Perros, de Harold Trompetero

Sarna y Misael

Oswaldo Osorio

perros

El problema es que la gente del cine no le tiene paciencia a Trompetero. Además, tienen una mirada selectiva de su obra, se olvidan de títulos suyos como Diástole y sístole, Violeta de mil colores, Riverside y Locos, pero siempre tienen presente –y le reprochan- que hizo El Man, El paseo y otra tanta de comedias de consumo. Se niegan a aceptar que un director puede hacer ambos tipos de cine, pasando por alto que, al fin y al cabo, desde su niñez el séptimo arte ha sido arte e industria, aunque casi siempre por separado.

Para quienes le tienen paciencia, esta nueva película es lo que se podría esperar de un director que conoce el medio cinematográfico y sus posibilidades expresivas, un director que no le teme a los extremos (de hecho, ¡El Man es un extremo!) en los que se puede llevar a una situación límite a un personaje e, incluso, a un espacio. Este es el caso de Misael y la cárcel en la que fue confinado luego de asesinar a un hombre, y donde es sistemáticamente sometido a violencias y vejaciones.

Tal vez el detonante del conflicto más evidente pueda parecer un poco gratuito o recurrente, esto es, la agresión inicial de Misael al jefe de guardias y la consecuente fijación de este por el nuevo preso, no obstante, es una situación dramática desarrollada con fuerza y coherencia a lo largo del relato. Es una relación en permanente tensión, ambigua, cruel y grotesca, que aísla más a su protagonista y potencia su consternación por el problema que verdaderamente lo está corroyendo: la separación de su familia y la imperativa necesidad de que su hijo conozca sus motivos.

El catalizador para que Misael sobrelleve este par de conflictos es una perra que vive en esa cárcel de pueblo, Sarna. Se trata de un particular y hábil recurso de los guionistas para acompañar la transformación del protagonista y servir de leitmotiv -que en ningún momento resulta inverosímil- para propiciar muchas de las situaciones, e incluso para hacer analogías y relaciones, tanto en torno a la situación de Misael en aquel ominoso lugar como a su abandono afectivo.

Pero hay que aclarar que lo que en su visión externa es una historia cargada de violencia y degradación, definida por el acabado y los gestos de un realismo sucio, también es el viaje trágico de un hombre común sitiado por su destino. No estaba en su naturaleza cometer aquel crimen, pero sus adversas circunstancias así lo determinaron. Tampoco dejar de ser amado por quienes creía estar defendiendo con sus acciones, pero su sino dictaba que lo uno venía con lo otro. Para ajustar, y como una suerte de justicia poética retorcida y cruel, en la cárcel sí encontró quien quisiera estar con él.

Esa cárcel sucia y escabrosa, con todo ese animalario cumpliendo su respectivo papel como en todo penal, es otro protagonista del relato, mientras la fotografía es cómplice de su ambiente amenazante y sofocante. Allí, y con su relato enfático y visceral que sigue las desventuras de su apaleado personaje, Trompetero crea una pieza fuerte y agresiva, que visita las miserias humanas en el peor de los escenarios y a través de un hombre olvidado de la fortuna.

 

 

 

De la comedia populista en Colombia

Sábados felices va al cine

Por: Oswaldo Osorio


Es un lugar común decir que el buen humor es un arte difícil de hacer, pero esto es para afirmar que en Colombia, salvo algunas excepciones, no hay tradición de buen humor, esto es, un humor elaborado, inteligente y que trascienda el chiste ligero y verbal, de doble sentido o circunstancial. Lo que ha funcionado siempre muy bien es la comedia populista, es por eso que en la televisión colombiana ha pervivido durante 42 años un programa como Sábados felices o en el cine los más exitosos realizadores han sido Gustavo Nieto Roa y Dago García.

Aunque es un tipo de cine necesario para la industria y que se puede hacer dignamente, la historiografía y la crítica del país siempre lo han tratado despectivamente. Es así como a la serie de películas realizadas por Gustavo Nieto Roa y el Gordo Benjumea -juntos o por separado- a finales de los años setenta y principios de los ochenta (El taxista millonario, El inmigrante latino, Padre por Accidente, etc.), se les ha designado como el nietorroísmo o benujumeísmo, términos utilizados la más de las veces de forma despectiva para usarlo como sinónimo de humor ligero y para el consumo masivo, lo cual en realidad es más un descripción, la misma que se puede hacer sin necesariamente hacer juicios de valor sobre estas características.

