Día de los enamorados, de Garry Marshall

El amor como lugar común y sin gracia

Por: Íñigo Montoya

Como dirían en la industria del entretenimiento, el material con que está hecha esta película es oro. Lo tiene todo para crear historias buenas, divertidas, emotivas y que conecten con todo tipo de público: el amor y las relaciones de pareja a partir del hilo conductor del día de los enamorados, o el día de San Valentín, como lo llaman los gringos.

Pero ese oro se hizo polvo y el viento se lo llevó de las manos de Garry Marshall, un director que ha hecho algunas buenas comedias románticas y escrito innumerables películas y series de televisión. No supo explotar su material y lo que el espectador terminó viendo fue un conjunto de historias unidas por reiterativas -y por ello molestas- casualidades, todo con el fin de, supuestamente, hablar de amor de manera graciosa.

Sobre el amor nada nuevo dijo y los momentos graciosos fueron realmente pocos. La causa de esto fue tal vez querer recurrir demasiado a los estereotipos y a los casos comunes: amor de niños, de viejos, de adolescentes, de amigos, de homosexuales y de adultos. Todos estaban cubiertos. También el desamor, el despecho, el engaño, el amor imposible, el de toda la vida, etc. La soledad y la búsqueda del amor son, obviamente, otro de los motores que mueven la historia.

Y no es que sea difícil hacer algo original e inteligente con el esquema de película coral (muchos protagonistas) que cuenta varias historias entrecruzadas en torno al amor, y eso lo pueden demostrar dos buenas y recientes películas: Realmente amor (2003) y Definitivamente él no te quiere (2009). Están hechas con el mismo material pero en ningún momento se antojan tan trilladas, predecibles y poco agraciadas como ésta.

Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar

El mismo material, pero mal cosido

Por: Íñigo Montoya

Toda película del más importante director español de los últimos tiempos es esperada como un acontecimiento. Su carrera comenzó haciendo del mal gusto y las extravagancias picantes un arte, luego se transformó en un cine de gran madurez e intensidad, que llega a su punto más alto con Todo sobre mi madre (1999), pero ahora ya da signos de agotamiento, especialmente con esta última película.

Lo particular es que esta cinta tiene todos los elementos que caracterizan el cine del director manchego: es una historia sobre la turbulencia de las relaciones y los sentimientos, tragedias médicas, el quehacer cinematográfico como recurso del relato, melodrama, personajes pintorescos, diseño de arte con estilo propio, referencias directas a otras películas y una chica Almodóvar, esta vez Penélope Cruz.  Y sin embargo, nada funcionó como antes.

Lo que vemos es una tediosa historia en la que no es posible identificarse con ningún personaje, conflictos forzados y estirados que no consiguen que haya tensión alguna y una trama predecible y mal copiada de sus películas anteriores.

Incluso es muy significativo cuando al final nos damos cuenta de que la película que estaba dirigiendo el protagonista es nada menos que Mujeres al borde de un ataque de nervios, la cinta que le dio fama internacional a Almodóvar, lo cual sugiere que es el pago de una deuda consigo mismo, un ajustar de cuentas con tintes autobiográficos que tal vez fue lo que llevó a que esta nueva película estuviera desprovista de la chispa e intensidad de todas las anteriores.

Nine, una vida de pasión, de Rob Marshall

Un musical para Fellini

Por: Oswaldo Osorio

Los homenajes pueden terminar siendo emotivos gestos o pretensiosos remedos. Y es que ésta no es una película solamente, sino que también es un clásico del cine como referente, más la obra de un maestro de sueños y delirios de celuloide. Es por eso que esta cinta, dependiendo de cada espectador, inevitablemente se verá de dos formas distintas. Quienes conozcan la obra de Federico Fellini y su filme más celebrado por la crítica (Ocho y medio, 1963), podrán ver una cinta cargada de referencias y sentido cinéfilo; de otra parte, quienes no, verán un musical con un argumento tal vez un poco extraño, pero finalmente con el espíritu del espectáculo y hasta el optimismo propio de los musicales clásicos.

