La pasión de Gabriel, de Luis Alberto Restrepo

Pastor de ovejas negras

Por: Oswaldo Osorio

Si alguien como el padre Gabriel no puede salvar a Colombia, o por lo menos a uno de sus pueblitos, entonces las esperanzas de que este país solucione sus problemas son cada vez más ilegibles. Nuevamente la ficción en el cine colombiano retoma ciertas circunstancias de la realidad, hace su versión y reflexiona sobre la compleja red de causas y actores que intervienen en el conflicto nacional. Y nuevamente Luis Alberto Restrepo plantea, con lúcida sencillez, su mirada a esa guerra que se libra en los campos y sus devastadoras consecuencias para el país.

Ya lo había hecho en La primera noche (2003), su ópera prima, una película que, con descarnada elocuencia, ponía en evidencia el fuego cruzado en medio del cual viven los campesinos colombianos, así como la más nefasta de sus consecuencias, su desplazamiento hacia un oscuro futuro en las ciudades.

Con esta nueva película complementa este enunciado y mantiene el pesimismo sobre las trágicas salidas por las que siempre opta la problemática del país. Si en La primera noche el desamor fue el conflicto íntimo a partir del cual se articuló el otro conflicto más amplio, el armado, en esta otra película el conflicto íntimo que lo articula es el apasionamiento de un sacerdote por los distintos aspectos relacionados con su vida: apasionamiento ante la injusticia social, la corrupción política, la obtusidad de la iglesia y por el amor de una mujer.

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Secretos del poder, de Kevin Macdonald

La política y el cuarto poder

Por: Íñigo Montoya

Cuando uno ve esta película es inevitable pensar en Los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), aquella mítica película donde Robert Redford y  Dustin Hoffman encarnan a la pareja de periodistas del Washington Post que destaparon el Watergate e hicieron dimitir a Richard Nixon. Una película sólida, un escándalo político sin precedentes y un buen ejemplo de investigación periodística y denuncia.

Esta nueva película, protagonizada por Russel Crowe y Ben Affleck, tiene todos esos ingredientes. Si bien su argumento parte de la ficción (está basada en una serie de la BBC del 2003), lo que plantea y denuncia no está muy alejado de la realidad. Se trata de una verdad que todos conocen y que ya Oliver Stone en JFK (1993) la ponía como el principal móvil para el asesinato del presidente Kennedy: el negocio de miles de millones de dólares que se mueve tras la industria armamentista, una de las tantas razones por las que Estados Unidos no ha parado de guerrear desde mediados del siglo pasado.

Kevin Macdonald plantea una historia envolvente y narrada con precisión, la cual, sin embargo, no consigue apasionar en ningún momento. Parece más una exposición fríamente calculada de los hechos y sus aristas, adobada con una serie de lugares comunes: el periodista talentoso, desarreglado e irreverente, la bella aprendiz, la editora con carácter recio pero al fin cómplice de los héroes de la imprenta y el blog, el político envuelto en un escándalo sexual, el asesinato que es la punta del iceberg de una gran conspiración, las forzadas secuencias de acción protagonizadas por el periodista que no tiene perfil para ello, y finalmente, los giros sorpresa para que todos queden sorprendidos y convencidos de lo fabulosa que es la película.

Será una película que seguramente le servirá a los profesores de periodismo para evadir la responsabilidad de dar clase, y tal vez algún estudiante despabilado logre inferir algunos principios de la investigación periodística y reflexionar sobre el estado actual del oficio. Pero sin duda será más provechoso que, en esas dos horas que le dedicará a esta cinta, lea un buen artículo sobre su profesión, o mejor, que se vea el clásico de Pakula, así aprenderá no sólo de periodismo, sino también de historia gringa y de cómo se hace una buena película sobre este ingrato oficio.

Harry Potter y el Prícipe Mestizo, de David Yates

Aventuras de magos adolescentes

Por: Íñigo Montoya

Confirmo con esta sexta entrega que para que a uno le guste la saga de Harry Potter es condición haber crecido con él, de lo contrario, sólo podrá ver en ella una predecible historia de fantasía, empaquetada en deslumbrantes efectos y sin fuerza alguna en sus conflictos ni originalidad en sus argumentos.

