Philomena, de Stephen Frears

Dos actores trabajando

Por: Mauricio Monsalve


No soy muy dado a memorizar nombres de actores. Para mí es más fácil identificarlos como el de tal y tal película, que también trabajó en tal (siempre me ha parecido poco digno decir que un buen actor ‘trabajó’ en una película. El trabajo sí es deshonra. Un actor actúa y si hace una actuación portentosa podemos decir que encarnó a determinado personaje). Este desinterés por llenarme de datos útiles para programas de concurso o para entretenidas conversaciones con cinéfilos, cede terreno cuando el actor encarna de verdad varios personajes memorables, como es el caso de Steve Coogan en 24 hours party people y en Philomena.

De esta última película es que quiero hablarles. De nuevo la dupla Stephen Frears – Judy Dench exhibe sin pudores esa profunda y contenida afectividad británica. La primera vez fue en el magistral drama nudista musical Mrs. Henderson presenta, en el que los caprichos de una viuda adinerada sirven para cuestionar cómo la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX ve con más naturalidad que sus jóvenes maten y mueran en la guerra, que el descubrimiento y la vivencia de su propia sexualidad.

La sexualidad y la visión pecaminosa y pacata que de ella ha tenido la sociedad del Reino Unido es un tema recurrente en el cine de Stephen Frears, pero que siempre muestra nuevas vestiduras y contextos. De la viuda opulenta y recorrida, la señora Dench salta a la mujer de escasa cultura -entendida ésta como conocimiento enciclopédico, e incluso malicia- pero profundamente sabia, indefensa frente a una iglesia dispuesta a torturar y a vender a sus ovejas, siempre y cuando alguien pague el precio adecuado.

El pecado como redención, la renuncia como castigo y la fe como un absurdo, son ideas bellamente expresadas en una narración que se desliza sin esfuerzo en la marea del tiempo. No cabe duda de que son los personajes quienes hablan, no los prejuicios o las preocupaciones del director o el guionista, tan difíciles de contener cuando de temas álgidos se trata. Philomena tiene un guion bien construido, sustentado en soberbias actuaciones y comunicado con imágenes sencillas, significativas y hermosas, siempre al servicio de la historia.

No es nueva la movida de hacer convivir a dos personajes que se conocen por situaciones extremadamente excepcionales y que de otra manera no pasarían voluntariamente juntos ni una fila en el supermercado. Paradójicamente, el factor disociador de estas diferencias pierde su poder mientras más profundas se hacen. Cuando cada quien se asume en su diferencia, en su singularidad, aparece la verdadera comunicación, no se calla nada para evitar desagradar, ni se dice nada solo para agradar. Se renuncia a la intención de convencer, de persuadir o disuadir y simplemente se acepta que el otro es como es. Se le deja ser.

Dejemos aquí para no caer en la tentación de los ‘spoilers’. Dense ese regalo, vean Philomena y comprueben por qué Judy Dench está justamente nominada al Oscar a mejor actriz.

Chéri, de Stephen Frears

Los últimos placeres de la bella época

Por: Oswaldo Osorio


Amor, desamor, relaciones por interés, ciega pasión y algunas sutilezas, son variantes de las relaciones afectivas que esta historia presenta en un mismo paquete, además, enmarcada en una exquisita puesta en escena que tiene como cómplice uno de los periodos más estimulantes de la arquitectura, el diseño y el ornato, el art noveau, así como un momento de optimismo y bienestar como pocos ha habido en la historia, la llamada Bella Época.
Su director, el inglés Stephen Frears, tiene una muy respetable carrera de cuarenta años en el oficio y es dueño de algunos títulos que dan prueba de su agudeza para construir personajes y su elocuencia para retratar ambientes y periodos: Mi hermosa lavandería (1985), Relaciones peligrosas (1988), The Grifters (1990), The van (1996), La señora Henderson presenta (2005), La reina (2006), entre otras muchas cintas, menos conocidas pero con cualidades similares.
El punto de partida de esta película es el amor y la diferencia de edad en un contexto donde el hedonismo y la solvencia financiera son determinantes. Pero además, lo que le pone el condimento es, de un lado, que la diferencia de edad se da en  la variante mujer mayor con hombre joven, y de otro lado, que la mujer solía ser una cortesana y el joven el hijo de otra. De manera que el concepto de amor por conveniencia es manejado sin rubor alguno ni consideraciones moralistas. El aparente cinismo de uno estar usando al otro hace parecer la relación incluso más honesta, porque cada quien sabe qué esperar.