábula cinéfila termina siendo un encantador homenaje pero una sosa historia sobre un niño huérfano que deambula por una estación de tren y descubre al mago del cine mudo francés. La primera parte del relato es un tedioso seguimiento de este niño por su cotidianidad y la obsesión por reparar un autómata. Es otro “pobre gamín dickensiano” sin carisma alguno que visita uno y otro lugar común.

Cuando descubre al cine y a Melies, el relato gana algo de interés gracias a los referentes cinematográficos y la nostalgia por los pioneros del cine. Sin embargo, no pasa de un bello y divertido recorrido por la recreación de aquellos tiempos y los asombros con las primeras imágenes del cine. El relato sigue siendo soso, el tono sensiblero y su argumento predecible.

Lo que realmente sorprende de esta película es lo menos esperado, la incursión de Scorsese en el 3D. Luego de varios años de ver que el 3D es solo un truco para aumentar las ventas (y el precio) de boletas, sin que casi nadie lo haya asumido en todas sus implicaciones visuales y estéticas, aparece este viejo artesano, apoyado en su director de fotografía, Robert Richardson, y explota en todas sus posibilidades la imagen estereoscópica.

Ver esta  película es asistir a una lección sobre cómo debe ser concebido y registrada la imagen en 3D. Estos viejos lobos de cine se hicieron a cámaras, soportes, lentes y software que antes no habían sido usados para tal proceso y, de alguna forma, reinventaron el 3D. Por fin una película muestra la verdadera diferencia con el 2D y la usa a favor de la imagen, la composición y la concepción del espacio.

Quién iba a pensar que este gran contador de historias nos iba a aburrir con su relato, pero que nos iba a maravillar con argucias técnicas: la imagen digital y la tercera dimensión.

2 comments

  1. John Fernández   •  

    Por eso la nominaron a mejor pelicula y a mejor Director en los Oscares…Por favor realizar criticas objetivas y no basadas en un gusto particular

  2. Felipe Montoya   •  

    Todas las criticas que realiza este señor son basadas en sus gustos particulares

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