Aunque esta película no es exactamente un remake de aquel clásico, pero sólo por un tecnicismo, y es que está basada es en un exitoso musical que sí se inspiró en la película de Fellini. El musical fue creado por Arthur Kopit y Maury Yeston y se estrenó en 1982 con la aprobación del director italiano. Pero es improbable pensar que el director Rob Marshall no tuvo siempre presente el filme y la personalidad de Fellini al momento de hacer esta película, y eso es una de las cosas que inmediatamente se da cuenta quien conoce dichos referentes.

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Amor sin escalas, de Jason Reitman

La vida sentimental de un viajante

Por: Oswaldo Osorio

A despecho del mal título que, como casi siempre ocurre, le pusieron en español, esta película poco tiene que ver con el amor. Más bien el desamor y sus sustitutos son los asuntos que jalonan esta historia, la cual en el fondo está hablando de las relaciones personales en la sociedad moderna y, específicamente, con referencia al mundo laboral. Estos asuntos complicados y profundos, sin embargo, son abordados sin ostentación ni estruendosos dramas, todo lo contrario, el desenfado y la sutileza son las armas usadas por este joven director que, gracias a esto, ya se ha forjado una buena reputación.

Lo primero que se puede decir de Jason Reitman (aparte de que seguramente le fue más fácil entrar al negocio gracias a su padre, Iván Reitman, director y productor de una veintena de taquillazos de Hollywood) es que gusta de historias y personajes poco convencionales. Eso se pudo ver en sus tres primeros filmes: Gracias por fumar (2005), Juno (2007) y Bonzai Shadowhands (2008). Podría decirse que son historias políticamente incorrectas que tienen a antihéroes como personajes, pero eso sería llevarlas a un extremo que no es exacto, porque al abogado que defiende las tabacaleras, a la adolescente que quiere abortar, al maestro ninja en decadencia y a las respectivas historias que protagonizan, les falta la carga de “veneno” y trasgresión que exigen estos conceptos.

Igual ocurre con su última película. Está revestida con el tufillo de simpleza e irreverencia que caracteriza al cine independiente (su protagonista también es una suerte de antihéroe no romántico), pero nunca excede lo límites de velocidad y maledicencia impuestos por el cine de Hollywood. Pero aún así, no se puede tampoco acusar a este director de hacer los productos típicos de la más grande industria de cine. Sus películas realmente quieren hacer la diferencia y con esta última esa intención se evidencia todavía más.

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Frases de Antonio Gasset Dubois

Uno de los más programas más antiguos –aunque emitido de forma intermitente desde 1994- y de mayor calidad dedicados al séptimo arte es Días de Cine, de Televisión Española. Hasta hace unos años fue dirigido y presentado por Antonio Gasset Dubois, periodista y crítico de cine, quien supo deleitar a los televidentes con su ingenio y sentido crítico incluso para algo tan trivial como el anuncio de la salida a comerciales:

“Aprovechen la pausa para revisar su agenda de amigos, encontrarán que han malgastado su preciado tiempo y paciencia en conocer a un montón de ineptos. No se corten: cojan un boli y táchenlos”.

“Llego la hora de la pausa. Espero que puedan contener durante unos minutos los impulsos sexuales de vuestras parejas. Si no puede ser, no puede ser… en cualquier caso volveremos después de la publicidad con el sector más casto de la audiencia”.

“Buenas noches a todos. Pero antes de despedirnos, un consejo: no os droguéis, porque la ingesta de estas sustancias puede producir efectos indeseados. Un amigo mío se tomó el otro día cierta pastilla y creyó ver a George Bush leyendo un libro”.

“Lo mejor del Festival de Venecia: mi acompañante, aunque por desgracia esté enamorada de otro”.

“Soy consciente que a la hora de emisión de mi programa sólo puede ser visto por un puñado de politoxicómanos insomnes”.

