DIARIO DE ÍÑIGO

20 de Junio de 2010. La ciudad sin espacio para la crítica de cine. Int. Día/Noche.

Hace una semana mi colega y compañero de blog, Oswaldo Osorio, fue reclutado por el periódico El Colombiano para escribir la crítica de cine dominical. Quisiera felicitarlo, si es que eso es posible, porque la verdad es que este suceso pone en evidencia la crisis de este oficio en la prensa de la ciudad y, por extensión,  del país. Lo primero es que de los dos periódicos de la ciudad, uno se quedará sin crítica especializada, porque por la forma en que el periódico El mundo trató a este colega durante los doce años en que fue su único crítico permanente, es improbable que siquiera les interese llamar a otro. Una cuestión más que me surge, es que el llamado de Osorio a las filas de este medio fue como consecuencia de la salida del anterior e histórico crítico, Orlando Mora, poniendo en evidencia que el periódico, como la mayoría de medios del país, cree que con uno solo es suficiente. Y por último, supe que las críticas dominicales del señor Osorio debían ser de quinientas palabras aproximadamente. Si tiene capacidad de síntesis, esta extensión puede ser suficiente, pero el punto es que esta cifra me hace recordar cuando, hasta hace poco más de una década, en este mismo diario los críticos tenían a su disposición toda una página.

Así que ¡enhorabuena!, porque la crítica especializada vuelve (después de unos meses de receso) los domingos a este periódico, pero teniendo en cuenta lo anterior, es decir, en comparación con otros tiempos, es evidente la forma como los medios han arrinconado a la crítica de cine. Espero que ante este panorama mi colega no tenga que hacer muchas concesiones por mantener este espacio que aún le queda a la cinefilia de la ciudad.

El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella

Del amor y el tiempo

Por: Oswaldo Osorio

Las historias de amor en el cine no suelen durar tanto tiempo. Aunque la estructura general de este relato es la de un thriller policíaco, en el fondo se  trata de dos conmovedoras historias de amor que se prolongan por veinticinco años. Y así, entre la eterna pregunta de los thrillers por la identidad del asesino y el profundo sentimiento que un par de hombres sienten por sus respectivos amores, avanza esta película cargada de intriga y gran emotividad.

Los amores conmovedores y un tanto tortuosos son la especialidad de este director, como se puede constatar en El mismo amor, la misma lluvia (1999) y El hijo de la novia (2001), dos películas suyas que tienen características similares a esta nueva cinta, es decir, historias contadas con solidez, envolventes narrativamente, personajes entrañables y la perfecta factura que aprendió de su experiencia trabajando en la televisión de Estado Unidos.

El relato tiene como hilo conductor la investigación sobre el asesinato de una joven mujer. La pesquisa del asesino y sus posibles escapes es lo que le da forma a una trama que no está limitada a la simple intriga policíaca. De fondo se desarrolla una contenida y sutil historia de amor entre uno de los investigadores y su jefa. Más que sus cualidades y acciones profesionales, es la errática y muchas veces fallida relación entre ellos lo que consigue construir a unos personajes bien dimensionados que terminan por ganarse al público.

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El príncipe de Persia, de Mike Newell

Una refrescante aventura

Por: Íñigo Montoya

Cada vez es más difícil que el cine de género y, más aún, una superproducción, nos sorprenda, o al menos no parezca el mismo chicle masticado de siempre. En esta película sus realizadores consiguen que eso no suceda, que no veamos la misma película de aventuras y acción que recala en las pantallas cada temporada de vacaciones, más aún en esta era de la imagen digital.

Es cierto que el esquema general de esta cinta es ya terreno transitado, pero la película hace la diferencia a partir de distintos elementos. El héroe y sus adversidades, para empezar, resultan, si no originales, al menos con ciertas variables novedosas; la esencia de la historia, una traición palaciega como muchas hemos visto, se alimenta de una leyenda que le aporta algo de misticismo al relato; y la trama de acción no depende tanto de los efectos especiales (con todas esas criaturas que ahora la imagen digital puede crear, como en Furia de Titanes, por ejemplo), sino que todo se lo dejan a la narrativa visual y a las capacidades atléticas de los personajes.

Este sentido de la acción, sin tanta carga de los efectismos técnicos, es una de las cosas más atractivas del filme, una cualidad que es heredada de su fuente original, esto es, el célebre video juego del mismo título. Además, el elemento argumental de poder manipular el tiempo, le da un ingrediente que complementa las posibilidades de la acción y las sorpresas de la trama.

En definitiva, es posible que si nos ponemos a enumerar las características de esta cinta, parezca coincidir con todas las demás de su tipo (cine de acción y aventuras de época), pero cada una de esas características tiene el giro adicional para hacerla un tanto más novedosa y lograr que, en conjunto, toda la película se antoje como una cinta de género entretenida y que llega a refrescar el esquema.