Todo en Harry Potter, y en especial en esta última, son promesas sin cumplir. Promesas de que algo horrible y peligroso pasará, pero siempre ha sido la amenaza de un nombre, Voldemort, que más bien poco hemos visto, y cuando lo vimos, no pareció tan amenazante ni malvado. En el Prícipe Mestizo sólo hacen gastar su nombre impronunciable de tanto pronunciarlo pero nunca se le ve, salvo cuando era un niñito que prometía ser malo.

Para ajustar, la nueva película se gasta casi todo su tiempo y argumento en jueguitos de adolescentes: “Si me quiere, no me quiere, si me quiere…” Los antagonistas de la película son opacados por otros conflictos a los que el relato pone más énfasis, conflictos que tienen que ver con quién besa o será novio de quién. Al final, un ridículo clímax donde, como siempre, todos hacen todo por Harry Potter, salvándolo en el último instante y los problemas se solucionan “como por arte de magia”.

No sé, ni pretendo averiguar, si lo libros son así de leves e inconsistentes narrativa y argumentalmente, pero el caso es que a un público adulto y a los espectadores inteligentes, esta saga, y en especial esta última entrega, les queda debiendo mucho, sobre todo en estos tiempos en que el cine infantil está llegando a unos grados de elaboración y complejidad impresionantes, al punto de poder satisfacer a grandes y chicos. Hay mucho más por decir de esta cinta, pero dejaré este texto en punta, justo como terminó la película, a la manera de una seriado semanal.

La vida es dulce, de Mike Leigh

Una optimista bien informada

Por: Oswaldo Osorio

El título de esta película parece una ironía, al menos así es para quienes conocen la filmografía de este director, porque sus historias y personajes casi siempre están cargando con el peso de la vida y sus adversidades.

Mike Leigh es para muchos el mejor director inglés de los últimos tiempos, desde que con su inquietante y reveladora  Naked (1993) ganara la Palma de Oro en Cannes. Y en adelante, con títulos como Secretos y mentiras, Chicas de carrera, todo o nada y Vera Drake, descargó sobre el público algunos de los más intensos dramas que se hayan visto en el cine reciente, todos ellos afincados en un realismo que tiene como protagonistas a personas comunes y corrientes en medio de su cotidianidad. Por eso esta nueva película sorprende tanto, porque el personaje y la visión del mundo que nos propone está en las antípodas de sus devastadores y, al mismo tiempo, entrañables dramas.

La vida es dulce (los genios que rebautizan las películas en español no se enteraron que ya en 1990 Leigh hizo un filme con este mismo nombre) tiene como título original Happy-go-Luky, una expresión que hace referencia a una persona que ve la vida con optimismo y siempre está feliz y tranquila. No podría haber una mejor forma de describir a Poppy, la protagonista de esta cinta, una maestra de escuela a quien le debe doler la cara cuando no está sonriendo y que va por el mundo tan contenta como es posible serlo.

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Río helado, de Courtney Hunt

La marginalidad congelada

Por: Oswaldo Osorio

Desde el mismo título esta película se conjura contra el estado de ánimo y la felicidad de sus personajes. El título es sólo un indicio de ese paisaje físico que rodea y condiciona el otro paisaje, el emocional, que se percibe tan bajo como la temperatura de aquella zona fronteriza en que viven, una zona marginada por el clima y la distancia. Es en estas circunstancias que se desarrolla esta historia, modesta pero con una fuerza conmovedora, una historia sobre la marginalidad a todos sus niveles: geográfica, económica, racial, sentimental y hasta de género.

Porque ésta es una historia de mujeres, que además son pobres y abandonadas, y para ajustar, cargando con el peso, también material y emocional, de la descendencia. De un lado está Ray, una mujer con dos hijos y abandonada por un esposo jugador que se llevó el dinero de la casa de sus sueños, y del otro está Lila Littlewolf, una joven de origen mohawk sin futuro que vive dándose tumbos contra el mundo.

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La clase, de Laurent Cantet

El crisol de la sociedad

Por: Oswaldo Osorio

“Me da lástima Francia dentro de diez años”, les decía el profesor a sus alumnos de Los 400 Golpes hace exactamente medio siglo. Entre estos muchachos estaba Antoine Doinel, quien realmente era un rufián en clase, y sin embargo, como la entrañable película de Francois Truffaut sigue a este muchacho fuera de los muros del colegio, entonces el espectador puede ver que no es tan bellaco como parece, todo lo contrario, es inteligente e inquieto con la vida, sólo que termina siendo un incomprendido.