“Se estrena estos días la película El último samurai, protagonizada por el ex marido de Nicole Kidman, único dato destacable de ese actor llamado Tom Cruise”.

“Para ir al cine con esta cartelera hay que tener coeficiente intelectual negativo”.

“Y ahora, si nos perdonan, vamos a hablar de cine español”.

“Es incuestionable que Kill Bill es una virtuosa obra de dirección. Lo que es cuestionable es si es algo más”.

“Vamos a una pausa publicitaria, que será tan corta como el sueldo del presentador”.

“Ahora pueden ustedes hacer un montón de cosas aprovechando los interminables minutos de publicidad”.

“Llegó la pausa. Refugiaros entre los seres queridos y mirad este aparato, la televisión, sea del precio que sea, con recelo y cierta desconfianza. Por él pueden surgir ataques frontales contra la razón y el buen gusto”.

El programa aún se emite por TVE los jueves a eso de las 5 pm.

Nollywood, la segunda industria del cine mundial

Mi nombre es Bond… Bond Emeruwa

Por: Oswaldo Osorio

Como se sabe, Hollywood reina en la industria mundial de cine. Su hegemonía tiene que ver tanto con el monopolio del mercado como con ostentar el mayor desarrollo tecnológico y de factura, pero también con la imposición de arquetipos, modelos y, en general, de la cultura estadounidense.

A pesar de eso, hay otra cinematografía que supera a la Meca del cine en cantidad de películas realizadas anualmente: la india, llamada Bollywood, la cual produce alrededor de 1200 cintas cada año. Esto básicamente tiene que ver con que es el segundo país más poblado del mundo (1237 millones) y está muy compartimentado en regiones con sustanciales diferencias culturales, lo que no permiten hacer películas de cobertura nacional.

Actualmente hay otra cinematografía que también ha llegado a superar en cantidad de producción a Hollywood, la nigeriana, a la que se ha dado por llamar Nollywood. Si bien en 2009 se hicieron “apenas” 600 películas (200 menos que en Hollywood), ha habido años en que alcanza los 2000 títulos.

Naturalmente, la comparación sólo puede ser en las cifras de producción, porque el de Nollywood es cine que no tiene nada que ver con el de Hollywood, ni con la mayoría del cine mundial, en cuanto a valores de producción, pues se tratan de películas en video, hechas con diez mil dólares, rodadas en una semana y realizadas por un equipo escasamente profesionalizado. Además, toda la distribución se hace en video y se vende en mercados callejeros.

Esta industria comenzó hace unos quince años casi por casualidad. Cuando se empezaron a comercializar los reproductores de DVD, sus vendedores los acompañaron de películas de Hollywood y Bollywood, pero el público nigeriano no se mostró muy interesado en este cine, por lo que ellos mismos, los vendedores de los aparatos, se dieron a la tarea de hacer películas o contratar a cualquiera que quisiera hacerlas.

Bond Emeruwa, presidente de la Asociación de Directores Nigerianos de Cine afirma que son películas hechas por africanos y para africanos. Y en cuanto al tipo de cine comenta: “Lo que más tocamos es el drama, tanto romántico como aquel que explica historias familiares. Algunas películas, las más épicas, hablan del pasado, mientras que la mayoría se centra en problemas contemporáneos”.

Esta nueva industria da trabajo directa o indirectamente a dos millones de personas. Hay que recordar que Nigeria es el país más poblado de África y que es uno de los que más se ha desarrollado económicamente en las últimas décadas, gracias a la explotación del petróleo. Sin embargo, tiene los mismos problemas de la mayoría de países del continente: pobreza extrema, abismales diferencias sociales, violencia, inestabilidad del poder, explotación de sus recursos por parte de los países desarrollados, etc.

Por la naturaleza del cine que hacen, así como ocurre con el indio, es improbable que el de Nollywood tenga alguna incidencia en el cine mundial, pero para ellos, realmente se puede ver como una suerte de revolución cultural que podría traer grandes cambios.