Incluso recientemente se ha tratado de aplicar la misma lógica para usar, un poco injustamente, el término trompeterismo, para referirse al cine de Harold Trompetero, desconociendo que la mitad de sus películas no se ajustan a las características del humor populista. Incluso, sería más consecuente crear un término similar para el cine del escritor, director y productor Dago García, quien lleva poco más de una década aplicando la fórmula que tan bien les funcionó a Nieto Roa y al Gordo Benjumea en su momento.

Esa fórmula está ligada a los conceptos de lo popular y lo populista, dos términos que tienen relación pero que son muy distintos a la hora de ser incorporados en un relato cinematográfico. Mientras lo primero tiene que ver con la cultura popular, que se refiere a todo aquello que crean o consumen las clases populares (La estrategia del caracol o La pena máxima son dos ejemplos que en general se ajustan a esto); lo populista se refiere más a un tipo de discurso, el cual puede valerse de la cultura popular, pero que lo define es su énfasis en el tratamiento de los temas, lo cual hace apelando al chiste fácil, el melodrama y el sentimentalismo, los estereotipos y un humor accesible, más verbal que físico o visual.

La recién estrenada película Nos vamos pal mundial (Fernando Ayllón, Andrés Orjuela Bustillo, 2014) es un buen ejemplo de este cine, el cual seguramente tendrá una considerable asistencia en la taquilla, que no tiene más pretensiones que las de hacer reír a un público no muy exigente y que entra a la sala con disposición para hacerlo, pero que en últimas es una comedia de usar y tirar, que perderá rápidamente su vigencia y se olvidará.

Una cuarta parte de las películas realizadas en Colombia en los últimos veinte años son comedidas y muy pocas las que no están por esta vena del humor populista: La gente de La Universal y El Colombian Dream (Aljure, 1993, 2006), con su humor negro, pero solo como componente de una propuesta más compleja; Diástole y Sístole (Harold Trompetero, 200), una comedia romántica con interesantes variaciones; Bluff (Felipe Martínez, 2007), que mezcló comedia de enredos con thriller; Te amo, Ana Elisa (Robinson Díaz y Antonio Dorado, 2008), que con sus excesos se acerca mucho al humor de aquel género llamado esperpento; Nochebuena (Camila Loboguerrero, 2009), que propuso una “comedia seria” sobre un tema que trascendía la anécdota; Sofía y el terco (Andrés Burgos, 2012), que propuso un humor inteligente y sutil que no se había visto antes en el cine nacional.

No se trata de juzgar si es mala o buena la comedia populista, sino de describir y categorizar un tipo de cine que existe y que su producción frecuente es sana para la industria. El verdadero problema es que sea -salvo las excepciones del anterior párrafo y algunas otras cosas que aquí no se mencionaron- prácticamente la única forma de humor en la televisión y el cine colombianos.

Mi gente linda, mi gente bella, de Harold Trompetero

De orgullo patrio a vergüenza nacional

Por: Íñigo Montoya


Parece que la estrategia de Dago García de estrenar una comedia populista en tiempo de vacaciones se extenderá a las dos temporadas. De manera que tanto a mitad de año como el 25 de diciembre debemos esperar la ración de cine del productor más exitoso de la historia del cine colombiano.

Siempre es saludable que una cinematografía tenga de todo un poco, incluyendo el cine de consumo caracterizado por altos niveles de público y muy baja calidad cinematográfica. No obstante, lo ideal sería que esas películas tuvieran un mínimo nivel de elaboración y buen gusto, porque lo que estamos presenciando en los últimos años, y que ha sido confirmado con amargura por esta nueva cinta, es que lo que nos trae Dago, independientemente de a quién ponga a dirigir, es cada vez más deplorable en casi todos los sentidos.

Como se sabe, en cada película este guionista y productor (a veces director) busca un tema de la cultura popular que conecte con el gran público: el fútbol, la música, el primer carro, el matrimonio, el paseo familiar, las moteliadas, en fin. Para esta ocasión eligió el orgullo patrio. Para ello echó mano de una idea sugerida por el eslogan ese con que se promociona el país que dice que “el único riesgo es que te quieras quedar”. Entonces arma la película desde el punto de vista de un sueco que hará honor a dicho eslogan.

Hasta ahí tenemos una idea válida dentro de la lógica de construcción de sus comedias, el problema es que la forma como la desarrolla es a partir de unos episodios que supuestamente representan la colombianidad y el orgullo nacional: la selección, los reinados, las peleas en las fiestas, etc. Todo planteado en una estructura episódica que lo único que hace es hacer más esquemático y cliché cada uno de los capítulos.