Robin Hood, de Ridley Scott

El pasado del príncipe de los ladrones

Por: Íñigo Montoya

Ya tantas versiones se han hecho de este mítico personaje inglés, que poco entusiasma cuando se anuncia otra. El hecho de que haya sido realizada por el mismo director y protagonista de Gladiador, no cambia mucho la idea de que pueda ser una nueva cinta sobre más de lo mismo. Y efectivamente, nada fuera de lo presupuestado se vio, ni siquiera fue un fiasco, solamente una película más sobre un personaje harto conocido.

Aunque es cierto que existe una gran diferencia con las demás versiones, y seguramente a eso era a lo que le estaban apostando sus realizadores para sacarla del montón, y es que esta película termina donde casi todas las demás empiezan, es decir, con Robin Hood en el bosque, con su banda de forajidos, robándole a los ricos para darle a lo pobres.

De manera que la historia que propone esta cinta es la que ya había contado en sus primeros veinte minutos la versión de Kevin Costner, esto es, el pasado como cruzado del personaje, pero concentrándose en una inusual variación que lo pone como un caballero de la nobleza que lucha contra una conspiración para derrocar al rey. Es decir, le cambiaron por completo la naturaleza al héroe, que pasó de ser el símbolo del pueblo que lucha contra la opresión de la nobleza y la monarquía, a ser un noble patriota que ayuda a su rey a permanecer en el trono.

En otras palabras, por hacer la diferencia, esta película desdibuja por completo lo único llamativo que tiene el personaje, convirtiéndola simplemente en una cinta más de acción con caballeros medievales. De manera que todo en ella está diseñado, como es ya costumbre en las películas de este director y este actor (ya sea juntos o separados), en función del esquematismo de las secuencias de acción, del espectáculo del combate con espadas, de los planificados choques entre ejércitos, y en fin, de lo que tanto hemos visto en tantas películas, sin que, además de eso, ofrezca algo nuevo.

Yo también, de Antonio Navarrro

El prejuicio revelado

Por: Íñigo Montoya

Las películas protagonizadas por personajes que tienen alguna incapacidad física o mental siempre resultarán sospechosas. Esa sospecha va por cuenta de todo lo que han sido manoseados por el cine para exprimirle lágrimas fáciles al público, y para, con poco, sacar altos dividendos en drama y emotividad. Por eso, cuando uno sabe que el protagonista de esta cinta es un hombre con síndrome de down, es inevitable recordar, por lo menos, lo que hizo Jaco Van Dormael con El octavo día (1996).

Sin embargo, esta cinta española no sólo está muy lejos de esa pornoemotividad, sino que resulta realmente reveladora con este personaje y su historia. La sorpresa está en que su protagonista, a pesar de su condición, es una persona completamente normal desde el punto de vista intelectual. Aunque en lo emocional y las relaciones sociales, necesariamente tiene algunas limitaciones, pero no por él, sino por el prejuicio de los demás y su marginación de muchas experiencias sociales y personales.

A partir de este planteamiento, entonces, la película construye, con seriedad y solidez a este singular personaje y su forma de desenvolverse en el mundo laboral y la vida social, luchando día a día con los prejuicios del mundo y procurando que todos lo traten como una persona normal. Pero en el fondo de esta lucha, hay otra mucho más difícil y es la de conseguir esa normalidad en el plano afectivo.

Así que esta cinta no sólo es una reivindicación en el plano social de un personaje con síndrome de down, sino también la historia de una relación afectiva, aunque no necesariamente amorosa, como él quisiera, pero sí de amistad y fraternidad. Sin embargo, eso no es suficiente para este personaje y en eso radica la gran tragedia de su vida y el drama de fondo de la película.

Retratos en un mar de mentiras, de Carlos Gaviria

Imágenes de un doble conflicto

Por: Oswaldo Osorio

Mientras el país no cambie, el cine nacional seguirá insistiendo en los mismos temas, los cuales, además, son los que generalmente brindan mejor material para la realización de buenas películas, de cintas serias y sólidas, comprometidas con mirar nuestra realidad y reflexionar sobre ella, no como mera anécdota sensacionalista, ni como simple recuento de hechos, sino con una mirada atenta y honesta a la que le importa tanto el cine como el país. Justo a este tipo de películas es al que pertenece esta ópera prima de Carlos Gaviria.

El desplazamiento forzoso como tema de fondo y el road movie como esquema narrativo son las coordenadas en las que se mueve el relato. De hecho, ambos elementos están ligados por la lógica que los define, esto es, el espacio y la territorialidad. En este contexto, la pareja de primos que protagoniza la historia hace un viaje para recuperar las tierras que perdieron por esa violencia que los obligó a emigrar.