Termino este texto con unas imágenes de este fenómeno cinematográfico:

Las mejores películas colombianas de la década

Los mejores años de nuestro cine

Por: Oswaldo Osorio

La primera del siglo XXI tal vez ha sido la mejor década de la historia del cine colombiano. Una conjunción de elementos lo hicieron posible, desde la creación de una ley de cine que ha proveído recursos para dinamizar la producción, pasando por la aparición de nuevas generaciones de realizadores y la versatilidad de la tecnología digital, hasta la parcial reconquista de un público que la cinematografía nacional había perdido en las dos décadas anteriores.

El decenio comenzó con la resaca de la recesión de los noventa y terminó con el más alto grado de optimismo que el cine colombiano alguna vez haya tenido. La factura de la imagen y el sonido hace mucho ya no es un problema de nuestro cine, mientras que la recurrencia en las temáticas relacionadas con la realidad nacional es el asunto más discutido. Estamos ante una cinematografía que todavía le debe mucho al público, así como éste aún no le responde a su cine como es debido. Pero aún así, se trata de una cinematografía ahora más diversa, dinámica y optimista.

A manera de resumen, aquí hay una propuesta de las diez mejores películas de la década. Como todas las listas, ésta es caprichosa y personal. Un juego de razones y preferencias que plantea una visión del cine nacional y que hace un llamado a mantener la fe en él.

1. El colombian dream, de Felipe Aljure

Postmoderna, delirante y exuberante. Una cinta que no es posible medirla con los parámetros del resto de la filmografía colombiana de acuerdo con su inédita concepción visual y narrativa. Una película inteligente, ingeniosa, “cinematográfica” (con el cine colombiano esto no es redundante) y que toma riegos, porque puede ser tan amada como odiada.

2. La primera noche, de Luis Alberto Restrepo

El más lúcido y contundente retrato que el cine nacional haya hecho de la conflictiva realidad del país. Una película honesta y reflexiva que está construida con solidez en todos sus aspectos.

3. Los Niños Invisibles, de Lisandro Duque Naranjo

Una bella fábula que mira al mundo desde la perspectiva de los niños y de la provincia. Un relato bien logrado que consigue crear una atmósfera que transporta al espectador a ese mundo y a esa mirada.

4. Apocalípsur, de Javier Mejía

Entrañable e ingeniosa historia de amistad en medio de la dura realidad nacional. Una película tan dramática como divertida, además sugestiva y refrescante que lúcidamente supo hacer un retrato generacional.

5. Sumas y restas, de Víctor Gaviria

La constatación del genio de un director. Un filme redondo en su construcción y revelador con su tesis sobre la incidencia del narcotráfico en la sociedad colombiana.

6. La sombra del caminante, de Ciro Guerra

Una propuesta renovadora que mira de forma inteligente y desde una perspectiva diferente, tanto visual como dramática, la realidad del país.

7. Yo soy otro, de Óscar Campo

El visceral retrato de un país enfermo. Una película que no le da tregua al espectador que busca los mismos convencionalismos y concesiones en la reflexión sobre lo que ocurre en Colombia.

8. El rey, de Antonio Dorado

Cine de género hecho con un tema muy colombiano, el narcotráfico. Una película bien construida que demuestra su conocimiento del discurso cinematográfico que eligió y de la realidad que está recreando.

9. Satanás, de Andrés Baiz

Cine nacional con factura internacional. Un contundente relato concebido con vehemencia y pulso firme.

10. Terminal, de Jorge Echeverri

La cuota de intimismo que toda cinematografía necesita. Una película con sensibilidad para las imágenes y las emociones de sus personajes.

SECUENCIAS

Brindis de Jack Nicholson

La película ícono del Hippismo y la contracultura, Easy rider (Busco mi destino, 1969), Dirigida por Peter Fonda, producida por Dennis Hopper y escrita y protagonizada por ambos. Una parte de su viaje lo hacen con un abogado alcohólico y díscolo que interpreta Jack Nicholson. Éste es su inolvidable brindis antes de emprender el camino: “Aquí está el primero del día, compañeros. Por el viejo D.H. Lawrence… ¡INDIOS!

