DIARIO DE ÍÑIGO

Diciembre 26 de 2010. La ciudad del cine de navidad. Interior. Día/Noche.

Sé que a veces me las doy de tipo duro e irreverente, pero la navidad me ablanda. No todas esas cosas prescindibles de las que viene acompañada, como el árbol, las novenas, el traído o las luces. Pero es inevitable sentir la diferencia en relación con otras épocas del año. Realmente hay un espíritu diferente, que no necesariamente tiene que ver con la fiesta religiosa que le da origen, sino con lo que se desprende de ella: el tiempo libre, el poco dinero de más y el ambiente festivo. Por esas razones la gente siempre está más tranquila y dispuesta, menos tensa y hostil, lo cual sin duda hace la diferencia en el ambiente general.
Con el cine ocurre algo parecido. Las películas de vacaciones y la programación especial de los canales de cine crean otra atmósfera para el cinéfilo. Ver los tontos estrenos del 25 de diciembre hace que seamos un poco más condescendientes con ese cine descerebrado de consumo, así como ver clásicos de los años cuarenta y setenta de Hollywood o de los sesenta de Francia o Italia, por alguna extraña aberración cinéfila, me produce un extraordinario placer. También las películas con nieve y Santa Claus, las que sea, aunque solo conozca la escarcha de la nevera. Igualmente es la oportunidad para desatrasarme de las películas en video que a lo largo del año se han ido acumulando junto al DVD, en especial cuando hago esas maratones de dos días con los amigos estando acuartelados en una finca, sólo viendo películas y charlando.
En definitiva, la navidad me gusta, porque disfruto más de la gente y del cine.