Minari, de Lee Isaac Chung

La nacionalidad mestiza

Oswaldo Osorio

minari

El llamado “sueño americano”, cuando ha sido retratado por el cine, tiende a ser agridulce, cuando no adverso. Hasta Charles Foster Kane y el gran Gatsby mal terminan sus vidas a pesar de haber tenido el mundo en sus manos en algún momento. Para los inmigrantes el panorama suele ser menos halagüeño, solo habría que recordar, entre muchas otras, In America (Jim Sheridan, 2004). Por eso esta película sobre unos inmigrantes surcoreanos resulta tan querida y agradable, porque, aunque los problemas no faltan, el énfasis está en ese cariñoso e íntimo retrato que de esta familia hace su director.

Basada en la vida del mismo Lee Isaac Chung, la película cuenta la historia de esta joven familia que decide radicarse en una granja de Arkansas. A pesar de la reticencia de su esposa, este hombre está convencido de alcanzar ese sueño americano convirtiéndose en granjero. Si llega a cumplirlo o no es menos importante que la dinámica familiar que la trama y su puesta en escena recrean para un espectador que, seguramente, siempre estará más pendiente del que parece ser el conflicto central, que no es otro que los obstáculos que se le presentan a la familia para conseguir el éxito.

Y mientras la atención está en ese posible éxito o fracaso, casi inadvertidamente, como un contrabando argumental y dramático, los íntimos y triviales sentimientos y situaciones de esta pareja y sus dos pequeños hijos van haciendo mella en las emociones del espectador. Hay amor, ternura, solidaridad, humor y, por supuesto, esperanza, cercada por el miedo y la ansiedad, pero allí está siempre, sobre todo conservada a buena temperatura por el padre.

Y cuando ya bastante fuerza estamos haciendo por esa familia y tanta buena empatía tenemos por ellos, todo esto se potencia con la llegada de la abuela desde Corea. Es una anciana liberada del arquetipo de la dulce y condescendiente abuelita, porque llega como un tifón, sobre todo para la vida del niño de siete años, pues resulta ser una vieja malhablada, irónica y hasta “maloliente”, pero tremendamente divertida y liberadora. Este personaje es ese contrapeso que no permite que el relato termine siendo solo la bonita historia de una tierna familia lidiando con sus problemas.

De fondo, siempre está el drama de vivir en tierra extranjera, pero no por asuntos políticos o de discriminación (y en esto vuelve la película a marcar la diferencia), sino en las inevitables disputas domésticas e individuales por la identidad. Casi permanentemente está presente la tensión entre esos dos mundos a los que pertenecen, por lo que, en últimas, no hacen parte plenamente de ningún lado. Tal vez ese exilio a la remota granja de Arkansas pueda verse como una forma de huir de esa dicotomía.

La clave y solución de este dilema, de esta problemática nacionalidad mestiza, probablemente esté en ese apio de agua (Minari en coreano) que aparece al final, y en la abuela, claro. Porque la identidad suele sostenerse más sólidamente con lo que hay atrás que con lo que hay adelante. Aunque esta película lo que muestra es esa transición a la que millones de inmigrantes se ven sometidos y que puede durar varias generaciones, hasta que a la postre solo quede, tal vez, un fenotipo y toda su cultura engullida por Ronald McDonald y el Coronel Sanders.

Parásitos, de  Bong Joon-ho

En la riqueza y la pobreza

Oswaldo Osorio

parasitos

Las películas de impostores o de estafadores suelen ser predecibles, como ocurre con todas aquellas que apelan a un esquema: si es una comedia, entonces los protagonistas suelen salirse con la suya, si es un drama, generalmente terminan sufriendo las consecuencias de su conducta criminal o su avaricia. En esta historia, aunque se impone el drama, hay varios tonos y componentes, lo cual para unos espectadores puede ser su mayor atractivo, pero para otros la causa de inconsistencias y giros forzados.

Por eso puede ser ambigua la sensación al ver esta película, pues por un lado, el esquema traza una línea predecible (incluso el mismo afiche ya avanza bastante la trama), y por otro, se pasea por una serie de narrativas y giros argumentales que sorprenden en sus cambios y combinación. El problema es que algunos funcionan mejor que otros y unas combinaciones son más orgánicas que otras. Es sin duda una historia original en muchos sentidos, pero los riesgos que toma pueden afectar la verosimilitud y solidez de su relato.

En principio parte como un cuento de impostores (que no necesariamente parásitos), pero en el fondo es la historia de dos familias y sus diferencias, que empiezan por la gran brecha económica y social que los separa. Como suele suceder, la familia pobre parece más feliz que la rica, a pesar de sus penurias, pero también la retratan como perezosa, más cínica y hasta mezquina. Esto podría verse como una construcción reduccionista y arquetípica, que apoya la idea de que es una película creada sobre una premisa esquemática.

