PVC-1, de Spiros Stathoulopoulos

El collar de perlas colombiano

Por: Oswaldo Osorio

¿Por qué rodar toda una película en plano secuencia? Esto es, una película filmada sin cortes, con la misma continuidad del teatro o de la vida. ¿Por qué hacerlo si lo que más define y diferencia al cine de las demás artes es la fragmentación y manipulación del tiempo? El director colombo-griego Spiros Stathoulopoulos lo ha hecho y dice tener sus razones. Una de ellas es muy válida y seguramente para muchos suficiente. Aún así, contar una historia de hora y media con una sola imagen continua es una decisión extrema que tiene sus consecuencias narrativas y dramáticas, tanto a favor como en contra.

Alfred Hitchcock ya lo había hecho hace sesenta años en La soga. Incluso con la tecnología digital se ha puesto un poco de moda este ardid técnico y narrativo: La más sorprendente de todas es Time code (Mike Figgis, 2000), que cuenta UNA historia con la pantalla dividida en cuatro planos secuencias. Después lo hicieron el mexicano Fabrizio Prada con Tiempo Real y Alexander Sokurov con El arca rusa. Hitchcock luego le confesaría a Truffaut su arrepentimiento por aquella decisión: “Me doy cuenta de que era completamente estúpido, porque rompía con todas mis tradiciones y renegaba de mis teorías sobre la fragmentación del film y las posibilidades del montaje para contar visualmente una historia.”


Pero las razones empiezan a tener sentido cuando se sabe que PVC-1 cuenta la insólita y trágica historia de aquella mujer a la que hace unos años en Colombia, para extorsionarla, le “instalaron” un collar bomba. Pensar en lo dramático que fue para ella, su familia y quienes la socorrieron, aquella última hora y media de su vida, bien puede justificar esa decisión de orden técnico, el plano único, que definiría la concepción total del filme. Es decir, la decisión parece haber sido tomada en función de la extrema particularidad de la anécdota. Según su director, “…debía existir coherencia entre la historia y la manera de narrarla. El factor predominante de la historia era la inalterabilidad del tiempo. Cuando nacemos estamos predeterminados a morir sin poder alterar el tiempo y el collar bomba es un símbolo de ese límite de vida. Y para representar el tiempo inalterable, la solución más real era filmarlo sin cortes.”

Se trata de una lógica y sólida justificación. Y efectivamente, al momento de verla se evidencia que la elección narrativa estuvo en función de la inmediatez del drama, de lo aplastante de la situación. Ante tales circunstancias, en los momentos de mayor excitación, el relato en tiempo real aumenta la tensión, el realismo y la inminencia de un posible e inesperado trágico final. Es como hacer testigo presencial al espectador de un momento de excepción, del inevitable curso del destino que en mala suerte le ha tocado  vivir a esta mujer y a sus allegados. Además, está la gran pericia técnica requerida para conseguir esta película-plano: Los ensayos, la planeación de movimientos, tanto de actores como del camarógrafo (el mismo director) y la precisión en cada detalle, para no tener que empezar todo de nuevo al más mínimo error de cualquiera del equipo.

De otro lado, está el alarde de dicho efectismo técnico. Pero sobre todo, la sensación de que no en todo momento del drama y la narración era necesario el uso del plano secuencia. Es decir, si bien la impresionante anécdota en buena medida lo justifica dramáticamente, al mismo tiempo es una limitación, porque lo reduce todo, precisamente, a esa anécdota y su drama inmediato, lo cual no deja de tener ciertos tientes de sensacionalismo en el tratamiento escogido. Y en contrapartida, por reducirlo todo a una anécdota contada en plano secuencia, se pierden las innumerables posibilidades argumentales y dramáticas para reflexionar sobre el contexto social y político que hizo posible tal atrocidad, así como las más profundas implicaciones en la construcción y desarrollo de los personajes.

La otra razón que da el director tiene que ver con el realismo en el desarrollo de los personajes, pero se sabe que esto se puede conseguir también de innumerables formas. Además, ese realismo que, efectivamente, se logra en muchas ocasiones en este filme, se ve afectado por la irregularidad de unas interpretaciones que estaban imposibilitadas para repetir y corregir los errores o dudosos registros que, ciertamente, se pueden ver continuamente a lo largo del relato.

Es cierto que es una película que requirió de un gran esfuerzo, planeación y un especial talento por parte de su realizador para ser posible. También es cierto que la impactante historia se ve potenciada con la forma en que eligió para contarla. Pero igualmente, se trata de una decisión que, por ser tan radical y tomada a priori, parece querer privilegiar más lo llamativo del alarde técnico que todas las necesidades e implicaciones cinematográficas exigidas por el argumento, los personajes y su drama. Habría que preguntarse, un poco neciamente, porque ya es improbable saber, si este relato sería más eficaz usando todos los recursos del lenguaje del cine que se quedaron por fuera, y si la película habría llamado tanto la atención internacionalmente si no hubiera sido hecha de un único plano. 

FICHA TÉCNICA
Dirección, guión y dirección de fotografía: Spiros Stathoulopoulos
Producción: Spiros Stathoulopoulos y Dwight Istambulian
Reparto: Mérida Urquía, Daniel Páez, Alberto Sornoza, Hugo Pereira, Patricia Rueda, Andrés Mahecha, Liz Pulido entre otros.
Colombia – 2007 – 85 min.

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