Pero como en todas las películas de carretera, no se trata de un simple viaje físico y geográfico, sino que para ellos es un viaje al pasado y a todo lo que ello conlleva: la búsqueda de sus raíces, de un futuro mejor por vía del regreso al origen y de la recuperación de lo que les pertenece y los define, incluso también es la confrontación de sus traumas, en especial en el caso de Marina.

Este recorrido lleva al espectador a lo más hondo de los miedos de esta joven, pero también del país, del que tal vez sea su más crítico y antiguo problema: la violencia disfrazada de bandos o ideologías, pero que sólo es una excusa para apropiarse de las tierras de los otros, ya por vía de la eliminación o la expulsión. Esta dinámica es la que ha imperado en Colombia desde las guerras civiles del siglo XIX.

Como muchas de las películas que se refieren a la realidad del país, en esta se puede ver claramente ese doble conflicto, el del país y el de sus personajes, y claro, el de estos en buena parte ligado al primero. De manera que los retratos del país empiezan con la extrema marginalidad de los barrios constituidos principalmente por desplazados, hasta llegar a aquel lugar que es al mismo tiempo el recuerdo de un horrible pasado y la esperanza para reconstruir el futuro. Porque se dice que en Colombia las cosas han cambiado y que la gente puede volver a sus hogares y recuperar lo perdido, pero la realidad es muy distinta y esta película se encarga de ilustrarla de forma aplastante.

Así que de fondo hay un par de asuntos que la película plantea con mucha seriedad y casi angustiante gravedad, que es la violencia en la Colombia profunda y los traumas y la tristeza de la joven Marina como consecuencia de todo lo que ha sufrido por esta violencia. Y sin embargo, no se trata de un oscuro y truculento drama. Aunque esos conflictos están siempre presentes, sobre todo el de Marina, el relato se desarrolla de forma vivaz y casi desenfadada, esto a causa de las particularidades (narrativas y visuales) del esquema de road movie, pero también por el contraste entre las personalidades de los dos primos, pues mientras Marina se muestra casi siempre callada y ensimismada (con una Paola Baldion que supo transmitir mucho con poco), Jairo es extrovertido y dicharachero, henchido de todo el optimismo y alegría que su prima ha perdido.

La precisión y sutilezas con que Carlos Gaviria construyó la relación entre estos dos personajes es la más importante virtud de esta película. Pero en general estamos ante una cinta sólida y consecuente con su tema, imperfecta por momentos, pero nada que empañe un sobrado desempeño de todas sus partes, las cuales consiguen construir un relato que es capaz de cumplirle con altura al cine y a la realidad del país.

La cinta blanca, de Michael Haneke

La crueldad impacible

Por: Oswaldo Osorio

Para muchos, este director austriaco es el último genio del cine. Y no se puede negar que ninguna de sus películas puede pasar desapercibida por quien la vea, pues generalmente son creadas a partir de historias y personajes chocantes, violentos o de bajos pasiones y sentimientos adversos. Por eso su principal talento parece estar en sacar lo peor de la naturaleza humana en cada uno de sus relatos.

Sin embargo, este talento, que es lo que le ha conferido su aura de genialidad por los “descarnados retratos a la crueldad y la moral de los hombres”, podría verse también como una limitación que roza con la patología. Porque es posible ver también en su cine el reiterativo monólogo de un discurso sádico que sólo sabe hablar de conductas y sentimientos criminales, mezquinos, violentos o retorcidos.

Es cierto que hay muchos directores así. Un Terry Gilliam, por ejemplo, muy pocas veces nos ha contado historias que no estén cargadas de maldad, pesimismo o conductas patológicas, pero todo esto siempre está enmarcado entre el doble plano de la realidad y la fantasía, y además, de fondo siempre hay unas emociones y sentimientos que le hacen contrapeso a todo el asunto negativo. Y así mismo, se podrían citar a muchos otros realizadores que equilibran ambos valores: Tarantino lo hace a partir del cine de género, Scorsese de la búsqueda de redención de sus personajes, Alex de la Iglesia del humor negro, etc.

Con esta nueva película, que parecía distinta, Haneke vuelve a plantear una opresiva historia cargada de personajes oscuros y situaciones turbadoras. Y para ajustar, todo enmarcado en un ambiente que recuerda mucho al oscurantismo medieval, definido por el servilismo de un pueblo ante un terrateniente con título de nobleza y por una callada represión moral y social.

Se trata de una historia coral en la que distintos protagonistas, pertenecientes a una villa en los albores de la Primera Guerra Mundial, se interrelacionan en una aparentemente tranquila vida social, pero que en realidad está cargada de una tensión que se manifiesta en sucesivos episodios en los que el asesinato, los atentados, la tortura, el abuso sexual y la muerte se convierten en la verdadera cotidianidad.

