Coraline y la puerta secreta, de Henry Selick

Más fantasía que narración 

Tal vez a muchos les parezca inoficioso hacer una reseña crítica de una película infantil, pero en realidad son muy pocas las cintas que sólo están pensadas para niños y también es posible que los adultos, no sólo las disfruten, sino que puedan identificar sus cualidades en distintos aspectos.

En este sentido, hay verdaderas obras maestras o al menos películas con grandes cualidades cinematográficas, como Toy Story, el primer Shrek, El gigante de hierro o El extraño mundo de Jack. Precisamente Henry Selick, el director de ésta última, acaba de hacer Coraline, una película que ciertamente tiene unos puntos en común con la anterior, en especial su concepto visual y las atmósferas un poco macabras que crea.

Sin embargo, Coraline es una historia que deja mucho que desear en su narración y la esencia de su conflicto, así como en su enseñanza, porque todas las películas infantiles tienen una enseñanza. En su narración resulta dilatada y tediosa, porque se demora mucho en presentar sus personajes y la situación que la protagonista tiene que enfrentar, pues sólo como a la mitad del relato se plantea el conflicto real, estos es, la confrontación con la otra madre y la necesidad de salvar a sus seres queridos.

En cuanto el conflicto y la enseñanza, hay un gran problema, que efectivamente la niña es ignorada por sus padres y es completamente lógico que le gusten más sus otros padres. De manera que el conflicto debería ser lo maltratada que es con la indiferencia de sus padres, mientras que, al final, se supone que la moraleja es que los padres no deben darle todo lo que los hijos le piden, pero es que a Coraline no le dan casi nada.

Así que se trata de una historia mal contada, tediosa y con una cuestionable moraleja. Aunque no se pude negar lo ingeniosa e imaginativa que resulta en ciertos momentos, como en la transformación de la otra madre o los mágicos momentos que vive en el otro mundo la niña. Además, la película tiene el atractivo adicional de ser en tercera dimensión  (la que se ve con gafas), y aunque es una experiencia estética deslumbrante, la película no aprovecha en todas su posibilidades esta ventaja técnica y estética.

I.M.

Revolutionary road, de Sam Mendes

Jugando al papá y a la mamá

Por: Oswaldo Osorio

La historia que cuenta esta película es una catástrofe mayor que el hundimiento del Titanic. Y es que el drama que aquí se presenta es propio de buena parte de la sociedad norteamericana y, por extensión, de un gran sector del mundo contemporáneo.

Esto a despecho de quienes piensan que verán otra romántica historia de amor protagonizada por la que es, según la taquilla, la pareja más popular del cine de todos los tiempos (DiCaprio-Winslet). Porque esta historia comienza donde el amor termina, o al menos donde éste deja de ser lo más importante.

 

Antes de que el espectador se haya acomodado en su butaca, el relato salta del paraíso del amor a primera vista al infierno del matrimonio, pues su director no se anda con rodeos y de entrada asume su asunto, esto es, poner al descubierto el vacío y la muda frustración que experimentan todas esas parejas aprisionadas en el esquema a partir del cual funciona la sociedad norteamericana, en especial esa aséptica clase media que vive en los suburbios jugando al papá y a la mamá, justo como lo dictan los comerciales de televisión.

Continuar leyendo

Lujuria y traición, de Ang Lee

La historia, la política y los sentimientos

 

Esta película produce sentimientos diversos y encontrados. Son apasionantes sus personajes, pero su historia es demasiado simple y pobre; consigue reconstruir con fuerza y esplendor una atmósfera y una circunstancia Histórica, pero por momentos no pasa de ser una convencional película de época; y en buena parte del tiempo crea en el espectador tensión y expectativa por lo que sucederá, pero otro tanto se hace un relato reiterativo y tedioso, al que bien le podrían suprimir 45 minutos de sus más de dos horas y media de metraje.

Por otro lado, se trata de la película de un director con una importante carrera que se debate entre oriente y occidente, es decir, entre sus orígenes y su formación. Por eso cuenta con grandes películas como Banquete de bodas, Sensatez y sentimientos o El tigre y el dragón, pero por otro lado, tiene verdaderos ejemplos de lo superfluo o sospechoso del cine de Hollywood, como Hulk, Cabalgando con el diablo o El secreto de la montaña.