DIARIO DE ÍÑIGO

Enero 22 de 2010. La ciudad de los zombis con linterna. Interior. Noche.

Mi corazón de cinefago basuriego me llevó entusiasmado a ver Tierra de zombis. Seguramente era, como dicen los españoles, una guarrada, pero he aprendido a apreciar la poesía y vitalidad de lo guarro en el cine. Porque hay que tener buen gusto para hacer buenas cosas de mal gusto. Empieza la película y desde el primer plano me doy cuenta de que algo no anda bien con la imagen, que está deformada. Decido perderme la presentación del personaje principal para ir a buscar al acomodador, porque no está donde debe estar, en la sala. Lo encuentro a él y a otros de sus colegas zombis con linterna apiñados en una oficia. Esto es Cine Colombia de Unicentro. Digo que la imagen de la sala 5 no está bien y uno de los zombis me acompaña. Le echa un vistazo y, naturalmente, no ve ningún problema con la imagen. Luego argumenta que por tratarse de una película de bajo presupuesto, es posible que así sea la imagen original. El hombrecito de la linterna no se entera que en esa película está Abigail Breslin, la niña más poderosa del momento en Hollywood. Que con esa película ganó más de lo que él y sus hijos tendrán en todas sus vidas. Que además está Woody Harrelson y el gran Bill Murray. En fin, no tiene idea de las cosas más esenciales de la industria del cine, muy a pesar de hacer parte de ella, en el último escalón, pero ahí está, con su linternita, ayudando a que se cumpla el objetivo máximo del cine: que el público vea la película.

El problema es que para ellos es suficiente con que se vea. No que se vea bien, porque saben más de crispetas que del foco de una película, o de los formatos de proyección, o del sonido envolvente que tantas veces falla. Y uno es el que resulta siendo el malo de la película, por cansón, por ver mala la imagen en la pantalla que para ellos está perfecta. De manera que, sin que finalmente consiguiera nada, acabé perdiéndome el inicio de la película, es decir, las primeras cinco reglas para sobrevivir en la tierra de zombis.

Si Medellín alguna vez sucumbe a la hecatombe de los muertos vivientes, esas cinco reglas me harán mucha falta. Tendré entonces que descubrirlas yo mismo o inventarlas. Por eso ya tengo la principal: Con los primeros que hay que acabar es con los acomodadores de cine, sean zombis o no.

Actividad paranormal, de Oren Peli

Un demonio está en casa

Por: Íñigo Montoya

Inevitable pensar inmediatamente en El proyecto de la bruja de Blair (1999) a propósito de esta película. El esquema es el mismo: una entidad misteriosa que acecha y ataca a unas personas, a una pareja en este caso, y que la veracidad del suceso es legitimada por el lenguaje documental, del cual hace parte la leyenda, plantada por los mismos productores, de que no se trata de una reconstrucción sino de la cinta encontrada luego del horrible suceso.

La bruja de Blair golpeó primero y por eso golpeó más fuerte, pero después de ella la fórmula del falso documental es menos efectiva porque, como se sabe, el cine de horror es el género que más se desgasta. Aún así, en esta nueva cinta la fórmula es bien aplicada y eficazmente mezclada con otro de los clásicos esquemas del cine de horror, el de la “casa embrujada”.

Es una película sólo para los fanáticos del género, para quienes gustan de dejarse llevar por las emociones y el miedo creado por las imágenes en la pantalla, sin importarles la factura visual o el efectismo. Y si, además, se trata de espectadores que cuando entran a una sala de cine se les diluye la diferencia entre realidad y ficción, pues ésta es la película perfecta para crearles sensaciones fuertes. Porque no se trata de una película de horror “tramposa”, es decir, de esas que le meten sustos al público en lugar de meterles miedo. Lo suyo es un trabajo limpio, sugestivo y bien planificado.