El humor, como siempre, está basado en la mueca fácil, la burda caricatura, las actuaciones televisivas (con los mismos actores de la televisión) y las situaciones pretendidamente cómicas pero que solo alcanzan a ser un sainete que deja perplejo al espectador. Pero eso sí, seguramente este espectador perplejo será el que regularmente va a cine y conoce el buen humor que se ha hecho en el séptimo arte, porque ese espectador que va solo una o dos veces al año a cine, ese que cuando va y sabe que es una comedia está dispuesto a reírse con el primer hijueputazo, a ese seguramente le parecerá una película divertidísima, así mismo como le pareció El paseo, Ni te cases ni te embarques, La esquina y otros tantos adefesios del humor a la colombiana que han salido de la misma factoría.

Locos, de Harold Trompetero

Historia de amor dedicada al amor

Por: Oswaldo Osorio


No importa que las historias más contadas por el cine sean las de amor, porque siempre habrá algo nuevo qué decir, variantes para agregar o puntos de vista qué explorar. Eso se hace evidente en esta cinta de Trompetero, quien casi siempre ha tenido al amor como tema central de su cine, o al menos así es en sus películas más personales, no tanto en las de encargo (Muertos de susto, El paseo) o en las que buscó –sin éxito- el beneplácito del público (Dios los junta y ellos se separan, El man).

En cambio, con la divertida Diástole y sístole, la bella y dolorosa Violeta de mil colores, la fábula adversa de Riverside y la sencilla y contundente Locos, este versátil director sí deja en claro que de lo que más le gusta hablar es del amor, y es justamente a partir de esas variantes y diversos puntos de vista, desde los cuales se aventura a decir algo nuevo, o al menos a buscarlo.

La sencillez y economía de recursos es lo que más sobresale en esta película, la cual, como otras de este director, fue realizada con un sentido práctico en el sistema de producción, hecha a la medida de nuestra precaria industria. La propuesta de esta historia, por eso, sabe adaptarse a esa limitación de recursos y es capaz de usarla en su favor.

Gran parte del relato se desarrolla en solo dos locaciones y con un par de personajes únicamente, pero eso es suficiente para contar una historia con una eficacia narrativa que no necesita de muchos diálogos, y con una fuerza dramática que descansa en las habilidades de una pareja de actores que logran un buen acople entre sí y le otorgan verosimilitud a la historia.

La demencia en el cine suele dar lugar a la sobreactuación o a forzadas estilizaciones por parte de los actores, y de la trama misma, pero en esta cinta Trompetero y sus actores saben encontrar el punto de equilibrio, incluso evitando los facilismos de la comedia y concentrándose más en el drama y las posibilidades de reflexionar sobre el amor a partir de esta singular relación.

Porque de principio a fin es una historia de amor, la cual pasa por conocidas fases: el encuentro, el enamoramiento, la pasión, la ternura, la compañía, la crisis y el reencuentro. A pesar de este recurrente proceso, los espacios en el que se desarrolla y la naturaleza de los personajes, lo transforman por completo, haciéndola incluso imprevisible hasta el final.

Así mismo, el atractivo adicional de esta historia de amor es la marginalidad de los protagonistas, cada uno a su manera. Ella, una loca peligrosa con línea directa a Dios, y él, un hombrecito envejecido y pusilánime. Todo lo que los separa de los demás es, justamente, lo que los llega a unir, y en la naturaleza de sus marginalidades es que encuentran el romanticismo, tanto los personajes como el director.

De manera que Trompetero, de nuevo, hace una película que se muestra honesta en sus planteamientos, original en sus búsquedas dramáticas y estéticas, práctica en su materialización y lúcida e inteligente en lo que quiere decir sobre eterno el tema del amor.