Esta película se sitúa entre esas dos orillas, la intensidad y elaboración de sus mejores cintas, por un lado, y los convencionalismos y efectismos de sus filmes más cuestionables. Y es que realmente esta cinta tiene momentos brillantes y consigue introducirse en las profundidades de los sentimientos de sus personajes, sobre todo de la protagonista, pero también a la larga resulta un relato interminable y lleno de lugares comunes.

Con estos argumentos a favor y en contra, entonces, ¿vale la pena verla? Absolutamente sí. Porque es un director importante y con talento, porque son más los aciertos que desaciertos y porque tiene un final inesperado que es el que le da la fuerza y la profundidad a toda esa cantidad de cosas que se vieron en el filme. Es un final que frustra o fascina, que cuestiona, un final que hace la diferencia y plantea una tesis sobre la condición humana y la naturaleza de sus sentimientos.
I.M

El curioso caso de Benjamin Button, de David Fincher

El anciano torpe y el niño tonto

Por: Oswaldo Osorio

“Érase una vez un niño que nació viejo…” Sí, definitivamente es una idea atractiva y fascinante para crear una historia de ficción. Y así lo hicieron Scott Fitzgerald en un cuento y David Fincher en esta película que se basa en ese relato. Pero en realidad todo parte de una frustración que los hombres han albergado siempre, la cual Mark Twain, con su literaria lucidez, resumió diciendo que era una lástima que el mejor tramo de nuestra vida estuviera al principio y el peor al final. La recriminadora frase, que fue el origen del cuento de Fitzgerald, hace alusión a la forma en que está descompensada, tanto en la vejez como en la juventud, la relación entre el cuerpo y la mente en su respectivo desarrollo.

Sin embargo, tanto el cuento como la película presentan una inconsistencia de fondo en relación con la idea original que quisieron desarrollar, la cual, expresada en otros términos, se trata de preguntarse por cómo sería la vida si fuéramos más sabios cuando tenemos que afrontar tantas cosas por vez primera y, en contrapartida, si a las limitaciones de los achaques del cuerpo le correspondiera una mente menos lúcida, que no le exigiera tanto a ese viejo cascarón ni se desperdiciara vanamente.

Continuar leyendo

Sí señor, de Peyton Reed

Lo cómico del Señor No

Las comedias de Jim Carrey siempre han sido polémicas entre el público y, sobre todo, entre la crítica. Acusado de sobreactuación y de hacer películas fundadas esencialmente en su histrionismo, Carrey ha hecho algunas películas realmente tontas y otras osadas e ingeniosas, pero sin importar a cuál grupo pertenezcan, todas han sido muy populares.

Al margen de la comedia, Jim Carrey ha demostrado ser aún mejor actor. Eso se ha comprobado con películas como El mundo de Andy, El Show de Truman o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Su seriedad, versatilidad y talento le han dado la legitimidad como actor que muchos quisieron negarle como cómico.

Con esta nueva película el actor sigue demostrando que es bueno en lo que hace, pero la diferencia con muchas de sus otras comedias es que se trata de una cinta inteligente y bien construida, incluso con una idea esencial de fondo válida y seria.

En principio parece una variación de Mentiroso, mentiroso, pues aquí en lugar de no poder decir mentiras, es que no puede decir que no. La diferencia está en que la primera está construida prácticamente sobre ese histrionismo exagerado del actor cuando trata de evitar decir la verdad, en cambio este nuevo filme está hecho de una sucesión de situaciones cómicas e ingeniosas que sirven para contar una historia con un propósito final. Además, también es una comedia romántica, lo cual le da un ingrediente adicional bastante atractivo para el argumento y el disfrute del público.

I.M.

Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen

O el amor insatisfecho

Por: Oswaldo Osorio

altConsterna pensar que cada película de Woody Allen pueda ser su última película. Sobre todo porque lo que más sorprende de su cine es que aún nos siga sorprendiendo, que todavía tenga cosas por decir, esto muy a pesar de sus más de setenta años y cuarenta películas sólo como director. Y es un director norteamericano pero con mentalidad europea, incluso desde hace unos años está haciendo películas en el viejo continente, porque en su país de origen ya no lo comprendían, como a Kubrick y a muchos otros artistas. Y allí en Europa parece que su visión del mundo está más en sintonía con sus personajes y situaciones.

