París 36, de Christophe Barratier

Acordeón, torre Eiffel y camiseta a rayas

Por: Iñigo Montoya

Los tres elementos del título son algunos de los lugares comunes que nunca perdonan las películas que visitan a la Ciudad Luz como un lugar común de cine. Esta película, por supuesto, los tiene. Así como tiene adicionalmente una larga retahíla de otros lugares comunes que sacan de un cajón todas esas cintas que quieren contar historias evocadoras sobre un lugar evocador y en una época evocadora.

Hace un par de años pasó por la cartelera una película inglesa casi idéntica, Mrs. Henderson presenta. Porque además el argumento se muestra como otro lugar común: el entrañable teatro que está a punto de cerrar por problemas económicos, pero que es rescatado por el amor y el empeño de sus propios artistas y empleados, quienes luchan por sobrevivir en medio de un ambiente enturbiado por cuestiones políticas.

Con tantas recurrencias en sus elementos, inevitablemente se hace una película extremadamente predecible y amañada en la forma en que busca crear sensaciones en el espectador, especialmente emocionar y conmover: separando al padre de su hijo, matando a un personaje querido, construyendo un amor imposible, creando repentinos y fantásticos éxitos, en fin, puro chantillí cinematográfico, blanco y blando, subido y meloso.

DIARIO DE ÍÑIGO

Noviembre 11 de 2009.  La ciudad del anticristo del cine. Int.Noche.

Las dependientas de videotiendas y los acomodadores de cine, por el bien del séptimo arte, no deberían emparejarse. Está escrito que de esa unión saldrá el anticristo del cine. Son usurpadores de una pasión que jamás tendrán, intrusos en el amor ajeno y nunca entienden las sutilizas y perversiones de ese romance entre el cinéfilo y las películas. Cuando uno se indigna por las copias dobladas, ellos se indignan porque están seguros de que son preferibles las cintas sin subtítulos; o cuando preguntamos por un maestro del cine –un Woody Allen o Terry Gilliam, por ejemplo- tuercen la cara y dicen con desdeño: ¿Qué?

Es por eso que a un hijo de sus entrañas sólo le deseo la suerte de todos los anticristos en las películas: que siempre mueren antes de que empiecen los créditos finales, o por lo menos, en una de las secuelas.

Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino

5 en gramática y 0 en historia

Por: Oswaldo Osorio

Cada película de Quentin Tarantino es un acontecimiento. Toda la cinefilia mundial lo espera, aun para odiarlo o despreciarlo. Porque es un cineasta de excesos, genialidades, caprichos adolescentes y de un impecable dominio del oficio de contar historias con imágenes en movimiento. Esta nueva película puede que irrite a los historiadores, que mate del tedio con sus interminables diálogos al espectador común, que cause escozor hasta al último sádico del cine gore, que excite al cinéfilo que gusta de cazar citas o que maraville al estudioso del lenguaje del cine, el caso es que nunca podrá ser posible que sea vista como una cinta cualquiera.

Lo primero que hay siempre que tener en cuenta para ver ésta y casi todas las cintas de QT es que el referente del que parte para crear sus universos, historias y personajes no es la realidad sino el cine (y a veces la televisión), con toda su iconografía, historia y mitología. Los homenajes y variaciones al cine de explotación de los setenta son sus preferidos: las artes marciales en el díptico de Kill Bill, blackxplotation en Jackie Brown o películas de autos, carreras y choques en Death proof. Con su nuevo filme hace referencia al cine de explotación de guerra, tipo Los doce del patíbulo (Aldrich, 67), o incluso al llamado macaroni combat, que es la versión italiana de este cine, así como el espagueti western lo fuera a las películas del oeste.

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La peor película de la historia

Plan 9 del espacio exterior (1957) seguramente no es la peor película del mundo, pero cuando los gringos -que siempre quieren ser los mejores hasta en lo peor- eligen a Ed Wood como el peor director de cine de la historia, pues automáticamente ésta, su peor película, se lleva el título mundial. El único capaz de arreglarla fue Tim Burton, cuando en su película Ed Wood (1994) hace un homenaje a este director, a la época y al cine que representa.

La sangre y la lluvia, de Jorge Navas

Momentos, sólo momentos

Por: Iñigo Montoya


Como muchas películas colombianas recientes, ésta viene precedida de una gran expectativa por la promoción que le han hecho y su participación en un gran festival de cine, el de Venecia. Su director también tiene un cierto reconocimiento en el audiovisual nacional y el título y los avances no podían ser más sugestivos.

