Desierto, de Jonás Cuarón

La cacería en Sonora

Oswaldo Osorio

desierto

Como ocurre con el principio de la navaja de Ockham, tal vez la mejor forma de contar una historia y dar cuenta de un complejo contexto socio político sea hacerlo de la manera más simple. El director mexicano Jonás Cuarón se decide por esta ecuación de simpleza y contundencia a la hora de escribir y poner en escena el relato de unos indocumentados que, mientras son perseguidos por un hombre y su perro, tratan de cruzar la frontera con Estados Unidos.

Eso es todo, un grupo de personas desplazándose de un punto A a un punto B y sorteando obstáculos, entre ellos este sanguinario cazador de indocumentados. Incluso no hay muchos diálogos y, los que hay, están en función de unas situaciones muy puntuales. De manera que no presenta grandes discursos ni hondas reflexiones sobre esa crítica situación que se vive a diario en la frontera, incluso tampoco profundiza mucho en la construcción de sus personajes.

No obstante, esto que podría parecer carencias y defectos en la concepción de la película, en realidad termina siendo su principal virtud. Porque es ese imperativo de la supervivencia, que cruza como único conflicto de principio a fin la historia, lo que realmente lleva a identificarse con estas personas, especialmente con su protagonista, Moisés (Gael García Bernal), de quien con unas pocas líneas nos dicen que es un hombre humilde y justo, pero también pragmático. Es un héroe discreto que bien podría representar a muchos de los latinos que tratan de cruzar el desierto de Sonora hacia la frontera con la tierra de las oportunidades.

El cazador es Sam. Un personaje construido bruscamente para representar toda la acumulación de prejuicios y odios del WASP estadounidense. Si el imperativo de Moisés es sobrevivir hasta que cruce una meta, el de Sam es cazar con saña y cruel precisión todo lo que en aquel desierto se mueva y trate de entrar a su casa, ese país sobre el que cuelga el lema de “América para los americanos”. De nuevo, lo que parece un maniqueísmo, el burdo trazo de un villano de película de consumo, en el contexto de esta historia se puede ver como un contundente recurso para representar los fundamentalismos de una sociedad cegada por la ignorancia y educada por esos lemas reduccionistas y discriminatorios.

Esta película, con esa categórica simpleza en su planteamiento, pero que está cargado de connotaciones sociopolíticas y humanistas, ahora en la era Trump cobra mayores dimensiones, tan alarmantes como significativas. Y eso para quien le interese el cine comprometido y cuestionador de la realidad, pero para aquellos que solo buscan la emoción y el entretenimiento de un buen relato, entonces tienen en este filme una historia enternecedora, directa y potente. Pero como el cine ideal debe contar y ser visto con y desde esos dos componentes, pues en este caso se puede tener una experiencia completa.