Silencio, de Martin Scorsese -En contra-

Cuando el alma interfiere

Santiago Colorado – Escuela de Crítica de cine

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Lo primero que hay que entender es que esta no es una película compleja. Si bien su título se refiere a la difícil cuestión de creer o no en un dios silente, este tema solo es abordado en un par de escenas y únicamente a través los pensamientos del protagonista, sin que esto intervenga en sus acciones; quedando así relegado a un segundo plano y dando paso a otros tópicos más importantes en el relato. En ellos, Scorsese pareciera desarrollar un escabroso dilema, pero en realidad lo único complejo allí son las situaciones que se presentan, mas no el tema como tal; y aunque claramente las decisiones que deben tomar los personajes son complicadas, eso no hace que ellos lo sean.

Más que una reflexión compleja, esta cinta es una exploración sobre la inmutabilidad de las creencias. Y aunque esta tesis puede ser tan válida como cualquier otra, su planteamiento restringe la diversidad propositiva de la película y el conflicto obliga a que los personajes se encasillen en una posición u otra, para luego desacreditar dicho conflicto y terminar concluyendo que nadie puede cambiar su fe. A pesar de las complicadas situaciones de la película, al final ninguno de los personajes sufre un cambio ideológico, y aunque no siempre tiene que haberlo, esta homogeneidad se torna un poco inverosímil y hace que los personajes sean menos interesantes.

De igual manera, otro importante inconveniente es el innegable maniqueísmo que hay en el tratamiento de la historia. Aunque hay varias ocasiones en que se intenta comprender el punto de la vista de los líderes japoneses, al final esas intervenciones terminan siendo una mera fachada para disimular el favoritismo de la película hacia el protagonista y la constante villanización de quienes piensan diferente a él. Todos los argumentos de la película llevan a concluir que los líderes japoneses son ‘los malos’ y todas las manifestaciones cristianas terminan encontrando su redención; de nuevo, tornando el discurso de la película en algo un poco inverosímil y, sobre todo, situándolo en una amañada y categórica posición que termina afectando la percepción de lucidez y claridad de la película.

Y es que aunque la religiosidad de Scorsese le sirve de combustible a la cinta, a la vez parece que afecta la claridad de sus elementos. Un ejemplo particular es el montaje: extrañamente, en esta oportunidad resalta como otro desacierto por sus tendencias experimentales y preceptos facilistas (como el uso innecesario de flashbacks). Aquí la edición no sólo sacrifica la continuidad en favor del ritmo sino que compromete los cimientos básicos de claridad narrativa. Shoonmaker pareciera agotar su característica más distintiva como editora haciendo una cierta mezcla entre Goddard y Malick que, más que innovadora o necesaria para el la película, termina siendo una distracción.

Sin embargo, la principal distracción son las actuaciones: los desacertados e inconstantes acentos de los protagonistas son casi insoportables y anulan toda credibilidad en los personajes con respecto a sus nacionalidades; es tanto que el personaje de Liam Neeson ni siquiera intenta adoptar alguno de los acentos que debería (el de su país natal o el del país de residencia). Esa frustración se complementa con una incómoda falta de química entre todos los personajes, probablemente enfatizada por sus caracterizaciones poco interiorizadas. Bien sea por un fallo de casting o por falta de atención a los detalles, estos inconvenientes ciertamente evitan que haya una completa conexión con las emociones, sobre todo en las situaciones medulares.

A pesar de esto, aunque los personajes poco complejos –y sus actuaciones– no ayuden a profundizar el vínculo con el espectador, la historia logra salir adelante gracias a una bien pensada estructura y es válido decir que la película posee otro tipo de elementos valiosos, como la dirección de fotografía y detalles como el de incluir la voz en off de Dios; un bello y poderoso recurso que, aunque arriesgado, realza una película en donde, lastimosamente, las pretensiones ideológicas y algunos otros desniveles opacan ese tipo de aciertos.

Silencio se percibe a simple vista como una obra atractiva, a pesar de sus contundentes problemas; y si se mira en retrospectiva, puede que algunos de los inconvenientes más superficiales se difuminen y permitan ver que, aunque no alcance la excelencia de los trabajos más icónicos de Scorsese, sí representa una de sus películas con más alma, para bien o para mal.

1 comment

  1. Paula   •  

    Excelente crítica y que bueno que apoyen a los nuevos talentos publicando sus trabajos.

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