2012, de Roland Emmerich

El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar…

Por: Iñigo Montoya

Este director alemán ya es sinónimo de megaproducción y de cine de catástrofe, dos categorías que están siempre asociadas con el cine más esquemático y de más alto rendimiento económico. Godzilla, El día de la independencia, El patriota, 10.000 y El día después de mañana son sus últimas producciones que lo corroboran. Para contar sus ganancias por película se necesitan nueve cifras, para hacer una crítica profunda es suficiente sólo un par de párrafos y para entenderlas  apenas es justo un coeficiente intelectual básico.

Glauber Rocha decía que para hacer una película sólo necesitaba una idea en la cabeza y una cámara en la mano. Emmerich precisa un kit completo de efectos y el mismo empolvado esquema de siempre. Así se pudo ver en esta nueva cinta, en la que cambia al monstruo radioactivo, la invasión alienígena o el desorden climático por una catástrofe en la corteza terrestre causada por una inusual actividad solar. Lo demás es pura destrucción y grandilocuencia apocalíptica.

Personajes, claro que los hay, pero también son viñetas reutilizadas provenientes del esquema aplicado antes. Está el héroe-ciudadano promedio, el magnate patán, el científico humanista, el burócrata inescrupuloso, el loco, el presidente negro, el tonto novio de la ex esposa, etc. Todos machos desesperados por sobrevivir y salvar a sus crías, y que se reúnen solos para tomar decisiones.

Entretenida, sólo por momentos, en especial cuando se hace el esfuerzo de olvidarse que se está viendo más de lo mismo. Incluso que eso que se está viendo lo acaba de ver unos minutos antes en la misma película, pues la mayoría de secuencias de acción simplemente se reducen a los protagonistas huyendo mientras, apenas a unos centímetros detrás de  ellos, se desmorona el mundo.