Si bien esas expectativas se ven colmadas en muchos aspectos, en la creación de atmósferas y la puesta en escena, principalmente, en general es una cinta que cojea en su narración, en la solidez del planteamiento de sus ideas y hasta en la construcción de uno de sus protagonistas.

La esencia de la historia es clara, se trata del encuentro de dos soledades en medio de la noche y ante la hostilidad de la ciudad marginal. Sin embargo, esa esencia sólo está enunciada, porque nos queda debiendo en profundidad y contundencia. Esa relación entre la bella y el taxista no resulta lo íntima y profunda que parece pretender, empezando porque a ella no se le ve muy bien dibujada, no se sabe bien qué quiere, cuáles son sus motivaciones y por qué de sus insólitos contrastes (luego de verla beber, aspirar, levantarse a un cualquiera y masturbarse en un motel, vienen una seguidilla de actos como de buena samaritana y víctima).

Con el personaje del taxista las cosas son más claras, se entiende su historia y su actitud, aunque el asunto se empieza a desbaratar cuando lo secuestran por unas razones que no quedan del todo claras, pero menos claro aún queda ese desenlace, donde hay una violencia en fuera de campo que deja al espectador confundido con lo que pasó. Es decir, el clímax pasa no ante nuestros ojos sino fuera del plano, dejándonos por unos instantes en la oscuridad de un relato mal visualizado.

Es cierto que la película alcanza unos muy buenos momentos en las actuaciones, en la construcción de unas atmósferas en las que la noche, la ciudad y la melancolía hacen una muy buena combinación, así como en lagunas imágenes que se logran con estos mismos elementos (la noche, la lluvia y la ciudad) que, como es bien sabido, son muy fotogénicos, pero el cuadro general se antoja más como una serie de viñetas, a veces hasta inconsistentes unas con otras, y no un relato sólido y congruente.

La película intimista que se prometía desde el principio se vio malograda por el thriller que se apodera de ella y que la hace confusa e insustancial.

El extraño mundo de Jack (3D), de Henry Selick

Navidad Vs. Halloween

Por: Oswaldo Osorio

Lo primero que define a una película de culto como tal es que puede ser vista una y otra vez sin perder su fuerza y encanto. Además de todas las veces que los fanáticos habrán podido ver esta cinta, ahora tienen una excusa más para repetir la experiencia y hacerla aún más profunda, literalmente, pues su re-estreno en 3D es precisamente eso, la posibilidad de volver a visitar lo ya conocido pero como si fuera una nueva experiencia.

En estos tiempos del imperio y la moda del sintetismo de las imágenes, es necesario hacer unas aclaraciones de orden técnico con respecto a esta cinta. Lo primero es que se trata de la última gran película en stop motion (creación de movimiento fotografiando cuadro a cuadro las figuras en un escenario a escala) antes del éxito comercial de la animación en 3D con la película Toy Story dos años después (1995).

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El lector, de Stephen Daldry

La nazi que me amó

Por: Iñigo Montoya

Distintos sabores pegados al paladar deja esta película. Distintas ideas de lo que nos quería decir dan vueltas en la cabeza. Eso es bueno para el cine. Lo primero que hay que decir es que resultó inevitable no empezar a verla con muy buena disposición por lo que significaban los nombres detrás de ella, en especial su director, a quien le debemos dos películas a las que seguramente de cuando en cuando volveremos a recurrir: Billy Elliot y Las horas. Claro, también está Kate Winslet, quien siempre sabe escoger muy bien sus proyectos.

Empieza con una de esas historias que todos los hombres, secretamente, disfrutamos en honor a nuestras fantasías adolescentes: la relación entre un joven y una mujer mayor, una relación casi estrictamente sexual. Ésta es la primera de las tres partes en que se divide la película. Es un poco extraño ver un relato donde luego de media hora no presente ningún conflicto, escasa evolución de personajes y sólo un tanto la construcción de la relación. Aún así, la forma en que está contado permite ser atractivo y crea cierta expectativa por el futuro de la pareja.

La segunda parte es un juicio en el que el contexto histórico de la Alemania de los años cincuenta cobra protagonismo, así como las reflexiones de tipo moral a partir de la relación  que tienen los personajes. Y la tercera es un estado más avanzado de esa relación, cuando ya los personajes prácticamente son otros, pero unidos por el pasado y, si bien ya no por el sexo o la atracción, sí por un secreto que los une más que cualquier contacto físico.

