La rueda de la fortuna, de Woody Allen

Drama, drama, drama

Oswaldo Osorio

ruedade

Es la misma película que tantas veces le hemos visto al célebre director neoyorquino, incluso con casi los mismos elementos de su último título, Café Society: cruzadas historias de amor y desamor, reconstrucción de época, incertidumbres existenciales y una subtrama de gangsters que mueve parte del relato; no obstante, la diferencia está en que esta tiene un código definido: la reflexión sobre el drama, especialmente el teatral, la cual articula la narración y hasta determina el argumento.

Como muchos relatos de metaficción, este comienza hablando del relato mismo, plantea las reglas del juego y sus características para, de inmediato, ilustrarlas o ponerlas en práctica.
Inicia con un narrador, que al mismo tiempo es un personaje, un salvavidas de Coney Island en 1950. Él habla del drama, está estudiando para ser escritor y referencia constantemente autores como Eugene O’Neill. Es también quien presenta a los demás personajes y hace apuntes a medida que avanza el relato.

En esencia se trata de la historia de Ginny, una mujer de cuarenta años, quien se ve renovada por el amor con el joven salvavidas, pero que luego tiene que afrontar el desmoronamiento de su mundo. Un matrimonio infeliz, su hijo pirómano, la hijastra que le quitará a su novio, el constante dolor de cabeza, el riesgo de volver a la bebida  y la culpa de un asesinato que tal vez pudo evitar. Todo eso es mucho peso para una actriz frustrada que ahora es una simple mesera.

De manera que el drama en esta historia es acumulativo, al punto de convertirse en melodrama en su momento más crítico. Lo vemos en las emociones de los personajes, en sus conflictos, en la historia que nos cuentan y en las reflexiones que hace eventualmente el prospecto de escritor. También lo vemos en la luz, bellamente manejada por el gran Vittorio Storaro, quien juega constantemente con el contraste entre tonalidades doradas y azules pálidos, cambiando  alternadamente de acuerdo, no con el realismo de los espacios, sino con los estados de ánimo de la protagonista.

Humor, más bien poco, no era posible ante la premisa de reflexionar conscientemente sobre el drama. Lo que sí hay es esa sorprendente capacidad de Woody Allen de hablar de las mismas cosas, con los mismos personajes y situaciones pero, aun así, revelarnos emociones y sentimientos diferentes, al menos en su combinación e intensidad. La imagen final de la película da cuenta de ello, ese primer plano de Ginny en el que, en ese instante antes de irse al negro de los créditos, recapitulamos todo su viaje emocional y entendemos contundentemente lo que está sintiendo y de qué se trata el drama, tanto el de la ficción como el de la vida real.