De hecho, la historia que en esta ocasión trae se funda, en parte, en esa diferencia que hay entre ambos mundos y mentalidades, saliendo muy mal librados los estadounidenses, por supuesto. En principio es una comedia romántica como cualquiera, que, como es natural, empieza por el esquema “chico encuentra chica”. Aunque la primera variación sustancial es que introduce a dos chicas, las del título. Y en su presentación se afana por definir la personalidad de cada una de ellas, puesto que es lo que las diferencia, justamente, donde está la propuesta esencial de esta película. 

Continuar leyendo

Siete almas, de Gabriele Muccino

O la pretenciosa sensiblería

El afiche de esta película lo dice todo: Will Smith en una foto tipo documento de identidad. Es decir, una película vendida por el actor, en principio, y lo que es peor, un actor que ha sido muy eficaz para la acción y la comedia, pero que se le ha dado últimamente por hacer dramas en los que no actúa, sino que sólo fija la mirada y hace pucheros.

La historia es otro cuento sensiblero tipo En busca de la felicidad, de esos diseñados para no dejar ojo seco en toda la sala de cine. Pero esa película al menos era un muy bien armado cuento de superación personal, que es justamente lo que muchos buscan en el cine. Esta nueva película, en cambio, no sólo está mal armada, sino que luego se vuelve predecible y al final artificialmente sensiblera (que no sensible, sutil o emotiva).

El primer problema es que para la media hora inicial el espectador no se ha enterado de nada. Ocultan las intenciones del protagonista y se extienden en una presentación de personajes y situaciones inconexas y aburridas. Cuando se sabe por fin para dónde va el asunto, sigue la retahíla de situaciones entrecortadas y aburridas que dilatan y dilatan ese final anunciado desde la primera escena cuando este hombre reporta su propio suicidio.

Pero lo peor de todo: la película parece contada para hablar de la bondad y generosidad de un hombre para con siete personas, pero desde muy temprano es evidente que lo hace es por culpa, que de no haber sido antes tan insensible y negligente no hubiera ocurrido el accidente y su ataque de “generosoidad” nunca sería posible en su vida. Para colmo, enamora a una pobre desahuciada, aún sabiendo que no podrá corresponderle porque se va a suicidar. Pero mucha gente sigue creyendo que esta es una película emotiva y sensible. ¡Sólo una patraña más de Hollywood para incautos!
I.M.

DIARIO DE ÍÑIGO

Enero 18 de 2009. La ciudad del cine cursi. Interior. Noche.
Nunca voy un viernes temprano en la noche a ver cine, menos si es en época de vacaciones. Pero esta vez las circunstancias así lo quisieron. Sabía a lo que me enfrentaba: muchedumbre, crispetas, celulares, batallar con el codo del vecino, en fin. Pero allí estaba, como hacía muchos años no lo estaba. La película era Crepúsculo, una insólita mezcla de cine de vampiros e historia romántica, con menos sangre y acción (mucho menos horror) que romance y cursilerías. Como la vida de un vampiro, una eternidad, eso fue lo que se demoraron en introducir el conflicto. Y como se sabe, un relato sin conflicto es como un muerto en vida, también igual que un vampiro.

Pero más que lo insufrible de la cinta, me sorprendió la actitud del público. En una película de horror la gente grita, en una comedia ríe, pero en una historia de amor, endulzada hasta el extremo, las reacciones son las más insólitas, desde suspiros en coro que se oyen en todo el teatro, pasando por risitas nerviosas, hasta piropos cada que aparece un galán. No miento, ¡piropos! Parezco burlándome de estas criaturas que tan ingenuamente caen en la trampa de una sospechosa película, pero al mismo tiempo, mi sorpresa es porque confirmo la fascinación que aún el cine, pero sobre todo el rito de verlo colectivamente, despierta en el público. Por eso el cine no va a morir nunca como espectáculo, porque muchos espectadores necesitan esa complicidad con los demás en las emociones que el cine despierta. A mí eso me gustaba, pero cuando tenía diez años.

Bolt

¿La última novedad tecnológica?

Hacía bastante tiempo que no se veía una película en tercera dimensión en la ciudad, por eso el estreno de Bolt ha sido una grata sorpresa y una fascinante experiencia. Pero en esta noticia con tintes de novedad hay muchas cosas que precisar.