El contraste entre los personajes que componen cada una de las familias y los dos opuestos espacios que habitan son el contrapunto que mueve la narración y configura la llamativa puesta en escena. En este sentido es una película muy lograda en sus matices y detalles, una pieza pulida por el mimetismo que logran los impostores cuando cambian de espacio y están frente a sus patrones, una obra estilizada visualmente y sugerente e ingeniosa en sus diálogos y en las relaciones entre los personajes.

Pero las virtudes en la dirección, concepción visual y construcción de personajes podrían verse contrarrestadas por el efectismo del guion en la elaboración de la historia y sus cambios de tono. Que primero parezca una aguda comedia negra, luego un refinado drama, pase por el thriller y la violencia disparatada (casi gore), para terminar como una suerte de fábula melancólica, es sin duda un artificio ficcional demasiado evidente, el cual incluso recurre a gratuidades o ligerezas para que la trama funcione, como cuando una de las familias rueda torpemente por las escalas. En momentos como ese (que hay varios) se olvida la originalidad de la historia y sofisticada puesta en escena para ver la mano de los guionistas manipulando su relato, y de paso a los espectadores.

La ficción en el cine es el arte de la manipulación, claro, pero es arte siempre cuando no se noten las costuras y trucajes, ni tampoco se evidencie demasiado la intención del realizador para lograr determinados efectos en los espectadores, y eso es justo lo que ocurre en esta película.

 

 

 

Burning, de  Lee Chang-Dong

Como ver arder un triángulo

Oswaldo Osorio

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Hace casi una década, este ahora prestigiado director coreano hizo una película titulada Poesía (2010). En ella trató de explicar, con palabras, imágenes y por medio de su protagonista, lo que podría ser la definición y expresiones de este sublime y sutil arte. Lo consiguió solo parcialmente, pues tal empresa resulta difícil y hasta pretenciosa. En este, su siguiente filme, de nuevo se ven sus intenciones de crear poesía con sus imágenes, con la relación entre sus personajes y el tono de las situaciones que propicia. Y otra vez se antoja pretencioso y su objetivo solo se cumple parcialmente. Continuar leyendo

Okja, de Joon-ho Bong

La conciencia dormida

Nataly Erazo O.

Escuela de crítica de cine

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Creíamos estar al frente de una cándida película asiática cuyo poster promocional prometía fantasía y dulzura. La silueta de una mascota gigante halada por su pequeña dueña parecía ser un homenaje a Miyazaki y su Castillo Vagabundo.

Empieza la cinta en un bosque idílico y sus protagonistas rebasan la ternura y la complicidad entre un animal y su humano, o entre un humano y su animal. Pero ya la sinopsis nos advertía algo, y entonces miramos con recelo cada paso y cada toma, como quien se come a cucharadas un helado que espera nunca terminar.

Okja es un cerdo de inmensas proporciones creado en un laboratorio,  y llevado a las montañas de la capital de Corea del Sur como parte de un experimento. La multinacional cárnica regresa diez años después para comprobar los resultados de su prueba, y de paso arruinar la vida de Mija, su única y mejor amiga.

El animal trofeo es llevado a Estados Unidos y la pequeña lo sigue sin pausa y con determinación para buscar su liberación. En el camino la cruza un grupo de animalistas, y así se desenvuelve una película entre un humor extraño, una realidad distópica pero cercana, y el nada tácito mensaje de ecología y respeto entre especies.

Bong Joon-ho, el director coreano, ya nos había demostrado su inventiva para la ciencia ficción en The host donde un monstro, también resultado de una mutación genética, se tomaba la ciudad de Seúl. En esta pieza estaba claro el rol del antagonista, y la mirada de enojo del espectador estaba bien ajustada a las desproporciones de la bestia.

Sin embargo, para esta entrega, el realizador  pone su acento en la inocencia de los animales y la tiranía del hombre, y convierte su obra en un panfleto activista que logra desmoronar las más fuertes convicciones, y robar lágrimas de compasión y culpa.

Okja no solo abre el debate sobre el papel del séptimo arte como instrumento pedagógico y promotor de causas, sino que propone una nueva discusión sobre las plataformas de circulación y comercialización del cine. Puristas y defensores de la gran pantalla, de la magia del proyector y el silencio de las salas, no han menguado su molestia ante la decisión del director y sus productores de lanzar en simultáneo la película en Netflix.

El 28 de junio figuraba en los teatros, pero también en la comodidad de los computadores, el título de esta cinta. Y así se reinventaba el papel del espectador, y las rutinas que se tejen en los últimos años para los cinéfilos.

La tecnología, el confort y el individualismo, nuevos códigos para entender las tendencias no solo de los hacedores de cine sino de sus consumidores.

Por lo pronto, la aparición de Okja en Nexflix sirve para enfrentar su principio y fin en la soledad del hogar, desatar el llanto sin prejuicios,  ponerle pausa cuando sea necesario, tomar aire, y en definitiva, ajustar la dieta.