Aquel clásico de la Nueva Ola Francesa es un referente obligado a la hora de mirar esta película de Laurent Cantet, o al menos un punto de referencia que puede ayudar a potenciar su sentido. Y es que esta cinta, que se llevó la Palma De Oro en Cannes el año pasado, no sale del instituto educativo donde se desarrolla (el título original es Entre los muros) y se concentra casi por completo en la clase del profesor Francois.

Allí el espectador que no esté familiarizado con el ambiente cotidiano de la educación media, no puede quedar menos que sorprendido y contrariado por el pesado e irritante panorama de tensión y lucha entre maestro y estudiantes, así como por la insolencia y desidia de los muchachos.

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Terminador 4: La salvación, de McG

Cine de acción con abolengo

Por: Oswaldo Osorio

Hace un cuarto de siglo no existía el cine de acción. Lo que el suspenso es para el thriller, la acción era para el western, el cine de aventuras o la ciencia ficción, es decir, sólo un componente de un aparataje argumental y dramático mayor. Pero en los años ochenta aparecen tres películas, con sus respectivos actores y personajes, que establecen las pautas de lo que sería ese nuevo género cinematográfico que ahora es el más explotado por la industria del cine.

Esas tres películas son Rambo (1982), Terminador (1984) y Duro de matar (1988). Hubo más de este cine en aquella década, pero son estas películas (y sus secuelas) las que, por sus características y su éxito de taquilla definieron el esquema general: un protagonista masculino que todo lo sabe y lo puede, quien además es justo, noble, políticamente correcto y patriota; como antagonista, un enemigo absoluto del mundo occidental (es decir, de USA): comunistas, narcotraficantes o terroristas, según la época; y la acción (persecuciones, explosiones, tiroteos y peleas) con un protagonismo que, en la mayoría de estos filmes, termina siendo un fin y no un medio.

De las tres películas, que cada una cuenta ya con cuatro entregas, sin duda la saga más interesante es la de Terminador, que además tiene serie televisiva (Terminator: The Sarah Connor Chronicles, 2008). Es la única que no aplica esta última característica de modo contraproducente, esto es, que la acción sea un fin y no un medio, sino que, adicional al fuerte protagonismo de la acción, de fondo hay una historia y unas ideas con fuerza y relevancia. Son películas que, en mayor o menor medida, según la entrega, reflexionan sobre la confrontación hombre-máquinas, el miedo apocalíptico, la hecatombe nuclear, la ética en relación con la creación de vida artificial y la distinción entre la esencia humana y la insensibilidad de las máquinas.

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Revólver, de Guy Ritchie

¿Dónde está la bolita?

Por: Oswaldo Osorio

Hay personajes, imágenes y situaciones del cine de Guy Ritchie que uno nunca olvidará. Y no tanto porque sean profundas lecciones de vida o verdades reveladas, sino más bien por lo impactantes e ingeniosas, además por su capacidad de jugar y hacer extravagantes o divertidas variaciones con los estereotipos de cine de gangters.

Planteado así esto parece una virtud, que ciertamente lo es y representa la esencia de su cine, pero de esto se desprende también su principal carencia, y es que todas sus películas no trascienden lo límites de los juegos y malabares narrativos, visuales y argumentales. 

Su rutilante entrada al cine fue con Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y luego, con Cerdos y diamantes (Snatch, 2000), le da una vuelta de tuerca a su particular universo gangsteril y su narrativa rauda y copartimentada. En su momento fue inevitable asociar ese universo y narrativa con el cine de Quentin Tarantino, aunque en el caso de Ritchie se trata de una versión más ligera y efectista. 

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Ángeles y demonios, de Ron Howard

De best seller a carrera  de observaciones

Por: Iñigo Montoya

Otra película cuyo máximo valor es haber sido un libro vendido por millones, una razón que, la más de las veces, resulta ser más bien digna de desconfianza. Lo que es masivo, por lo general, está hecho de fórmulas probadas, esquemas y estereotipos, adosado con algo de sensacionalismo. ¿Y qué más sensacionalista que un complot en el seno del Vaticano o la muerte de un Papa, más aún si hay sospecha de asesinato?