El paseo, de Harold Trompetero

La tarea maluca

Por: Íñigo Montoya

Cada año la misma tarea que hace Dago García al estrenar una película el 25 de diciembre, el cinéfilo colombiano la debe de hacer también al verla. El problema es que cada vez resulta una tarea más tediosa y obligada, porque los tiempos de buenas comedias como La pena máxima o Te busco, ya pasaron. El común denominador en los últimos años ha sido el sentimiento de extrañeza y estupefacción ante lo que este productor, y su director contratado de turno, piensan que es el humor.
El caballito de batalla de la cinta de este año es la road movie, un subgénero que normalmente se presta para  contar historias muy dinámicas y en las que suceden muchas cosas. Pero por dentro de este envoltorio, todo lo de siempre, y de más dudosa calidad cómica, esto es, una familia semi disfuncional pero que también “tiene su corazoncito”, la clase media bogotana como representación del “colombiano común y corriente”, más chistes verbales que visuales (gran error en la comedia cinematográfica) y un humor creado en general a partir de salidas fáciles y populistas.
El hilo conductor, además del viaje, es la verborrea del incomprendido y pusilánime padre de familia, interpretado por Antonio Sanint como si fuera uno de sus números de stand up comedy, cosa que muy pocas veces funciona, sobre todo porque el espectador nunca se identifica cómicamente con él y porque sus chistes casi siempre son clichés o predecibles.
Luego viene sus reforzados giros argumentales, como la reiterada presencia del jefe o el secuestro por la guerrilla zen (!). Es cierto que la comedia puede dar lugar a situaciones absurdas o disparatadas, pero aún así estas deben ser coherentes con una lógica impuesta por la película. Pero no es este el caso y el resultado es todo lo contrario al humor, esto es, el desconcierto y la estupefacción.
Y lo peor llega al final con el final. Un giro meloso y sin ninguna fuerza que deja es aburrido al público que ya está hastiado con ese vaso gigante de crispetas. Entonces todos salimos del teatro y, paradójicamente, una película que no fue hecha para dejarlo pensando a uno, lo pone a pensar, porque es un poco inexplicable esa concepción del humor de quienes, sabemos, conocen la industria, tienen talento y manejan el oficio.
Sin embargo, hay algo que no me deja muy bien parado: que soy uno de los pocos que piensa esto, porque ésta y a sus antecesoras, son películas a las que les va bien en taquilla, y ese –en promedio- medio millón de personas que las ven y se ríen y se carcajean y vuelven al siguiente año y toda la cosa, toda esa gente, seguramente no se pone a pensar en nada de esto.

Riverside, de Harold Trompetero

La vida sin opulencia

Por: Oswaldo osorio

El director más prolífico del cine colombiano continúa con el estreno escalonado por las ciudades del país de su última película, que para él es como si fuera la primera, según dice. Y es que luego de cinco producciones (en nueve años) con propuestas muy singulares y hasta experimentales, ésta es su cinta más convencional desde lo dramatúrgico y narrativo, lo cual no es de ninguna forma un defecto, pues se sabe que si algo requiere de talento y conocimiento es contar una buena historia planteada a la manera clásica.

Es muy posible que Harold Trompetero se convierta en el director más importante del cine colombiano, se le ve venir entre los altibajos de esta rauda y chispeante obra, la cual inició con Diástole y sístole (2001), una película aparentemente ligera, pero muy inteligente y contundente con lo que se proponía; luego viene Violeta de mil colores (2005), un desesperado poema visual de una mujer sola en Nueva York y en la vida, una de las más bellas y conmovedoras películas que se han hecho en el país, pero que casi nadie verá a causa de los caprichos y la avaricia de una actriz que en unos años nadie recordará.

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El Man, de Harold Trompetero

No divierte, pero tampoco indigna

El título de este texto puede parecer pesimista para con el cine colombiano, pero el miedo a que indigne tiene que ver con muchas de las comedias colombianas de los últimos años, en especial las producidas por Dago García, las cuales generalmente buscan ser un taquillazo en el país a partir de la suposición saber cómo somos los colombianos.

El director de esta nueva película, aunque le ha dirigido películas a Dago García (Muertos de susto), es un realizador que sí trata de diferenciar sus películas de esta línea populista. Lo hizo con una cinta ciertamente respetable como Diástole y sístole, lo hizo con una pequeña obra maestra como Violeta de mil colores, e incluso lo hizo con una película que algunos consideran de ese mismo montón, Dios los junta y ellos se separan, pero que es una cinta más audaz y hasta políticamente incorrecta.

La idea de El Man en principio era buena, esto es, hacer una comedia a partir de lo que podría ser un súper héroe nacional. Sin embargo, si bien es una película con una historia bien contada, una atractiva dirección de arte y con algunos momentos y diálogos realmente cómicos, no funciona del todo bien.

El problema tal vez tiene con la verosimilitud, pues si bien a una comedia no se le debe exigir siempre que sea realista, sí es fundamental que sea verosímil, que le creamos a los personajes y lo que les ocurre según la lógica propuesta por la película.

Mi abuelo, mi papá y yo, Las cartas del Gordo, La esquina o Ni te cases ni te embarques, son verdaderos ataques al buen gusto y al elemental sentido de lo que es cómico. Aún así, muchas de ellas han tenido un éxito que la película de Trompetero parece que no tendrá. “La masa no piensa y tiene mal gusto”, decía Lisa Simpson, y aunque siempre no estoy de acuerdo con esto, en el caso del cine colombiano sí puede ser cierto.
O.O.