Hay quienes dicen ver en este ambiente y estos personajes la prefiguración de la gran hecatombe de la guerra, pero eso sólo parece una excusa que pretende justificar lo que en otras películas, con o sin guerra, es una clara intención de este director: historias perversas sobre personajes patológicos que no permite los matices, ni otra división distinta a la de víctimas y victimarios.

Es cierto que hay algo de genialidad en la forma como Haneke, a partir de estos elementos, consigue un efecto en el espectador, un afecto de malestar, por supuesto. Pero con esas historias y personajes tal vez resulta más fácil hacerlo. Pero la cuestión es que, en esa medida, podría verse también como un cine con un rango de amplitud muy limitado.

Iron Man 2, de Jon Favreau

Tedio enlatado

Por: Íñigo Montoya

Es absurda la cantidad de veces que nos vemos obligados a comprobar que segundas partes nunca son buenas. Así como sorprendió que, en su primera parte, otra historia más sobre un superhéroe que viste un traje mecánico resultara una cinta interesante y entretenida, ahora no sorprende que su alargue a una segunda parte haya sido un fiasco en casi todos los sentidos.

Como se sabe, las segundas partes se hacen para sacar más provecho a la franquicia luego del éxito de la primera. Excepciones como Terminador, Volver al futuro o Resident Evil, son muy escasas, porque por lo general la segunda resulta una mala copia de la primera en la que, extrañamente, los mismos elementos no funcionan de nuevo.

La idea inicial, que está basada en un superhéroe detrás del cual hay un multimillonario hedonista y arrogante, funcionó muy bien hace dos años, tal vez por la novedad del personaje y su juguete tecnológico. Pero en esta ocasión esa personalidad es llevada a extremos ridículos, como cuando hace de anfitrión de una fiesta con el traje puesto y luego, borracho, pelea con su amigo que le quitó uno de los trajes.

En este sentido el guión resulta trivial y empantanado en una serie de situaciones que no se deciden en, por un lado, desarrollar a profundidad la trama o sus personajes, o por otro, al menos concentrarse en buenas secuencias de acción, de las cuales escasamente hay tres en toda la película, sin que necesariamente sean lo mejor que hayamos visto del cine de acción: sólo pirotecnia visual y máquinas dándose golpes.

Es una lástima ver cómo Robert Downey Jr. desperdicia con cintas así el renacimiento de su carrera (debía aprenderle a Johnny Depp, que advirtió que no participaría de Piratas de Caribe 4 si no le gustaba el guión). Igual es una lástima ver a la bella Scarlet Johansson hacer papelitos de este calibre, luego de actuar a las órdenes de maestros del cine.

Una enseñanza de vida, Lone Scherfig

Fábula adolescente

Por: Íñigo Montoya

Existe un tipo de películas que se ubican en la clasificación “coming-of-age”, algo así como “la llegada a la edad”, la cual se refiere a esas historias en las que uno o varios jóvenes se encuentran en ese momento de sus vidas en que descubren el mundo, dando un salto cualitativo en su formación personal y su visión del mundo. Esta película inglesa pertenece a esta categoría y aplica el concepto que la define de una manera entretenida, estimulante y hasta reveladora.

La historia es protagonizada por una brillante joven que está a punto de graduarse y ambiciona entrar a una prestigiosa universidad. Sólo por su inteligencia, aplomo y precocidad era posible que se pudiera confundir con tres personas un poco mayores que ella y entablar una relación de iguales. El nuevo pretendiente, junto con su pareja de amigos, abre un universo de conocimiento, diversión y sofisticación que deslumbra a la colegiala, tanto que la pone a dudar sobre sus otrora firmes objetivos de vida.

A partir de este planteamiento el relato hace un recorrido por las emociones de esta adolescente que, como todos los jóvenes, se quiere comer el mundo de un solo bocado, casi sin degustarlo y menos sin digerirlo debidamente. La película –dirigida por una mujer, un dato que en este caso importa- consigue que el espectador, a pesar de todo, se identifique con el personaje y entienda sus desatinadas decisiones, y lo hace a partir de una puesta en escena cargada de sutileza, buen humor y un tono casi inofensivo, a pesar de la seriedad del tema.

Las sólidas interpretaciones y la ambientación a principios de la década del sesenta, en Londres, contribuyen a ese ambiente de desenfado propuesto por el relato, muy a pesar de los giros dramáticos que eventualmente acontecen. Aunque es cierto también que el guión, por momentos, se muestra inconsistente (sólo hay que pensar en la incoherente y contradictoria actitud del padre frente a los dos pretendientes de la joven), pero finalmente todo funciona para capitalizar una encantadora fábula adolescente construida con inteligencia.