Tal vez sea esta articulación en tres partes tan distintas y casi independientes lo que causa cierta desorientación con el filme, pero esto es fundamental en ese sentimiento de incertidumbre e interés por los personajes que cruza todo el filme. No es una obra maestra, ni una historia que con contundencia nos plantee unas ideas, pero es innegable la fuerza que por momentos consigue con sus personajes y las circunstancias que atraviesan su relación, así como lo momentos realmente emotivos, tristes y hasta inquietantes que su director es capaz de construir con los recursos del cine.

DIARIO DE ÍÑIGO

Octubre 27 de 2009. La ciudad de los acomodadores de cine. Int. Día/Noche.

A los acomodadores de cine el cine no les importa, eso se sabe (Igual que a la chica de videotienda).  Es el trabajo que le tocó padecer. A veces, se les ve entrar a la sala y sentarse en la peor butaca de toda la sala (primera fila en uno de los dos extremos), para salir unos minutos más tarde y dar vueltas por el hall del teatro. En las salas con mala proyección, como las de Royal Films, me la pasaba llamándolos para mostrarles el desenfoque o la imagen salida de la pantalla o el sonido que sólo berreaba por un parlante, pero ellos ni se enteraban. Miopes, tungos y sin qué decir. Al insistir que le comunicaran al proyeccionista mis inquietudes, lo hacían de mala gana y absolutamente seguros de que yo estaba equivocado, que la proyección nada tenía de malo. Me miraban desconcertados y molestos, deseando ser meseros para escupir en mi sopa. Fueron muchas las películas que me vi en malas condiciones, sin que los acomodadores hicieran nada. El cine no les importa, es sólo un trabajo. Pudieron ser choferes o taxidermistas o pegadores de afiches. Una sala de cine para ellos es sólo el lugar donde la gente va a comer crispetas. Frecuentemente me pregunto: ¿Realmente los necesitamos? Creo que no. La cinefilia del mundo podría vivir tranquila sin ellos.

El luchador, de Darren Aronofsky

Combate por la redención

Por Oswaldo Osorio

Como ositos cariñositos llenos de músculos y dieta de esteroides, ésa es una primera reveladora impresión que deja esta película sobre el mundo de los luchadores. Sin embargo, es una revelación que se queda sólo en el plano de lo anecdótico, porque la que resulta más contundente, y que en últimas es la razón de ser de este filme, es el dramático retrato que hace el director de estos “deportistas” al final de sus carreras. Es eso lo que se queda grabado y dando vueltas en la cabeza hasta mucho después de acabarse la cinta, y no ese insólito ambiente de afectos y camaradería de estos hombres que se hacen las bestias en el cuadrilátero.

Aunque sorprende más aún ver quién hizo este filme: Darren Aronofsky, un director conocido por películas visual y argumentalmente efectistas (Pi, Requiem por un sueño) o por fantasías con pretensiones de trascendentalidad (La fuente). Y sorprende porque lo que en esta nueva cinta presenta es una historia que le apuesta a todo lo contrario, esto es, al realismo, tanto en la concepción del personaje como en la mirada que hace a su cotidianidad desde la puesta en escena, y también a la forma casi documental como lo registra con su cámara (con luz natural, cámara al hombro y sin cuidados encuadres). Todo eso para hacer más cercanos y viscerales esos “últimos días” de un guerrero que devino en un hombre común y corriente (y hasta con menos ventajas).

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Julie & Julia, de Nora Ephron

Salvadas por la cocina

Por: Oswaldo Osorio

El cine siempre ha tenido un especial aprecio por la buena comida. Recetas, cocineros y emotivas historias con frecuencia son óptimos ingredientes para contar entrañables relatos de celuloide. Y todo eso siempre está bien marinado con amor. Aunque es cierto que en esta película el amor no está en primer plano, pero en cierta medida es el que hace posible el encuentro de dos mujeres separadas por el tiempo, pero unidas por el gusto por cocinar y una determinación que las definió como seres humanos.

A mediados del siglo XX en París y a principios del XXI en Queens, Julia Child y Julie Powell, respectivamente, se imponen a sí mismas un reto muy parecido, dominar el arte de cocinar, cada una a su manera y a partir de ciertas condiciones. Pero lo que verdaderamente las une es lo que este reto significó para sus vidas, pues afrontarlo y superarlo las hizo mejores personas. O al menos así lo quiere proponer este filme de Nora Ephron, una guionista y directora que ha tenido buena mano para contar historias emotivas y cándidas (en el buen sentido de la palabra), como Sintonía de amor o Michael.

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