Lo primero es diferenciar la 3D que es un efecto óptico y la 3D que se consigue con la imagen digital. La primera existe desde 1915, tuvo su momento de gloria en los años cincuenta y es esa en la que se usan unas gafas de colores y que dan la sensación de profundidad, unas, o de que las cosas se salen de la pantalla, otras. La otra es la llamada animación en 3D (Toy Story, Buscando a Nemo), para diferenciarlas de las animaciones en 2D, como las clásicas de Disney, por ejemplo.

La segunda precisión es que Bolt es una película en 3D en ambos sentidos, es decir, como animación digital y como efecto óptico. Pero lo principal es que no es el efecto de siempre, con las agotadoras gafas de cartón y con un lente verde y el otro rojo, sino que es una nueva tecnología que usa lentes polarizados y unas gafas más cómodas, de manera que no cansa ver un largometraje.

La tercera precisión es que no se trata de una más de las escasas películas en 3D que se hacen cada tanto, porque en realidad se producen muchas películas con esa tecnología cada año, sólo que a Colombia nunca nos llegan esas versiones. Es por eso que películas como Matrix, El señor de los anillos, Harry Potter, El Hombre araña, Piratas del Caribe y la mayoría de las grandes súper producciones, aunque tienen su versión en 3D, por cuestiones de  costos, en nuestro país las vemos aplastadas en la pantalla en sus menos espectaculares dos dimensiones.

Aclaradas las cuestiones técnicas, sólo basta celebrar lo divertida e ingeniosa que resulta esta nueva película. Aunque habría que decir que el hombre que está detrás de los estudios Disney, John Lassetter (el mismo que lo inició todo con Toy Story), repitió la fórmula de su primera película. Si se comparan los personajes de Buzz Lightyear y Bolt, así como sus conflictos, se podrá ver que tienen el mismo planteamiento, y consecuentemente, muchas  similitudes sus historias. Pero aún así, vale la pena pagar la costosísima entrada. Al menos quedan las gafas como souvenir, seguramente las primeras de muchas que vamos a tener, porque se avecina una avalancha de cine en 3D.
o.o

Ni te cases ni te embarques, de Ricardo Coral-Dorado

Ni te ríes ni te emocionas

Cada año, cada 25 de diciembre, como el traído del Niño Dios, se estrena una película de Dago García. Este libretista y productor, quien ha ganado fama y fortuna en la televisión nacional, ha querido hacer industria en este pobre país sin producción ni mercado de cine. Lo más sorprendente es que lo ha logrado, pues ha sido el único en conseguir por tanto tiempo tal proeza: sacarle ganancias a una película para poder hacer otra y con ésta la siguiente.

Los primeros títulos fueron respetables productos, porque de eso se trata, de sacar productos cinematográficos que hagan la mayor taquilla posible y si, de paso, cuentan con valores de calidad artística, pues mejor. Así se pudieron ver La pena máxima, Es mejor ser rico que pobre y Te busco. Pero Dago (y los directores que contrata) fueron perdiendo el curso y nos han afrentado con lamentables cintas como La esquina, Las cartas del Gordo o Mi abuelo, mi papá y yo.

Con Ni te cases ni te embarques casi llega a su peor registro. No es una comedia ni es un drama. No hace reír ni emociona. El argumento es tan forzado como inconsecuente la construcción de sus personajes. Y esto se evidencia principalmente en el insólito giro que da el relato cuando deciden acometer el robo: ni la historia ni los personajes daban lugar para tal despropósito.

La buena disposición que había para reír se transformó en asombro, en especial cuando vemos que un drama familiar trata de abordar el tema que le causa todos los males a este país: el dinero fácil. Pero más que las ganas de obtener dinero fácil, sorprende la facilidad con que moralmente todos los personajes acceden a tal propósito y lo justifican.

En definitiva, se trata de otra malograda película de Dago García, a la que arrastró a un director que ha probado antes su talento y buen criterio. Una cinta que no logra ninguno de sus propósitos a causa de la absurda lógica de sus argumentos y recursos, de la inconsecuente mezcla de géneros y la irresponsable forma de plantear éticamente la visión de sus personajes y sus realizadores.
I.M