Esta película es un thriller policiaco en el que la intriga, los crímenes y los espacios en que se desarrolla tienen el atractivo adicional de estar relacionados con la historia de la Iglesia Católica y todos sus secretos y leyendas, un suculento material para crear una historia policiaca y darle un contexto que la haga parecer muy sesuda y muy profunda.

Pero nada de eso. Apenas la superficie de esa historia, sus diálogos y causalidades, están construidos a partir de ese complejo material, pero el corazón de la historia, lo que le importa a su director, es contar un relato de intriga y misterio a partir de un esquema harto elemental y conocido: Un asesino que deja indicios de sus futuros crímenes y un investigador que siempre va un paso atrás y que sólo en el último momento consigue llegar a tiempo.

Por eso la dinámica dramática y narrativa es tan simple como el hecho de que después del primer crimen sigue el segundo y después el tercero, como una carrera de observaciones, mientras los héroes y espectadores recorren el camino ya trazado y conocido hacia el predecible final, donde siempre tratan de hacer un giro insólito, al que es fácil de adelantarse, simplemente es desechar las falsas pistas obvias y pensar en el menos pensado.

En definitiva, es una gran producción, llena de todo eso que bien sabe hacer Hollywood: persecuciones, explosiones y grandes efectos, creada para entretener y cautivar la atención mientras ocurren las cosas, pero al empezar los créditos finales, ya nada queda en el seso del pobre espectador, eso a pesar de la palabrería y referencias históricas con que se arropó este simple thriller de “Sigo las pistas que el asesino me dejó para capturarlo, y lo capturo.” 

Festival de Cine Sin Fronteras – No metirás

La verdad del cine 

Cine contemporáneo, de diversas nacionalidades y con una temática específica, en esta ocasión la mentira en la sociedad contemporánea, es lo que nos ofrece la tercera versión de este importante festival que se lleva a cabo en el Medellín y su Área Metropolitana entre el 27 de mayo y el 7 de junio.  Lo de importante es porque realmente es un evento que le brinda al público de la ciudad la oportunidad de ver un cine que de otra manera no sería posible ver.

Para esta edición están programadas treinta películas internacionales de producción reciente: cine invisible en Colombia que llega en un 90% en 35 mm y que permitirá aproximarse a los últimos trabajos de grandes nombres del cine mundial como Kiyoshi Kurosawa, Bela Tarr, Joaquim Jordà, Gus Van Sant, Barbet Schroeder, Laurent Cantet, Francisco Lombardi, Abderrahmane Sissako,  Luc y Jean Pierre Dardenne, entre otros.

Además de esta muestra central, la cual cuenta con una importante participación del cine latinoamericano, el festival tiene actividades académicas y lúdicas alternas y, por primera vez, una selección de siete trabajos nacionales por convocatoria relacionados, en su temática o tratamiento, con la mentira: Artefacto, de Daniel Mejía; Camaleones, de Harold de Vasten; Cara y cruz, de Juan Paulo Galeano; En la vida de un top, de Carlos Manuel Hoyos; La serenata, de Carlos César Arbeláez; Por si se te olvido mi letra, de Ana Cristina Monroy, y Versión libre, de Carolina Calle Vallejo, conforman la selección que incluye trabajos de ficción, documental y video-arte.

También se han confirmado invitados nacionales e internaciones como el productor Pablo Ratto (Argentina), los documentalistas Gonzalo Arijón (Uruguay) y Pierre Carles (Francia), los realizadores colombianos Marta Rodríguez, Ciro Guerra, Luis Ospina y Oscar Campo, y el director de la Cinemateca Distrital Sergio Becerra, quienes desarrollarán encuentros y actividades académicas con el público. 

En estos tiempos saturados de festival de cine, la diferencia la hacen  eventos como éste, con un carácter definido y una selección estimulante y reveladora para aquellos espectadores que saben que el cine es más que esa uniforme avalancha de imágenes que colman la cartelera de cine y la programación de la televisión por cable. Además, este festival no sólo es la posibilidad de ver cine bueno y diferente, sino también de reflexionar sobre el mundo de mentiras en que vivimos.

PROGRAMACIÓN CINEMATOGRÁFICA:

http://www.festivalsinfronteras.com/2009/boletines/Programacion.pdf

 

PROGRAMACIÓN ACADÉMICA:

http://www.festivalsinfronteras.com/2009/boletines/Programacion_%20Academica.pdf