Aquarius, de Kleber Mendonça

Doña Clara contra el mundo

Verónica Salazar

Escuela de Crítica de cine

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El cáncer. El apego. La rutina. Son algunos temas que ya hemos visto miles de veces en el cine y en otras formas de arte, a veces con una carga emocional tan saturada que nos atormenta, o peor, nos aburre. Aquarius (o Doña Clara, como fue traducida), el segundo y más reciente largometraje de Kleber Mendonça, trata estos temas, así como las relaciones humanas (porque, a fin de cuentas, ¿quién no lo hace?) y los cambios en la vida. Una película que se destacó en los festivales de cine más reconocidos, desde Cannes hasta el FICCI y que ahora vemos en apenas dos salas de la ciudad.

Cuenta la historia de Clara, la última residente de Aquarius, un edificio vetusto que una constructora brasilera pretende demoler. Posicionada como su último obstáculo para emprender el proyecto de construcción, Clara hace todo lo que puede para quedarse en su adorado apartamento. Aquarius nos regala una historia sencilla con un detalle encantador: una protagonista que representa toda la situación, y en algo más de dos horas la desarrolla de la mano del conflicto con la constructora.

Dirigida por Kleber Mendonça Filho, recordado por Neighboring Sounds (2012), y protagonizada por la siempre impecable Sonia Braga, la película se vale de referencias al arte brasileño que la ambientan como la música, que a pesar de recurrir a Queen, incluye a Roberto Carlos, Mateus Alves y Villa-Lobos y la ubican en el tiempo. Hay un guiño a Gabriela (1983) con una escena de Sonia Braga duchándose en la playa, y hasta podríamos remitirnos también a Doña Flor y sus dos maridos (1976).

El filme se divide en tres partes: (1) El cabello de Clara, (2) El amor de Clara y (3) El cáncer de Clara, y cada una relaciona diferentes aspectos de su vida que encajan en la estructura. Es un recurso útil para dividir las fases del conflicto y ayuda a entender mejor la historia, y a Clara, esa mujer de 65 años que sobrevivió al cáncer de seno, enviudó y sistematizó su vida con exactitud, y que, aparentemente por terquedad o por un inmenso apego, no está dispuesta a vender su apartamento, que también representa su vida, transformando este conflicto, finalmente, en su cáncer.

Aquarius es la pelea de Clara con Diego (interpretado por Humberto Carraño), el líder del proyecto de la constructora; su abuelo, el dueño; sus hijos, quienes quieren que ella ceda; y el cambio de su comodidad por nuevas costumbres. Al principio de la película la entrevistan, pues es una conocida crítica de música ya jubilada, y ella afirma no tener problemas con la música en medios digitales, lo que nos indica que lo que le molesta no es el cambio ni lo nuevo, sino romper con el sistema que ella misma estableció.

El contraste de las épocas tratadas en la producción —años 80 y actualidad— es pertinente, bien referenciado (no faltan los carros escarabajos y topolinos, y los colores vivos en la fotografía) y no confunde. Ayuda mucho a entender la historia de Clara, de dónde viene, y le agrega emoción. Pero hay un pecado: la duración. La trama se plantea, se estanca, y vuelve a revivir en tres grandes momentos. Posiblemente este estancamiento se aproveche con fines narrativos, para hacer el final aún más emblemático, o simplemente podría ser un recurso de relleno.

Sin embargo, algunas de los planos largos aportan a la descripción de una forma muy interesante: los movimientos de cámara que persiguen a la protagonista, desde lejos, muestran el contexto y se acercan a ella, presentándola como la dueña del espacio, lo habita con propiedad y se desenvuelve en este casi que con autoridad. Ella es en la medida que se relaciona con el contexto, de lo contrario se siente inerte.

Es una producción ambiciosa que logra, finalmente, su cometido. Desarrolla varias temáticas con fluidez, atrapa a pesar de un ritmo que no es constante y alcanza a sensibilizar, especialmente sobre el apego y hasta toca algunos dilemas morales, siempre de la mano de Braga, que parece que fuera el motivo para realizar la película. Se nota que es hecha con minucia y el resultado, sobre todo, satisface.